Juan Gómez-Jurado - diario de una epidemia
Día 52: El martillo
Lleva siglos de moda entender la realidad como un constructo, una realidad percibida por el espectador, o, aún peor, condicionada por el mismo. Cuando la realidad no es independiente al observador, basta con que alguien particularmente avispado tenga un micrófono particularmente grande para que un enorme rebaño empiece a ver el cielo verde.
A la hora de mirar la realidad, el límite es el propio ser humano. Podemos sentar a un constructivista frente a un clavo que asoma en un madero, sin otra cosa que sus pulgares para hundirlo, y disfrutaremos de toda clase de disertaciones sobre la naturaleza del clavo y la conveniencia de hundirlo. Conoceremos la visión del constructivista sobre el origen de la madera, que quizás no sea una madera sino otra cosa muy distinta. Descubriremos lo hermoso que sería tener muchos más clavos, o quizás lo terrible que es mancillar la santidad de la viga con un ofensivo cuerpo metálico. Todo ello durante horas, sin que el clavo avance un solo milímetro dentro de la madera.
O podemos poner a un realista con un martillo y esperar unos segundos a ver cuál es el resultado. Y así me siento yo hoy, mirando por la ventana, con decenas de martillos caminando entre las 20 y las 21 horas.