Montalbano ha muerto
Lo primero que hacía Salvo Montalbano cada mañana era mirar al mar. Andrea Camilleri , su creador, abandonó ayer este mundo , pero quien realmente no le sobrevivirá es el comisario de Vigata, un personaje literario que hemos llegado a conocer como un hermano. Nunca volveremos a disfrutar de una nueva aventura de este policía que desafiaba a unos jefes incompetentes y que aspiraba a implantar el reino de la justicia entre los hombres.
Me pregunto qué van a hacer sin él sus inseparables Mimí Augello, Fazio, Catarella, Galuzzo y Pasquano , cómplices de unas investigaciones que siempre acababan por desvelar el cinismo del poder. En este sentido, Camilleri seguía los pasos de Lampedusa y Sciascia, los dos grandes retratistas de una Sicilia hermética y cerrada, donde nada es lo que parece y que todavía guarda el legado de los españoles que la gobernaron hasta el desembarco de Garibaldi.
Montalbano es un policía de un olfato extraordinario no por su capacidad de rastreo de las pruebas, como Sherlock Holmes, sino por su conocimiento de las pasiones humanas que le lleva a comprender las motivaciones de unos culpables que no son buenos ni malos. El crimen siempre es fruto de un contexto que puede convertir al más inocente en un asesino.
En cada línea, en cada página, hallamos esa Sicilia donde el mar tiene un color de vino, los muros de la casas señoriales se derrumban por el paso de los años y los odios se transmiten de generación en generación.
El huraño y solitario Montalbano, que se siente agobiado por el amor de Livia, no es, no puede ser otro que el actor Luca Zingaretti , que le encarna en la maravillosa serie televisiva. Y Vigata es la bellísima Ragusa, la ciudad de iglesias barrocas y calles en cuesta donde se ha detenido el tiempo.
Decía Sciascia que los investigadores de sus tramas eran depositarios de la gracia divina al iluminar los hechos con la verdad. Montalbano estaba tocado por ese don. Hoy me lo imagino comiendo una caponatta en su terraza, guisada por su fiel Adelina, regada por una botella de Pinot Grigio, mirando la puesta de sol en ese mar en el que jamás volverá a nadar.
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