Vidas de ABC

Luis Antón del Olmet, muerte a quemarropa en el Eslava

El periodista vasco fue asesinado en un salón del teatro madrileño por un autor envidioso

Luis Antón del Olmet ABC
Mari Pau Domínguez

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Aquel viernes de principios de marzo… Las horas discurren con una densa lentitud poco habitual. A las dos y media de la tarde, Alfonso Vidal y Planas entra el teatro. Saluda, como todos los días, al portero: «¿Puede decirle al señor Del Olmet, cuando llegue, que le espero en el saloncito de autores?», le pide con ligero aire circunspecto. «¡Por supuesto!», responde diligente el interpelado. Y así lo hace cuando don Luis pone un pie en el Eslava. A esas horas un grupo de actores ensaya la obra «El capitán sin alma», el último drama de Antón del Olmet , que está a punto de estrenarse.

Se quita el sombrero para el saludo y se atusa el bigote mientras se adentra en los pasillos hasta llegar al saloncito donde su compañero le está esperando con cara de tan pocos amigos que Del Olmet se pone en guardia aunque no pierde la calma.

- Eres un perro traidor, Luis -la voz de Vidal y Planas en su primer ataque suena trémula-. ¡Anoche tomando vinos juntos y hoy me entero de que vas difamándome por todo Madrid!

-Deberías dejar de ver fantasmas y enemigos por todas partes, Alfredo. ¿No será eso fruto de algún complejo que deberías superar? -responde Del Olmet en un tono de autosuficiencia que enerva aún más a su socio.

Devuélveme el primer acto que te entregué ayer! ¡No quiero seguir colaborando con un tipo rastrero como tú! -el gerundense grita encolerizado.

-¿Conque esas tenemos? ¿Y adónde crees que vas a llegar sin mi ayuda? Mírate, no tienes dónde caerte muerto . No has sabido conservar el dineral que ganaste con tu primera obra. Deberías haberlo hecho, teniendo en cuenta que eso fue un milagro. Tu talento no te reportará otro golpe de suerte como el que tuviste. Si no fuera por mi colaboración, en esta ciudad sobrada de escritores de verdad nadie te haría caso.

A veces la frontera entre la vida y la muerte es una finísima línea que alguien traspasa con aviesa intención. Puede que quien mate no fuera eso lo que pretendiera sino simplemente que el otro, su contrincante, el serio obstáculo en su camino, dejara de existir, pero no halló mejor forma de conseguirlo. Porque de otra manera no se explica que un hombre pusilánime como Vidal y Planas esté empuñando en este momento un arma y apunte tembloroso a Del Olmet. El tiempo queda detenido. Y el futuro, temiéndose lo peor, busca con desesperación hacerse un hueco.

El impetuoso Del Olmet es un hombre duro y a veces bravucón, muy dado a retar y a creerse por encima de los demás. Desde hace trece años se le conocen disputas y duelos con los redactores de otros periódicos , sobre todo con los de El Radical. Porque para él la vida es como la literatura: turbulenta, apasionada… plagada de arrebatos que diluyen el aburrimiento como un azucarillo en el agua. En sus crónicas del juicio por el suceso más escandaloso y seguido en la prensa, el de la Vampira del Raval, en Barcelona, mostraba en carne viva su talento tan elevado literariamente como chulesco. Presumía de ser el periodista que más cerca estaba del estrado. Más cerca del rostro de la maldad en la que le gustaba hurgar y recrearse. Éste era el singular título de uno de sus famosos ensayos: « Espejo de los humildes ». Historias de asesinos, tahúres, daifas, borrachos, neuróticas y poetas, zurcidas para estímulo de probos y castigo de bellacos. Su pasión por indagar en el alma humana le había llevado también a escribir la biografía de grandes personajes como Echegaray, Galdós, Canalejas, Maura, Romanones, María Guerrero

La noche antes, jueves, Luis y Alfredo se habían citado en el café de Lyon pasadas las diez de la noche. El catalán llega acompañado de la que dicen que es su novia, una tal Elena Manzanares , a quien Del Olmet saluda con caballerosidad y, de inmediato, propone cambiar de lugar debido al griterío que les va a impedir una conversación tranquila. Acaban en el café Platerías.

-Estos son los dos primeros actos , Luis, a ver qué te parecen. Al fin y al cabo la idea es tuya. Toma, llévate el primero.

Ambos se han embarcado en una nueva colaboración, otra obra de teatro con libreto de Antón del Olmet. Apuran sus copas hasta la medianoche hablando de la trama, pero también de la vida y sus misterios. Se despiden estrechándose la mano como si sellaran una paz esperada.

La frontera entre la vida y la muerte... Esa fina línea invisible salta por los aires cuando Vidal y Planas aprieta el gatillo con una firmeza impropia de su timorato carácter. El tiro retumba en el pequeño salón y en la culpa del asesino. La bala, que ha penetrado por el costado izquierdo, recorre el pecho y alcanza el vientre de la víctima. El rojo de la sangre que brota se confunde en el color carmín del sofá, para resbalar después hasta el suelo donde forma un charco tan grande como la ofuscación del atacante. Suda. Su pelo ondulado se le adhiere incómodamente a la cara.

Una actriz sale de su camerino a voz en grito y corre en busca de sus compañeros alertando de que algo malo, terrible, ha ocurrido. La conciencia de la muerte inminente es peor que la muerte en sí misma. Del Olmet lo sabe. Ahora ya lo sabe. Se ahoga. Apenas queda aire en sus pulmones. En el trayecto hacia la casa de socorro, en la calle de las Navas de Tolosa en el distrito Centro, le implora con dolorosa dificultad a uno de los actores que lo acompañan: «¡Mátame, que me ahogo! » Y expira justo cuando los médicos salen a recibirlo con prisas y urgencia sin que nada ya pueda hacerse por él. Unas prisas similares a aquellas con las que don Luis devoró la vida y las horas de redacción en el periódico, y los juicios que cubría, y sus estrenos teatrales, y el amor por su esposa… Ya nada de eso queda. Tan sólo un Madrid entristecido y colapsado por la multitudinaria comitiva fúnebre que acompaña el féretro hasta el cementerio de La Almudena, el último gran acto de la apasionante vida de Luis Antón del Olmet.

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