Vidas de ABC
Julio Camba, el escritor que no quería escribir
Gran columnista, le dio a Mate o Morral su pase para la boda de Alfonso XIII
Madrid, año de 1962. El hombre solitario del Palace vive en una sombría habitación del hotel, junto al cuarto de la plancha, al final del pasillo de la tercera planta, olvidado por todos; olvidado del mundo. Está llena de baúles que siembran el espacio de desorden y del recuerdo de sus múltiples viajes por todo el mundo. París, Berlín, Londres, Estambul, Portugal, Estados Unidos… Algunos aún conservan las pegatinas medio borradas de su paso por lejanos lugares.
El colchón de la cama está viejo y hundido, casi tanto como él. Su única compañía continua es la de las palomas, que reparten su tiempo entre la ventana y el tejado. Ya ni siquiera le molestan. Al caer la noche abandona su habitación, ayudándose de un bastón, para bajar al hall y sentarse a ver el tránsito de huéspedes. No toma nada, ni un vaso de agua. Tampoco se entrega a ninguna actividad más que a la aguda observación. En la época en la que el frío aprieta se acerca a la calefacción y se queda un rato largo sin moverse hasta que es vencido por el sueño. Lleva viviendo aquí desde 1949, va ya para doce años. Dicen que es el banquero Juan March quien le paga el alojamiento. Una manera diferente de reclusión al final de la vida de un hombre que comenzó precozmente a moverse por el mundo. Con trece años embarcó rumbo a Argentina como polizón pero allí duró poco ya que al identificarse como anarquista fue expulsado a España. «Qué poco sentido del humor tuvieron las autoridades argentinas», piensa sentado en el centro de su universo, que en estos momentos es el Palace.
En sus jóvenes años de pensamiento anarquista –¡ahora le parece mentira!–, Julio vivió la bohemia madrileña sin importarle tener que dormir al raso en más de una ocasión o cubierto de periódicos para guarecerse en la redacción de algún periódico republicano. Sus primeros artículos portaban una llama ideológica que no tardaría en apagarse en el agitado corazón de Camba. Los publicó en «Tierra y Libertad», órgano de expresión de la organización ácrata liderada por el padre de la ministra de Sanidad Federica Montseny .
Camba y el terrorista
A solas con sus pensamientos, ni siquiera se da cuenta de que el botones del Palace acaba de saludarlo. No se sabe por qué hoy, embebido por la estela de recuerdos que la existencia va dejando, a veces como un río tranquilo, a veces como una tempestad, le ha venido a la memoria, igual que si estuviera viviéndolo de nuevo, lo ocurrido con Mateo Morral , el anarquista que atentó contra el Rey Alfonso XIII el día de su boda con la joven Victoria Eugenia de Battenberg . El destino propicia a veces extrañas casualidades. Sucedió en el café de la calle Alcalá donde siempre se reunía con Valle-Inclán, Rubén Darío, Pío Baroja y los hermanos Machado, para celebrar intensas tertulias en las que cualquier tema tenía cabida. Aquella tarde conoció a Morral, anarquista recién llegado de Barcelona. Quién iba a saber lo que tramaba...
—Toma, hombre –le ofreció Julio después de una prolongada conversación–, si te interesa esa boda aquí tienes mi acreditación para asistir.
—Vaya, eso es un gran regalo. ¿Usted no va a ir?
—¿Yo? ¿Qué se me ha perdido a mí en el enlace del Rey? ¡Anda, que te aproveche!
¡Menuda impresión se llevó al enterarse del atentado! Y encima él fue el único que acabó prestando declaración ante el juez por los hechos ya que a Morral le encontraron la credencial con el nombre de Camba. «Cuánto daño me hizo aquello...» Recostado en el sillón exhala el humo del cigarro en vertical, como un hilillo que se estira hacia la inmensa bóveda acristalada del Palace, preguntándose cómo no fue capaz de intuir que Morral no era trigo limpio. Más listo fue Baroja al considerarlo «un hombre oscuro y silencioso». Desde entonces tuvo que soportar que la policía fuera a visitarlo cada vez que una destacada personalidad recalaba en Madrid.
—Don julio, ¿no quiere tomar nada? Un aperitivo… o algo para almorzar.
El camarero se ha inmiscuido sin permiso en sus pensamientos, piensa Camba, y no le hace caso.
—Eh, don Julio –insiste el muchacho–. Que tendrá usted que comer algo, digo yo, ¿no…?
Hoy está desganado, cosa rara en él, tan amante del buen yantar y de las sobremesas que le siguen. Pero, claro, es que ya sólo come bien cuando algún amigo lo invita y las sobremesas son flor de otro tiempo. ¿Y por qué siempre se dijo que tenía mal carácter?, se pregunta mientras lanza al camarero una mirada tan hosca e intimidatoria que invita al joven a marcharse sin decir ni pío. «Más le vale, estos jóvenes ya no respetan nada, ¿es que no ve que estoy pensando…?», dice una voz íntima en su cabeza.
Cuando Dámaso Alonso le ofreció un sillón en la Real Academia Española le respondió: «¡Yo no quiero un sillón! ¡Yo lo que quiero es un piso!» «Qué carácter, don Julio, qué carácter...», debió de pensar don Dámaso. Peor fue su reacción ante lo ocurrido con los amigos que le organizaron un falso funeral después de que un periódico americano difundiera por error la noticia de su muerte. Camba se negó pero no pudo evitarlo, así que se vio obligado a asistir al mismo y al posterior banquete que se celebró, ¡cómo no!, en el Hotel Palace. Lanzaron alabanzas de su persona, se gastaron bromas, se gritó, también, contra la dictadura de Miguel Primo de Rivera por la que España discurría. Sobre todo Valle-Inclán, a quien la policía fue a detener al día siguiente.
¿Cómo se reza?
Febrero de 1962. Cuando su mal estado se agrava, el padre Félix García, agustino de refinado porte intelectual, va a visitarlo a su habitación, la misma, la 383, y, al preguntarle si ha rezado, Camba le reconoce que no recuerda cómo se reza.
—Seguro que de algo sí te acuerdas.
—Pues no, padre.
—El «Padre Nuestro» no es algo que se olvide –insiste don Félix.
—Yo sí lo he olvidado –responde el escritor–. Pero... ¿valdría lo de cuatro angelitos tiene mi cama...?
Así es Camba. «No te mueres si no apareces en ABC» , decía ensalzando la importancia de la sección de Esquelas del periódico. Lo que se escribe de quien abandona este mundo no siempre se corresponde con lo que era. Salvo que se trate de Camba. «Quiero al querido Camba», escribió Azorín en ABC el jueves 1 de marzo de 1962, un día después de su fallecimiento. Hablaba del hombre «amable, con sonrisa de complacencia y sorpresa», que vestía sus escritos con «la insinuación y la medida»; escritos inseparables de su forma de ser. Palabra y vida, fundidos en Camba para gozo del lector y también de sus amigos. Ramón Pérez de Ayala consideraba que «la prosa de Camba es no sólo el manantial de la fuente de la eterna juventud, sino, más aún, el de la perpetua infancia». Y es que el periodista gallego mantuvo hasta el final un afán por descubrir, que le hacía entender la realidad de un modo distinto y muy particular.
Junto a ellos, compartiendo las mismas páginas de ABC, Miguel Mihura confesó ante su ausencia: «Da un poco de miedo quedarse aquí solos, en un mundo que no se entiende bien, lleno de incongruencias, sin un hombre al lado como Julio Camba que nos ponga las cosas en claro y nos explique científicamente y en dos palabras que lo normal y lo sensato es lo incongruente y que, por lo tanto, no hay ningún motivo de preocupación». Por eso Camba lució desde siempre una incongruente cordura , la de detestar escribir pero hacerlo como si estuviera tocado por los ángeles; a veces por ángeles rebeldes, críticos, inconformistas, que parecían guiarle en su humor «filosófico y breve», en opinión de Mihura. Tan breve como le resultaba la vida. Sus últimas palabras sobrevolaron para siempre los espacios del Palace y de la Historia: «Hermosa es la vida, pero se acaba...» Palabras que sobrevivirán en el tiempo hasta un limbo eterno.