El Pacífico hispánico: El motín de San Julián

«Gesta de Magallanes y Elcano. Vuelta al mundo». Ilustración de Richard Schlecht

Borja Cardelús

Tras nueve meses de navegación la situación a bordo de las naves de Magallanes se agrava, porque a medida que recorren la fachada atlántica de Sudamérica en dirección sur sin encontrar el ansiado paso, se evapora el crédito del capitán general. Ya en latitudes muy australes el clima se vuelve inhóspito, con vientos, fríos y celliscas que dificultan el avance, hasta que en la Bahía de San Julián se ven obligados a hacer invernada.

En la Pascua, percibiendo el descontento creciente, Magallanes invita a los capitanes a una comida a bordo de su nave, la Trinidad , invitación que rechazan los españoles y solo acepta el capitán portugués Alvaro de Mesquita .

Mientras Magallanes piensa cómo castigar tamaño desdén, varios jefes españoles pasan a la acción. El veedor Juan de Cartagena y otros dos capitanes, Quesada y Coca , a bordo de un bote navegan al Victoria, suben a él y apresan al capitán Mesquita; cuando el maestre Elorriaga pide explicaciones es apuñalado por Quesada, y Cartagena se apodera del barco. Se trata de un motín en toda regla, pero como los insurrectos saben cómo se pagan estas cosas en la Corte, ofrecen a Magallanes parlamentar, exigiéndole que a partir de ahora se avenga a informarles del derrotero, y sobre todo de dónde se encuentra el tan buscado paso.

Magallanes reflexiona. Su situación es claramente inferior, porque dispone de dos barcos frente a tres de los amotinados. Pero no es hombre que se avenga a coacciones. En un esquife envía a su segundo, Gómez de Espinosa , al Victoria, donde aguardan los rebeldes, con una carta aceptando el diálogo. Y mientras el capitán Mendoza la lee en alta voz, Espinosa le degüella, y los acompañantes de Espinosa sacan sus armas escondidas, y con el refuerzo de otros hombres que han llegado en un segundo bote, se apoderan del Victoria.

Es un plan trazado al milímetro por Magallanes, que ahora invierte la situación: dispone de tres barcos frente a dos de los conspiradores, que son bloqueados dentro de la bahía de San Julián . No tienen otro remedio que rendirse, y se celebra un juicio sumarísimo en el que son condenados a muerte todos los alzados, aunque solo será ajusticiado Gaspar de Quesada . Magallanes perdona a los demás, porque los necesita, con dos excepciones: Juan de Cartagena , cabecilla de la rebelión, y un cura sublevado, que serán abandonados en la playa con vino y algunos víveres cuando en primavera se reemprenda la navegación. Nunca más se sabrá de ellos.

Y cuando amaina el invierno austral se reanuda la singladura, con la baja del Santiago, que ha sido destrozado por los rompientes. Al poco de zarpar aparece un pronunciado cabo, que llamarán De las Vírgenes , tras el cual se abre una gran ensenada, que Magallanes ordena explorar, como todas las demás hasta ese momento, con la esperanza de que fuera el estrecho, y siempre con la desilusión de que a las pocas leguas el agua se tornaba dulce.

Pero esta vez será distinto. Magallanes despacha a dos naves, la San Antonio y la Concepción , y varias jornadas después regresan a la boca de la bahía a banderas desplegadas y disparando salvas: el agua no se volvía dulce, sino que continuaba salada, señal de que habían encontrado el anhelado corredor. Y esa vez, según narró el italiano Pigafetta, cronista de la expedición, al impasible y frío Magallanes se le turbó el semblante y derramó lágrimas de alegría.

El capitán general convocó a consejo por vez primera a sus capitanes y pidió parecer sobre continuar o volver a España, ahora que habían encontrado el paso al Pacífico . Exhaustos y hambrientos como estaban, la mayoría optó por el regreso, pero Magallanes tenía ya formada su opinión: seguirían navegando hasta el destino fijado de las Molucas, «aunque tuvieran que comerse el cuero de las vergas».

Pero el San Antonio, la más capaz y aprovisionada de las naves, con Esteban Gómez al frente, deserta y regresa a España, emprendiendo Magallanes con tres naves la travesía del estrecho, un laberinto de canales y fiordos en el que es difícil hallar el canal principal, la mayoría conduciendo a puntos ciegos. Pero Magallanes, en un alarde de maestría náutica, diseña un sistema de reconocimiento sistemático partiendo en dos la flota: dos naves por un rumbo y la tercera por otro, para entrar y salir de los fiordos y acertar con la ruta correcta. Y en solo 37 días recorre los 600 kilómetros de ese dédalo intrincado rodeado de cerros, contemplando de noche en las faldas extrañas hogueras, que acreditaron el nombre de la Tierra del Fuego . Y al final del que con toda justicia fue llamado Estrecho de Magallanes, un barco que se adelantó volvió con la noticia de que poco más allá se abría el canal en un océano sin fin: habían salido al Océano Pacífico .

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