Miserachs, Colita y Català Roca en la máquina del tiempo: la memoria fotográfica de Barcelona abraza el futuro
Una exposición inmersiva y virtual inyecta tecnología punta a imágenes icónicas de los 50 y 60
No hace falta conjuro ni varita mágica. Basta con enfundarse las gafas y, alehop, ahí está la azotea de La Pedrera tal y como la fotografío Colita hace más de cuatro décadas. A saber: con sus chimeneas espigadas disparándose hacia el cielo y la ropa de la portera secándose al viento. No es que la veamos, es que estamos dentro, rodeados de los guerreros de piedra de Gaudí y, por obra y gracia de la tecnología digital, resiguiendo con el dedo el punto más o menos exacto en el que el blanco y negro del original (más bien sepia,en este caso) se funde con los colores de la realidad.
Lo mismo ocurre con Català Roca y esa rambla de Santa Mónica reluciente y relamida por la lluvia, una fotografía icónica de los años 50 que, impregnada de melancolía otoñal, impresiona y sobrecoge aún más cuando se superpone a otra realizada en el mismo punto de la ciudad durante el confinamiento. Ni un alma en el encuadre; sólo ese par de paraguas que, en fila india, parecen dirigirse con paso decidido hacia la cubierta de una novela, probablemente una de Carlos Ruiz Zafón.
Ambas instantáneas, dos buenos ejemplos del momento más o menos exacto en el que «los fotógrafos dejaron de ser técnicos para ser artistas», conforman la memoria fotográfica y sentimental de Barcelona; la crónica visual de una ciudad en permanente proceso de transformación que abraza ahora el futuro en el Centre Ideal de Barcelona para reinventarse en clave inmersiva, digital y asombrosamente avanzada.No en vano, destaca Jordi Sellas, director ejecutivo del espacio, se trata de la primera experiencia de estas características que pasa de largo de la pintura -el propio espacio echó a rodar el año pasado con una virguería digital dedicada a Monet- para adentrarse en el terreno de la fotografía. «No sabíamos por qué nadie lo había hecho hasta que hemos visto la dificultad que supone trabajar con imagen real para poder generar una experiencia como esta», explica Sellas.
Homenaje a Barcelona
Una experiencia que se resume en el manejable lema de «un tema, seis artistas y una protagonista» pero que se complica (para bien) cuando entran en juego las pantallas gigantes, los proyectores, las salas de realidad virtual y la tecnología inmersiva. Un mundo de fantasía digital al que se accede de la manera más modesta posible: atravesando la réplica a escala de un laboratorio de revelado equipado con ampliadoras originales de Francesc Català Roca y Xavier Miserachs y líquidos y materiales de Leopoldo Pomés. Ellos son, junto a Colita, Oriol Maspons y Joana Biarnés, los seis protagonistas de una exposición construida alrededor de la fotografía analógica y la ciudad de Barcelona. Lo dicho: un tema, seis artistas y una protagonista.
En la sala central, un gigantesco espacio de 1.000 metros cuadrados totalmente proyectables, esa idea se articula mediante una abrumadora y monumental pieza inmersiva de media hora que remezcla la playa del Somorrostro con la visita de los Beatles y los desfiles de moda en Boccaccio con la transformación a lo largo de los años de calles como Marina y la Diagonal. Es ahí donde las fotografías, las mismas imágenes de siempre pero presentadas como nunca, van y vienen, recorren paredes e incluso se positivizan en directo mientras la memoria gráfica de los 50 y los 60 se acomoda en el futuro. El desfile de imágenes, con retratos de Pomés a Tàpies, legendarias fotografías editoriales de Maspons, el reportaje que Biarnés le hizo a los Beatles, las escenas urbanas de Miserachs y los encuadres pioneros Català Roca, es simplemente apabullante. «Es un homenaje a la Barcelona de aquella época», sintetiza Sellas.
Esto último se ve reforzado en la última sala de la exposición, una «cápsula del tiempo» que utiliza la realidad virtual para superponer fotografías históricas de los seis fotógrafos a imágenes de los mismos puntos de Barcelona grabadas durante el confinamiento. Un regreso al futuro tomando impulso en el pasado que le deja a uno a los pies de la gran nevada de los sesenta o, ya en la alturas, junto a la ropa tendida en el terrado de La Pedrera.