ESPAÑA, CAMISA BLANCA

Rafael Cidoncha: «La fealdad es hoy una orden»

Es considerado uno de los pintores figurativos más importantes de la pintura española del siglo XX

Rafael Cidoncha ABC
Salvador Sostres

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No me creo que le guste la vacación.

Es que no me gustan las vacaciones. No me gustan nada. El tema de la vacación no entra en mi cabeza. Por suerte, puedo elegir cuándo hago vacaciones, que es nunca.

Del verano ya ni hablamos.

El verano es un espanto.

La civilización es el frío.

La cultura viene del frío.

Usted vive en París. París es otoño.

París es la primavera.

La primavera es una horterada.

El tiempo en París es miserable y en invierno hace mucho frío. Entonces llega la primavera y la gente se vuelca. Es emocionante. ¡Es que crees en Dios! El parisino tiene mucho más de provenzal de lo que parece.

Si Barcelona parece colapsada de turistas, París ha de ser un infierno.

Cada barrio es distinto al otro. Cuando vivía cerca de la Torre Eiffel, por mi calle no paraban de pasar turistas y más turistas y, a la vez, era una zona muy tranquila, muy conservadora, con sus ministerios, su escuela militar, sus embajadas. En los restaurantes siempre había parejas o familias. Me aburría. Luego, cuando me mudé al 11ème, que es donde estoy ahora, empecé a vivir como en otra ciudad: es un barrio con su propia vida, con gente joven y mucha mezcla.

Cualquier boñiga.

Yo soy pintor. Yo creo en la pintura. Ahora parece que todo el mundo es artista y que cualquier boñiga es arte. Es insoportable.

La transgresión hace evolucionar.

No es una transgresión. Es una secta. Y una mafia. Si haces pintura no te dejan exponer en Arco o en Basilea. Existe una censura intolerable contra la pintura de verdad: no son transgresores, son otra academia, mucho más sectaria que la nuestra. Es un momento muy complicado. Más que una opción, la fealdad es hoy una orden.

París le entiende más que España.

Al parisino le ha entrado un ataque de modernidad. Y además es chovinista. París es una sociedad cerrada, clasista. Cuesta mucho abrirse camino si no eres de ahí, si no has estudiado ahí.

¿Qué le aporta París?

Mi estudio maravilloso. Llevaba muchos años en Madrid y estaba agotado. En París vivo una vida monacal. A veces salgo a cenar a casa de algún amigo, pero también esto lo he reducido bastante. Soy feliz en en mi espacio, aunque tarde o temprano volveré. Todo se acaba y ya llevo doce años.

Francia, el lujo.

Francia no es un país de genios como nosotros. Pero han sabido codificar el arte y convertir la artesanía en arte. Hermès, Vuitton, la «nouvelle cuisine», los salones de moda. Lo saben hacer, y además emplean muchísimo dinero. Son una fábrica de vender artesanía convertida en arte.

Le llaman el pintor de la jet-set.

Es un invento de «Vanity Fair». Me he dado cuenta de que tus esfuerzos por crearte una imagen son nulos, porque luego de repente llega «Vanity Fair» y te dice lo que eres.

El poder impresiona.

Nunca he tenido pasión por el dinero ni por los títulos. Pero siempre me han gustado las personas mayores e inteligentes. Desde pequeñito. Detrás de ellos hay historias fascinantes que muchas veces me cuentan durante las sesiones del retrato.

Son retratos hablados.

Yo creo en el retrato psicológico.

Conceptual, por lo tanto.

Los artistas trabajamos con la intuición, con lo que nos sugieren las expresiones, el gesto, el rictus. Yo no copio fotografías. El modelo habla. Hay que escucharlo. Lo importante es tu interpretación.

Su retrato desnuda a la persona.

No he tenido problemas salvo con algunas señoras, que más que a un artista creían haber contratado a un cirujano estético.

José Ignacio Wert.

Es un tipo inteligentísimo, encantador, con un gran sentido del humor.

Percibí frialdad en Vargas Llosa.

Posó poco, lo hicimos en París. Quería captar su lado humano, pero fue bastante hermético. Enseguida me marcó una distancia. De todos modos intenté transmitir la fuerza de su figura. Hay algo que no te he dicho…

Tenga la bondad.

...sobre el Rey Juan Carlos. Y es el contraste entre lo que impone la Zarzuela y lo servicial que luego Su Majestad fue como modelo, la simpatía y la afabilidad con que obedecía mis órdenes. No todo el mundo le ha dado órdenes a un rey. Y menos a un gran rey.

Marchena.

Inteligencia, rigor, ecuanimidad. Vivimos en el caos, pero al final, por suerte, la Ley y el orden funcionan.

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