«O me mata, o lo mato», la vergüenza torera de Espartaco que desvela Pérez-Reverte

El escritor narra en su columna dominical en el suplemento XLSemanal un episodio inédito que le confesaba el torero hace años «off the record»

Arturo Pérez-Reverte a las puertas de la RAE MAYA BALANYA

ABC

Dos confesiones son las que aparecen en la columna en el suplemento XLSemanal de Arturo Pérez-Reverte del pasado domingo. La primera de ellas es que el escritor no volverá a presenciar una corrida de toros : «Supongo que el vivir con perros cambia la mirada que uno tiene sobre los animales. No sé. Conmigo lo hizo. El caso es que, aunque respeto a quien lo hace, llevo años sin pisar una plaza, ni volveré a pisarla. Lo que siempre tuve y conservo, sin embargo, es un profundo interés por la gente valiente».

En ese apartado pone el académico de la RAE a los toreros. «Esto fue lo que me llevó hace dos décadas y media a acompañar a Espartaco y su cuadrilla durante dos semanas de carreteras , ventas, hoteles y corridas, para luego contar su vida en un reportaje que se publicó aquí, en XLSemanal, y que titulé "Los toreros creen en Dios"», relata Pérez-Reverte.

De aquella «experiencia fascinante», al escritor le quedó «una amistad lejana» y varias lecciones: «de sencillez, de naturalidad, de valor, de dignidad profesional, útiles tanto para los toreros como para la vida: "Hay cosas que cuando eres más joven e ignorante no las ves. Ahora le miras la cara al toro y sabes lo que antes no sabías. Y por el conocimiento se te cuela el miedo "…».

Y, también, «unas palabras suyas que nunca he olvidado», de acuerdo con Reverte: «Me estaba contando algo que me pidió no incluyera en el reportaje , pero que ahora no tengo reparo en contar: cómo días atrás, en una corrida desastrosa en la que después de varios pinchazos no lograba matar al toro, con el público gritándole de todo, sinvergüenza, cobarde y estafador , al ir a cambiar el estoque, que se había doblado, oyó la voz de su hija Alejandra, de cuatro o cinco años, que estaba en la barrera con Patricia, su madre, gritarle angustiada : "¡ Vámonos a casa, papá !". Y entonces, con los ojos tan llenos de lágrimas que no veía al toro, levantó el estoque mientras pensaba "o me mata, o lo mato" . Y se lanzó a fondo, casi a ciegas, para acabar con aquello. [ Lea aquí la columna completa de Arturo Pérez-Reverte en XL Semanal]

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