Juan Gómez-Jurado - Diario de una epidemia
Día treinta y tres: Herencia recibida
«Esto es ser padre, al fin y al cabo. Querer lo mejor, temer lo peor, no dormir, amar el error»
Tengo dos hijos. No hay nada que me haga sentir más orgulloso, ni nada que me dé más quebraderos de cabeza. Esto es ser padre, al fin y al cabo. Querer lo mejor, temer lo peor, no dormir, amar el error. Por eso estaba pendiente de la rueda de prensa de la ministra. «Vamos a propiciar un gran acuerdo que proporcione certidumbre a las familias en un momento de incertidumbre, y que nos permita atravesar el fin del curso», dice. Y yo, en mi casa, miro hacia el cuarto de los niños, y aprieto los puños. No sé si me parece bien o mal lo que escucho, no tengo opinión posible. No por ausencia de conocimientos o por despreocupación. Es porque siento, en el fondo de mi corazón, una verdad incómoda. Que el mundo que les legamos, imperfecto y lleno de baches, está cada vez más manchado, más sucio, más indefinido. Me siento tan indefenso como indefensos estarán ellos cuando crezcan y miren hacia el cuarto de sus propios hijos lamentando, quizás, la herencia recibida.