Mónica Nepote: «Son los dispositivos digitales los que nos usan a nosotros»

La directora del proyecto e-literatura del Centro de Cultura Digital de Ciudad de México, que protagonizó el pasado jueves un encuentro sobre humanidades digitales en la Fundación Telefónica, explica a ABC los grandes retos que la revolución tecnológica plantea al mundo cultural

Mónica Nepote, fotografiada tras su entrevista con ABC Ignacio Gil
Bruno Pardo Porto

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El libro en papel fue una revolución tecnológica, como la máquina de escribir: ambas cambiaron la forma de contar historias, y también la manera de transmitir y absorber conocimiento. Hoy, en plena y aparentemente perpetua revolución digital, las posibilidades comunicativas se han disparado, pero todavía andamos con un pie en el pasado y otro en el aire, buscando tierra firme. A eso, más o menos, se dedica Mónica Nepote , directora del proyecto e-literatura del Centro de Cultura Digital de Ciudad de México, donde explora las posibilidades que nos ofrece internet y las nuevas tecnologías para disparar la creatividad artística y literaria. En otras palabras: Nepote es una buscadora y tejedora de redes entre la técnica y las humanidades. También una mente inquieta y crítica que no deja de escudriñar el mundo digital para detectar sus oportunidades y sus amenazas.

—De todos los retos a los que nos enfrentamos en esta revolución tecnológica, ¿cuál destacaría?

—Son muchos, pero uno de los grandes retos es no dar las cosas por hecho. Es decir: no pensar que las redes sociales, como las conocemos, los son al cien por cien. Las redes sociales son también nuestras relaciones o son sobre todo nuestras relaciones en carne. Las redes sociales a veces se parecen a todo menos a lo que podríamos entender como red social o como territorio. El gran reto sigue siendo alfabetizarnos digitalmente. Seremos nativos digitales cuando aprendamos y veamos la importancia de programar nuestras propias redes, cuando ese espacio digital que habitamos tenga posibilidad de ser marcado por nosotros y por nuestra acción y por nuestro conocimiento del lenguaje.

—¿Modificando nuestro algoritmo de Twitter, por ejemplo, para que no nos muestre lo que otros quieren?

—Exactamente. Y decidiendo qué datos queremos compartir y cuáles no. Tenemos que saber cómo usar el teléfono de una manera que nos convenga a nosotros y no estar entregando y entregando nuestra información por no tener conocimientos para actuar de una forma distinta. No sabemos cómo delimitar nuestros dispositivos. Los dispositivos nos usan a nosotros. Nos están mediando. Lo que me gustaría es que nosotros mediásemos estos dispositivos: ese es el espacio de la resistencia.

—¿Y lo van a permitir los gigantes de internet? Esas empresas viven de los datos…

—Creo que crear esta tensión es parte de nuestra responsabilidad ciudadana. Si no, seríamos unos simples consumidores. Para eso nos sirve precisamente el pensamiento crítico. Porque otro de los retos que tenemos es resaltar la importancia de las humanidades y la importancia de pensar desde estas disciplinas –artísticas, literarias, filosóficas, sociológicas, etcétera– cómo queremos estar en nuestra vida digital.

—Ahora que saca el tema de las humanidades… Hay una paradoja en la universidad, y es que mientras la investigación se hace en grupos interdisciplinares, la educación se sigue pensando en cajones estancos.

—Totalmente. Uno de los clásicos debates es que las formas de investigación de los alumnos no se ajustan a la idea de investigación de los profesores. Hay una exigencia de repensar de qué manera podemos trabajar a nivel educativo. Por ejemplo, tenemos esa tensión con el uso del móvil. Hay profesores que sufren porque los alumnos están continuamente revisando su teléfono. ¿Por qué no integrar ese hábito en la educación? ¿Por qué en el espacio de clase tienes que seguir estando como en el siglo XIX? Si fuera estás en el siglo XXI… Pero lo mismo con la literatura. Trabajamos de una forma multiplataforma, pero cuando hablamos de literatura transmitimos de otra forma nuestra enseñanza.

—Tenemos esa transición pendiente.

—Pues sí. Además no se pelea leer a los griegos con el hecho de trabajar con pantallas.

—Por cierto, ya estamos en 2020 y seguimos leyendo libros en papel.

—Y seguiremos. Creo que todavía vamos a convivir bastantes años con el formato papel.

—¿Cree que el e-book ha fracasado?

—No, en absoluto. Pero el e-book es un dispositivo que refleja la idea del libro en papel: es literatura lineal, porque la lectura empieza en un punto y sigue, capítulo uno, capítulo dos, capítulo tres… El e-book reproduce la misma estructura que el libro en papel, solo que en una pantalla. Al mismo tiempo, tenemos prácticas de escrituras digitales. Usamos los algoritmos o elementos de azar para hacer literatura generativa, donde jugamos o nos hacemos preguntas: quién está escribiendo qué, si lo escribe la máquina, si lo escribe el autor, si lo escribe el humano en colaboración la máquina…

—¿Y qué aporta a nivel creativo este tipo de prácticas?

—Un montón de cosas. Por ejemplo, una de las grandes preguntas que se hacían todos los miembros del Taller de Literatura Potencial, del Oulipo, o los surrealistas al hacer la escritura automática: de dónde viene lo que se escribe. Creo que fue Derrida el que dijo que el lenguaje habla por sí mismo, que el lenguaje habla a través de nosotros. La gran pregunta que nos hacemos como escritores es de quién es la voz que está hablando. Y los dispositivos electrónicos funcionan a veces para crear escritura generativa y hacernos estas preguntas. Pero también sirven para hacer una escritura no lineal, para hacer piezas de literatura digital donde encontramos cuestiones hipertextuales que reivindican o subrayan esto que Ted Nelson dijo en los sesenta: que la gran revolución cultural tenía que ver con el hipertexto y el hipervínculo. Esta escritura no lineal en la que el lector es un lectoescritor, como dice Vicente Luis Mora, donde tú completas o tomas decisiones en relación al texto.

—¿Estamos preparados como público para este tipo de narrativas?

—¿Cómo no vamos a estar preparados? Por supuesto que lo estamos. Siempre se lo pregunto a mis alumnos: ¿cuántos mensajes escribimos al día por Whastapp? ¿Y esos mensajes no tienen emoticonos, archivos de imagen, archivos de audio? Nuestra escritura ya es una escritura híbrida.

—Pero cuando esa narrativa se traslada a una obra artística o literaria, al final llega a un público muy minoritario. Parece que interesa más a los investigadores que al público.

—Puede ser, hay un punto de eso. Mucha de la producción de literatura digital, por ejemplo, está hecha en países como Estados Unidos, Canadá o Inglaterra, donde hay carreras universitarias en las que se trabaja con escritura digital. Pero también pienso que en otros lugares, como México, algunas comunidades de hablantes de lenguas indígenas tienen su representación en internet. Han buscado de manera alternativa algo que la cultura oficial a veces no les da, que es la representación. Es muy interesante ver cómo estas comunidades logran hacer de estos dispositivos digitales cosas que no solamente los representan, sino que subvierten la idea de tecnología como está pensada hegemónicamente.

—¿Diría que existe una brecha entre el lenguaje de los escritores nativos digitales y los que se han tenido que adaptar al mundo digital?

—Bueno, yo tengo mis dudas. No deseo que desaparezca la escritura manual, me sigue pareciendo una práctica hermosa. No estoy tan segura de que estos nativos digitales, en el supuesto de que existan, todos esos adolescentes que usan de manera natural el dispositivo, piensen de manera distinta a otros escritores de otras edades. Además, en México una de las escritoras más modernas se llama Margo Glantz y va a cumplir noventa años. ¡Y maneja el Twitter como nadie! Entonces... no sé. No creo que esto se trate de cuestiones generacionales.

—En una entrevista reciente, publicada en el último número de la revista «Telos», decía que la idea del artista romántico, del genio creador, podría desaparecer en el mundo digital, donde todo es más colaborativo. ¿Vamos camino de eso?

—En las artes visuales lo vemos muy claramente: ya el autor no es un genio solitario haciendo su trabajo, sino que lo que tenemos son equipos de trabajo. Tomás Saraceno trabaja incluso en colaboración con las arañas, y con un equipo de personas muy amplio para hacer sus instalaciones. En ese sentido, hablamos de ideas colaborativas y de mucho trabajo interdisciplinar.

—Aún así, cuando se crean esas redes siempre hay una firma, un nombre. Ocurre lo mismo en el cine o las series: son producciones de muchísimas personas, pero siempre tienen el sello de un director o un showrunner.

—Estamos todavía con un pie puesto en el culto al autor, en el culto al nombre, y con otro puesto en lo colaborativo.

—¿Y cree que eso puede cambiar?

—No sé qué va a pasar, pero me gustaría que en algún momento quedaran reivindicadas las prácticas colectivas. Y que se entendiera que en esas prácticas colectivas quizá lo que importa son los nuevos nombres elegidos, no los nombres de autoría... Es una utopía.

—Usted insiste en que las nuevas tecnologías espolean la creatividad, pero también el análisis exhaustivo del Big Data en la industria del entretenimiento se utiliza para crear productos a la medida de un público con poco margen para la experimentación o el riesgo.

—Sí, pero ese corsé existe desde hace mucho tiempo. La televisión fue la primera que empezó a explorar ese campo.

—Y ahora tenemos muchas más herramientas. Y más eficaces.

—Más herramientas y más productos. Y además los consumimos. Porque dentro de esas fórmulas a veces ves historias que funcionan de un modo muy interesante. A veces. Creo que siempre habrá una tendencia hacia lo inesperado y la singularidad. Existe esta tensión de ida y vuelta: eso que se sale del producto común va a ser lo que te llama la atención, pero siempre va a haber un gran riesgo de que ese producto sea después reproducido una y otra vez. No sé cómo romper ese círculo. Es el eterno retorno del mundo contemporáneo.

—Más allá de la pérdida de la privacidad, ¿a qué riesgos nos enfrentamos en este mundo digitalizado?

—El riesgo principal es el saqueo de la Tierra, la extracción de minerales, el consumo de los servidores, la generación de basura tecnológica que no puede ser reciclada hasta miles de años después...

—La industria del videojuego es la más potente dentro del ámbito de entretenimiento. ¿Se imagina un futuro en el que las narraciones transmedia o las narraciones interactivas, como la del capítulo de Black Mirror «Bandersnatch», sean las mayoritarias?

—No estoy segura. A mí me encanta lo hipermedial, pero también es cierto que «Bandersnatch» no es el mejor capítulo de Black Mirror. Aunque los que estudiamos estas narrativas sí vemos por ahí algo nuevo que todavía no tenemos muy claro si es una mezcla de videojuego y texto o qué es, pero percibimos que hay como una forma de relatar distinta que está tomando forma.

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