Música

Madrid resucita al Camarón más festivo

Cuatro mujeres, Remedios Amaya, Montse Cortés, La Caita y La Fabi, han clausurado la VI edición del Festival Flamenco de la ciudad

Montse Cortés, La Caita, Remedios Amaya y La Fabi Fernando Tribiño - Madrid Destino

Luis Ybarra Ramírez

Las cuatro llevan a Camarón desvelado en las mejillas. Se cumplen 30 años de la muerte del mito y el Festival Flamenco de Madrid, desde el Teatro Fernán Gómez, se ha clausurado en forma de ritual: la comunión de la afición con un legado que de sobra conoce . 'Como el agua', 'Nuestros sueños', 'Pañuelo a rayas', aquel fandango un gitano Rubio, la luna de Omar Khayyam del 'Viejo mundo'…

Remedios Amaya tiene las manos del tamaño de un corazón pintado, y con ellas levanta temporales, inspirada o no. Más salvaje, incluso, es La Caita , que desde Badajoz muere en cada letra que se le cae por tangos. Siempre festiva, rota, como ese Camarón tardío al que rinden tributo. Montes Cortés es un romance que agoniza, el del Amargo. La Fabi, la más equilibrada de todas, decide regarse en lágrimas por dentro, no hacia fuera, donde solo lucen las fachadas.

Cuatro mujeres han resucitado a la leyenda. Una lo conoció en persona, pero todas, «confusa la historia, clara la pena», lo invocan a pecho descubierto. Solo falta, quizá, esa vertiente más solemne del isleño , que por supuesto grabó una baraja más extensa de palos (¡hasta la petenera!) de la que se reiteró anoche. Otros, incluso, los creó, como la canastera.

El día que Remedios Amaya conoció al mito

Remedios Amaya, cuenta a ABC desde los camerinos, era una niña cuando lo vio aparecer. No levantaba dos palmos del suelo, pero tenía, como todos en aquel barrio sevillano de casas bajas, un ídolo nítido en la frente: Camarón. Eran los años 70 . El de San Fernando había publicado su primer disco, 'Al verte las flores lloran', hacía unos años. Y en taxi se acercó a escuchar a unos gitanitos que, según le dijeron, derrochaban gracia . Al bajar del coche, lo recibieron en honor de multitudes Raimundo Amador, Bobote, Carmelilla Montoya y Remedios, entre otros, «que después todos hemos sido figuras», apostilla ella. Le cantaron y le bailaron unos tangos de aquel álbum en el que presentó sus credenciales: «Al ritintin tin tin…», esboza ahora quien nos representó en Eurovisión, que se ríe con los ojos encendidos. «Cuando a él le gustaba alguien hacía eso: sonreir. Aquel día no cerró la boca. Nos cambió a todos la vida. Qué gozo que empezaran a decirme La Camarona, aunque yo después haya hecho mi propia música con ese aire».

La cuatro mujeres con Joni Jiménez y Juan Vargas Fernando Tribiño - Madrid Destino

Camarón, por aquel entonces, era ya lo que sigue siendo hoy: un tipo quimérico. Con un rostro real y otro icónico, construido como la lengua de los Rolling que estos días se pasea por la ciudad. Hasta su sombra se volvió pronto referencial, como el peinado, ese que hoy lucen Rancapino Chico e Israel Fernández. También los puños de la camisa, la chaqueta, casi anacrónica, la fragilidad al rematar los cantes fuera de micrófono, la media luna con su estrella, los brazos extendidos y, por encima de todo, la voz, quebrada de masticar cristales por el mundo.

La vida es un contratiempo, que dice la bulería, y él murió en julio de 1992, antes de que pudiera alzar su eco en la Exposición Universal, con una obra amplísima y solo 41 años de edad. Como hizo en el Polígono de San Pablo al bajar del taxi frente aquellos niños, sus cantes y canciones sacuden almas allí donde se muestran. El público lo identifica todo, por eso habita en cada uno de los que rememoran desde el patio de butacas . «Qué feliz soy contigo», canta arrumbada Montse Cortés. El orgullo y el querer se pelean en la garganta de Remedios Amaya, por tarantas y cartageneras. Ríos que buscan la mar, rocas de pedernal, clamores del 'Viviré'…

Ese jovencito afinado que refrescó lo viejo junto a Paco de Lucía y zarandeó la cultura popular ya en los 80 con Tomatito, más quejumbroso que bello, fue un potro de rabia y miel que hoy cabalga desbocado, saltando de boca en boca, por los oídos y las venas, para siempre resucitado desde un escenario en Madrid . Trasciende al tiempo con la naturalidad que trascendió su música: como caen las hojas de los árboles y sube en la playa la marea. Hasta el grito, parece, va un poco más allá. Como si quisiera decirnos algo. Un cigarro de perfil, la gorra calada, su queja en sombra… Todo resulta reconocible.

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