Los orígenes españoles de la sociedad abierta

El impulso que llevó a codificar la libertad del mundo moderno tuvo su primer capítulo en las leyes de la monarquía hispánica

Imagen de la Esperanza de Triana, junto a una vela, en el exterior de la capilla de Los Marineros, en Sevilla, el pasado 10 de abril REUTERS

Manuel Lucena Giraldo

En una «Memoria» dirigida en 1524 a los notables de Córdoba, el humanista Hernán Pérez de Oliva señaló que era preciso impulsar la navegación del río Guadalquivir hacia el Atlántico, «porque antes ocupábamos el fin del mundo y ahora estamos en el medio, con mudanza de fortuna cual nunca otra se vio». Hasta 1492, España había sido el finis terrae , la frontera occidental europea. Tras el regreso del viaje de circunnavegación de Elcano en 1522, el orbe entero quedó trastornado para siempre. Europa, antes una pobre y superpoblada península de Asia, se había quedado en «el medio», según su curioso punto de vista.

El conquistador y cronista Gonzalo Fernández de Oviedo pidió dejar de disputar «esta materia de Asia, Africa y Europa, pues lejos estamos en las Indias de donde al presente aquestas cosas hierven». Aquella España del emperador Carlos V , asentada en cuatro continentes, había gestionado descubrimientos y exploraciones y además sentado las bases de la primera globalización.

Sin embargo, ¿qué hacer al día siguiente de la arribada a una playa desconocida, o de una escaramuza que los conquistadores contaban en sus cartas y crónicas de viaje como la mayor batalla después de Alejandro Magno ? ¿Cómo se dejaba atrás la conquista para iniciar la colonización? Algunos de ellos continuaron ansiosos su camino hacia el oeste, donde quiera que les llevara. Otros fundaron ciudades y envejecieron en ellas, rodeados de hijos mestizos, los menos con esposas españolas. Todos, empezando por el emperador Carlos y su sucesor, el formidable Felipe II , tuvieron que asimilar lo ocurrido. Si la tierra era una, la humanidad resultaba en cambio diversa, inescrutable, inabarcable.

Por eso, desde el siglo XVI, la corona española remitió a viajeros, exploradores, misioneros y funcionarios unos cuestionarios que contuvieron entre diez y 400 preguntas, las llamadas «relaciones geográficas» . En la presunción de que, para mejor gobernar aquellas tierras, era preciso conocerlas, se les preguntaba por su naturaleza y humanidad. ¿Cómo era una piña? Si había indígenas, ¿peleaban entre sí? ¿Tenían jefes, dioses y ciudades? ¿Eran caníbales o incestuosos, aliados o enemigos? El impacto causado en el continente euroasiático por la reconexión con el continente que desde 1507 se llamó América precipitó un debate humanitario que el historiador estadounidense Lewis Hanke calificó, con toda propiedad, como una «lucha por la justicia». Hoy podemos señalar que el nacimiento de los derechos humanos y de la sociedad abierta fueron posibles en aquel contexto único en el cual la monarquía española estuvo inmersa. La necesidad de respuestas políticas y culturales pragmáticas dio lugar a protocolos de actuación humanitaria. Sin indígenas, estaba claro que no habría españoles.

Africanos, desde Guinea hasta Angola, protagonizaron otra gran migración, la de la esclavitud . En 1550, debatieron en una famosa controversia en la Universidad de Valladolid el fanático adanista fray Bartolomé de las Casas y el humanista aristotélico Juan Ginés de Sepúlveda . Había que dirimir si existían o no justos títulos para la conquista de América y si los nativos eran tan humanos como los demás, en derechos y deberes. Lo más importante no fue que, según era su costumbre, Las Casas se autoproclamara vencedor, sino el reflejo posterior de las prerrogativas humanitarias en la legislación española.

La escuela de Salamanca, fundadora de los derechos humanos, concibió desde el siglo XVI la circunstancia y naturaleza de la libertad humana limitada por la libertad de los demás y sentó los fundamentos de la moderna ciudadanía. En la admirable trayectoria del dominico Francisco de Vitoria , o el jesuita Juan de Mariana , los límites en el ejercicio del poder, o el fundamento moral de la oposición al gobierno tiránico, quedaron formulados de manera explícita, universal y perdurable. Aunque fueron figuras tan renombradas como Hugo Grocio o Tomás Hobbes quienes, durante las décadas siguientes, desarrollaron hasta sus últimas consecuencias argumentos del derecho internacional o la razón de Estado, los cimientos de lo que luego se llamó sociedad abierta aparecieron durante aquella respuesta de decencia promovida por la monarquía de España ante una frontera-mundo peligrosa, impenetrable, imposible de predecir.

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