De la política a los desplantes más crueles: los secretos revelados del Nobel de Literatura
La Academia de Suecia desclasifica las actas del jurado del galardón más importante de las letras cincuenta años después de su concesión. Gracias a esa norma hemos ido conociendo, en diferido y a cuentagotas, los entresijos de tan insigne premio
El Nobel de Literatura no tiene nada que ver con la política, pero Pablo Neruda casi se quedó sin la medalla de 1971 por sus «himnos a Stalin». La noticia, que acaba de salir a la luz, es la última revelación de la tradición más incómoda de la academia sueca: la desclasificación de las actas del jurado del galardón más importante de las letras cincuenta años después de su concesión. Gracias a esa norma hemos ido conociendo, en diferido y a cuentagotas, los entresijos de tan insigne premio, una información privilegiada que nos confirma que todo es más pedestre si se mira de cerca.
Tal vez el gran protagonista de esta historia sea el poeta y ‘hater’ profesional Anders Österling , que formó parte de la institución durante sesenta y dos años (récord absoluto) y dejó un buen puñado de desplantes para la posteridad. Por ejemplo: en 1967, cuando se discutía la candidatura de Borges para el Nobel, él, que por entonces era el presidente del Comité, nada menos, la despachó alegando que era «demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura». Con Tolkien , que había sido propuesto por su colega C. S. Lewis en 1961, fue más cruel. Dijo que no estaba, «en modo alguno, a la altura de la narración de más alta calidad», aunque al señalado le disgustaba hasta Shakespeare, así que igual se lo tomó como un elogio… En fin, en 1967 distinguieron a Miguel Ángel Asturias y en 1961 a Ivo Andrić .
Samuel Beckett ganó el Nobel en 1969, pero contra la voluntad de Österling. En 1962 este dictaminó que «la tendencia nihilista y pesimista sin fondo de la obra de Samuel Beckett» era contraria al espíritu de Alfred Nobel, un argumento que repitió en 1969, cuando la cosa (el premio) estaba entre el autor de ‘Esperando a Godot’ y otro francés, André Malraux , que tampoco era Mr. Wonderful, precisamente. Habló, el crítico, de los «motivos deprimentes» de la literatura de Beckett, y la acabó sentenciando como «poesía fantasma escenificada artísticamente, caracterizada por un desprecio sin fondo por la condición humana». Chimpún, debió sonar en su cabeza.
Esas opiniones no trascendieron hasta 2020, porque en su día, al comunicar el fallo, desde la Academia explicaron, en un alarde retórico digno de un ministro, como poco, que habían elegido a Beckett «por su escritura, que, renovando las formas de la novela y el drama, adquiere su grandeza a partir de la indigencia moral del hombre moderno». Nada más enterarse de la buena nueva, el susodicho le confesó a su mujer que aquello era «una catástrofe». Aceptó el reconocimiento y el dinero, imaginamos que con mucho esfuerzo, pero se negó a ir a Estocolmo, un gesto que imitó Bob Dylan en 2016. Ya solo quedan cuarenta y cinco años para saber qué soltaron de él…
Un buen trecho separa la versión oficial de la verdad. En 1962 había setenta y seis candidatos al Nobel de Literatura, aunque ninguno, por lo visto, levantaba pasiones entre los electores. Los documentos de ese año desvelan que el galardón finalmente recayó en John Steinbeck por ser «el menos malo» de todos ellos. El comunicado de la Academia, en cambio, justificaba la decisión «por sus obras realistas e imaginativas, que combinan humor simpático y una percepción social incisiva». Al novelista, por cierto, le llegaron a preguntar si se sentía merecedor de aquel honor. «Francamente, no», respondió.
Henry Olson , miembro de aquel comité de 1962, se negó a premiar a un poeta, y por eso descartó a Robert Graves , que, aunque tenía varias novelas, siempre se identificaba con su faceta más lírica. Ese mismo motivo le valió para ignorar a Ezra Pound , al que además le pesaban sus antiguas simpatías con Mussolini. Tiempo después se rumoreó que a Borges lo tacharon definitivamente por su cercanía a Pinochet, aunque esto pareció no importar tanto en otros casos, como el de Gabo y, por supuesto, el de Neruda. Ay, la política.
En 2014 se publicó que uno de los candidatos al Nobel de Literatura de 1963 fue Charles de Gaulle , presidente de Francia. Eso ocurrió una década después, nada más, de que Winston Churchill , antiguo ídem del Reino Unido, lo ganase «por su dominio de la descripción histórica y biográfica, así como por su brillante oratoria en la defensa de los valores humanos exaltados».
También se habló de política en 1970, pero por motivos muy distintos. Entonces ganó el Nobel el ruso Aleksandr Solzhenitsyn , aunque la deliberación fue intensa: estaban los que temían por la seguridad del literato, y luego los que creían que era una figura muy difícil de valorar porque en su caso no se podía separar la importancia de su obra de su peso como enemigo del régimen soviético. El asunto se resolvió con el juicio de Henry Olson: «Precisamente porque le dimos el premio al estalinista Sholokhov en 1965, la imparcialidad exige que también podamos dárselo a un comunista más crítico del sistema, como Solzhenitsyn». Ya ven: nada de política.
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