Juan Gómez-Jurado - Diario de una epidemia
Día 44: Especies
No tengo gato. No me gustan, me producen un desasosiego tremendo. Tengo un perro, que me produce lo contrario.
No tengo gato. No me gustan, me producen un desasosiego tremendo. Tengo un perro , que me produce lo contrario. La mayor paz y tranquilidad posibles, sobre todo cuando le veo dormir y escucho su respiración, calmada y tranquila. Sin embargo, en estos días me dan ganas de tener uno. Estoy leyendo el libro «Lo que aprendemos de los gatos» (Anagrama), escrito por la profesora del CSIC Paloma Díaz-Mas. Es un intento de entenderlos. «Cuando los vemos jugar, exhibiendo su magnífica forma física, o dormir plácidamente sobre nuestro sillón favorito —sí, ese sillón donde los gatos nunca nos dejan sentarnos— envidiamos su capacidad para vivir intensamente ese instante; sin atormentarse, como hacemos nosotros, por un pasado que ya no existe y un futuro que tal vez no llegue nunca». Leo ese pasaje, miro a mi perro, que tiene algunas de estas capacidades, aunque él no se sube al sofá, y me pregunto si no elegimos mal la especie de mamífero con la que vinimos a este planeta. Mi perro jamás tendrá la oportunidad de disfrutar con Mozart o Cervantes. Pero por otro lado no tendrá que soportar a Sánchez, a Iglesias, a Casado o a Abascal. Las gallinas que entran por las que salen.