El oscuro encanto del turismo nuclear: así es la ruta atómica de Estados Unidos
Más de un millón de personas se acercan cada año al museo donde se expone el Enola Gay, el bombardero B-29 lanzó el 6 de agosto de 1945 a las 08:45 de la mañana la primera bomba atómica en la historia de la humanidad
A pesar de haber quedado relegado a un museo aeronáutico a 50 kilómetros y dos horas de transporte público de Washington, el Enola Gay sigue siendo uno de los objetos históricos más visitados en Estados Unidos por un motivo y uno solo: este bombardero B-29 lanzó el 6 de agosto de 1945 a las 08:45 de la mañana la primera bomba atómica en la historia de la humanidad. El proyectil, cargado con uranio, fue lanzado sobre Hiroshima y mató a más de 100.000 personas. El avión, de un metal brillante y con un morro de cristal, recibe más de un millón de visitantes por año, muchos de ellos aficionados a la era de esplendor nuclear de mediados del siglo XX que han creado una verdadera ruta atómica en Estados Unidos y otras partes del mundo.
Tan intensa es la atracción de la historia del armamento nuclear que en 2015 el gobierno federal norteamericano creó el primer Parque Histórico Nacional del Proyecto Manhattan, que abarca reactores, búnkeres y sitios de prueba en tres puntos distintos de EE.UU.: Oak Ridge en Tennessee; Los Alamos en Nuevo México y Hanford, en el Estado de Washington. El Proyecto Manhattan, desarrollado por las fuerzas armadas norteamericanas entre 1942 y 1946, fue un secretísimo esfuerzo científico de experimentación con plutonio y uranio que culminó en la construcción de la primera bomba atómica en el laboratorio de Los Álamos, hoy abierto al público. Fue de él de donde salieron las dos bombas que EE.UU. lanzó sobre Hiroshima (uranio) y Nagasaki (plutonio).
En los tres complejos que forman este parque nacional se puede visitar el reactor de grafito X-10 en Oak Ridge (Tennessee), el segundo en el mundo y el primero en ser diseñado para operar ininterrumpidamente, y el reactor B en Hanford (Washington), primero para la producción a gran escala de plutonio. Pero el atractivo principal de este parque para los amantes de lo atómico se halla en Nuevo México, en un sitio que hasta el ataque terrorista contra Nueva York en 2001 se conocía como la «zona cero» original, y donde todavía a día de hoy las fuerzas armadas norteamericanas prueban unos 900 misiles al año. Allí, el 16 de julio de 1945 a las 05.30 estalló la primera bomba atómica de la historia, bautizada comúnmente como «Gadget».
El paisaje en torno a ese punto es de otro mundo, kilómetros y kilómetros de prístinas arenas blancas que son residuos de la era paleozoica. En una cuenca del desierto que durante la conquista los españoles bautizaron como «Jornada del muerto» se formó hace 74 años el primer hongo nuclear. Fue visible a 200 kilómetros a la redonda, dando pie a todo tipo de paranoias y especulaciones porque el gobierno norteamericano no abrió la boca, antes o después. De la zona, que forma parte de una enorme base militar, se puede visitar el rancho McDonald, una pequeña casita abandonada donde se ensambló la bomba de plutonio antes de que un bombardero B-29 la lanzara a unos dos kilómetros. La explosión reventó las ventanas pero no dañó la estructura, que hace poco fue restaurada. El ejército sólo permite entrar en ella el primer sábado de mes sólo en abril y en octubre.
Hay no muy lejos de la capital federal norteamericana, a apenas 400 kilómetros, otra parada para quienes gustan de imaginar cómo sería la vida en un refugio durante un cataclismo nuclear. Durante 30 años, el gobierno tuvo operativo y listo para ser habitado un búnker bajo uno de los hoteles más lujosos a las faldas de la cordillera azul, el Greenbrier, en Virginia Occidental. Durante décadas fue un secreto apenas escondido, pues las autoridades construyeron todo un aeropuerto para una pequeña localidad de menos de 3.000 personas, levantando sospechas más que comprensibles.
El sótano, tras paredes de un metro de espesor, contiene una residencia del tamaño de un supermercado donde en teoría deberían haber sido evacuados los 535 legisladores nacionales del Capitolio en caso de desastre nuclear. El recinto fue construido a mediados de los años 50 del siglo XX, en una carrera por dotar a todo el país de búnkeres habitables después del uso de las bombas atómicas en Japón. ¿Si sucedió allí, por qué no podía suceder en América? El búnker bajo el hotel Greenbier es hoy una atracción del pasado, con sus literas de metal, sus intrincados pasillos y hasta un cine, que pueden visitar quienes se queden en el hotel (pagando más de 250 euros por noche). Cuando el diario «The Washington Post» reveló la existencia del búnker en 1992, el gobierno decidió ahorrarse el dinero de tener las despensas llenas de comida para seis meses, entre otros gastos exorbitantes, y se deshizo de él.
La fascinación por la bomba atómica que ha convertido estos sitios en concurridas paradas de todo un camino nuclear no contenta a todos por igual. Quienes más han protestado son las agrupaciones de personas de ascendencia japonesa en EE.UU., que no sólo fueron internadas en campos de concentración tras el ataque japonés a Pearl Harbor en 1941 sino que luego han tenido que hacer paz con el hecho que su nación es la única que ha sido bombardeada con armas atómicas, dos veces. En 2003, cuando el Enola Gay, el avión con que comenzaba este recorrido, fue colocado en el museo donde ahora se encuentra, hubo fuertes protestas que murieron con el tiempo. En una de ellas, Sunao Tsuboi, uno de los principales activistas contra las armas nucleares y superviviente de Hiroshima, dijo: «Ojalá enseñaran, junto al avión, las imágenes de los efectos que tuvo la bomba. Para nosotros no es más que un símbolo del mal».