Juan Gómez-Jurado - Diario de una epidemia

Día 5: una figura desvalida

«La anciana me dice que está muy triste. Nadie va a visitarla, y ahora tampoco puede pararse a charlar con nadie»

Me asomo al balcón a respirar un poco, y una figura llama mi atención. Una mujer, mayor. Los ochenta no los cumple. Siempre me han causado mucha mayor ternura los ancianos que los niños, no sé por qué. Y esta parece especialmente desvalida, en la calle desierta. Le pregunto si está bien, intentando que mi voz suene dulce, no asustarla. Lo que me sale es un graznido rasposo, de tantas horas como llevo sin hablar. Ella se da la vuelta, asustada. En esta zona del Madrid de los Austrias, las vías son estrechas, los sonidos rebotan en los edificios casi pegados, en los adoquines centenarios.

Cuando por fin se da la vuelta y mira hacia mi balcón, me dice que está muy triste. Nadie va a visitarla, y ahora tampoco puede pararse a charlar con nadie por la calle, ni saludar a su amiga de la herboristería. Intento hacerle ver que lo mejor es que regrese a casa. Me dice que, si lo que le queda de vida va a vivirlo sin besos y abrazos, prefiere morirse.

Quiero bajar a abrazarla, quiero acompañarla a casa, pero solo puedo ver cómo se aleja. El sonido arrastrado de sus zapatos contra la acera me desgarra el corazón.

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