Muere Manuel Ríos Ruiz, poeta del flamenco
El escritor jerezano, premio Nacional de Poesía en 1972, fue crítico de flamenco en ABC durante décadas
En «En el oboe», obra que le encumbró, Manuel Ríos Ruiz remató uno de sus poemas en prosa con una cavilación metafísica que hoy puede interpretarse como un augurio de su final. Decía: «Así, uno y otro, murieron los tratantes, vacías las garrafas de su vino, nula la apretada firma de sus manos. Sólo queda, en este aire o mítico regreso de la memoria en pos, un mirlo trinando en el oboe, el dolor que no obedece, ni se calma». El escritor jerezano ha muerto tras trinar por ese dolor que se rebela contra uno mismo y que es el verdadero origen del ay del flamenco.
Ríos Ruiz (Jerez de la Frontera, 1934) lo escribió todo por seguiriya . Aprendió a juntar palabras escuchando a los dinosaurios de su tierra, aquellos leones enjaulados que sólo cantaban porque les dolía la vida: Mojama, el Sernita, Tío Gregorio el Borrico, la Piriñaca … Aquel joven poeta que se hizo mayor en la Estafeta Literaria, tras coger el tren de los jereles a los madriles, y que buscó palabras en los hondones de la albariza gaditana para refundar la literatura jonda, acabó ganando el Premio Nacional de Poesía en 1972 con un oboe. Antes había sido accésit del Adonáis con «Amores con la tierra». Y luego vinieron otros reconocimientos como el Premio Nacional de Poesía Flamenca, el Bécquer, el Juan Ramón Jiménez o el José Hierro.
Pero a Ríos Ruiz le gustaba poco hablar de eso. Siempre decía que su mayor premio había sido escuchar a un palmo a la Niña de los Peines . Por eso todo su venero literario se volcó en el flamenco, género del que fue crítico en ABC durante décadas y en el que el jerezano ha dejado una huella de valor incalculable. Porque ha conseguido el cenit de la copla de Manuel Machado: «Hasta que el pueblo las canta / las coplas, coplas no son / y cuando las canta el pueblo / ya nadie sabe su autor».
El repertorio jondo actual está plagado de letras firmadas por Ríos Ruiz . Y lo que delata su éxito es que casi ningún cantaor sabe que son suyas porque la mayoría de ellas se consideran populares. Exactamente lo mismo que le pasó nada menos que a Augusto Ferrán . «Doy mis vueltas por la vida / buscando mi propio tiempo / y cada vez que suspiro / pongo mi sangre en consejo» es una soleá que suele escucharse de manera habitual en los escenarios y que pertenece al libro «Dolor de Sur», publicado por el jerezano en 1968.
Los sesenta y setenta fueron sus años más brillantes, una época en la que llegó a publicar un poemario por año . Luego su fuente perdió caudal, pero no pureza. Y Manuel se dedicó más a la divulgación del flamenco que a su profundización literaria. En ese ámbito está considerado uno de los grandes intelectuales de la historia. De hecho, fue fundador de la primera Cátedra de Flamencología , la de su tierra, y participó en la producción de varios discos de culto, como el famoso «Canta Jerez» de Hispavox, donde grabaron una fiesta figuras míticas como Terremoto o el Sordera.
«Por el tálamo se renace, se toma la túnica designada», escribió en su primera obra, « La búsqueda », en 1963. Y acertó. Ahora que ha terminado su ayeo tras una larga enfermedad y va ya camino de Jerez - donde será enterrado hoy jueves - desde el Gregorio Marañón para yacer bajo el velo de flor del fino de su ciudad escuchando las quejas que salen de las casapuertas de su barrio de Santiago, Manuel Ríos Ruiz ha renacido sobre el tiempo que no se cuenta con reloj. Y seguramente estará entonando aquella soleá de «Dolor de Sur», que no es el título de un libro suyo, sino de su propia vida, que está en boca de todos los cantaores vivos: «Dejadme solo esta tarde / que tengo que hablar conmigo / y tiene Dios que escucharme».
En cuanto Dios te oiga, Manuel, se rompe la camisa.