Obituario

Paco Pestana: leyenda urbana y rural

Escultor lucense. Creador de humor corrosivo, perteneció, por libre, a la generación de Atlántica

Juan Manuel Bonet

Voces amigas me comunican la tristísima noticia del repentino fallecimiento, el pasado día 11, en Lugo, a los 72 años, del escultor y poeta Paco Pestana, natural de Castroverde. Legionario en el Sahara entonces español, vendimiador en Francia, minero en Asturias, revolucionario en Portugal, hippie, colaborador de grupos teatrales, partidario del “agropop”, fue siempre un bohemio empedernido y a la vez alguien cortés y letraherido. Aunque Madrid lo vio pasar, pronto se volvería a su localidad natal, alternando luego temporadas allá, donde se sentía como un pequeño Robinsón, y otras en Lugo capital. Creo que fue en su pueblo donde lo conocí, hace treinta y bastantes años. Lo recuerdo como una aparición, en una fiesta veraniega allá, y luego en alguna otra de la zona. Casi siempre con sombrero, hablando por los codos y exhibiendo un bastón esculpido, su silueta faunesca y barbuda lo convertía en una suerte de reencarnación de Valle-Inclán.

El poeta y crítico coruñés Xavier Seoane fue el comisario de una de las individuales más importantes de la carrera de Pestana, la que, en 2000, y bajo el significativo título “A estela do delirio”, celebró en la santiaguesa Fundación Granell. Inserto en una línea neopopularista, al escultor le apasionaban el surrealismo, Cobra, lo “brut”, la Galicia rural y sus leyendas, la madera y sus texturas, los juguetes, el collage, el bricolaje, escribir versos, protagonizar happenings… Su humor era explosivo, corrosivo, y a la vez tierno. Su generación era la de Atlántica, grupo al que no perteneció, aunque expuso a menudo con sus miembros, entre otros con sus colegas y amigos Manolo Paz y Francisco Leiro, cuya Fundación ha expresado su pesar, como lo han hecho otras entidades, por ejemplo la Uxío Novoneyra, así como el fotógrafo Xurxo Lobato, que tan bien lo efigiara.

En 2019, Pestana comisarió la retrospectiva póstuma del inolvidable José Vázquez Cereijo del Museo de Lugo, a la que uno contribuyó como asesor, y prologuista de su catálogo, ayudando además a Anne a documentar el mundo literario y “rastrista” del homenajeado, y al final también a poner algo de cartesianismo en el recorrido. Caminar con él por la ciudad era una fiesta, le quería todo el mundo, casi en cada esquina se paraba a conversar con alguien, en ocasiones desde el sillín de su bicicleta. Me descubrió cierta gloriosa pulpería de extrarradio. Leo que le acaban de dedicar su banco preferido, detrás del ayuntamiento, frente a la escultura que evoca al gran Ánxel Fole, otro legendario hablador. Un poco más de un cierto Lugo se nos va con quien fue como un torbellino, tan auténtico en su teatralidad histriónica, tan infantil en su afición al exceso, tan literario siempre... Le recuerdo en una terraza de la ciudad de Pimentel, agitando en el aire una rara primera del citado Novoneyra, enteramente garabateada por éste, y disfrutando como un crío de aquella mezcla de palabras e imágenes…

JUAN MANUEL BONET

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