Juan Arnau: «Las neurociencias nos convierten en zombies»

En «La invención de la libertad», el astrofísico y filósofo rinde homenaje a quienes preservaron el humanismo del «entusiasmo tecnológico»

El astrofísico y filósofo Juan Arnau ABC

SERGI DORIA

El currículum de Juan Arnau (Valencia, 1968) puede desconcertar a los voceros del pensamiento unidimensional. Después de estudiar Astrofísica, viajó hasta la Universidad de Benarés para adentrarse en la filosofía y la cultura indias con el mejor maestro de sánscrito , el catalán Óscar Pujol. Investigador en el Instituto de la Medicina y la Ciencia del CSIC ha difundido la filosofía y la religiones orientales en una larga bibliografía. Coincidiendo con la traducción del «Bhagavadgita» ve la luz «La invención de la libertad» (Atalanta), un tributo a quienes preservaron el saber filosófico en la era de la Física y el materialismo mecanicista: William James, Henry Bergson y Alfred North-Whitehead.

-Para empezar, una pregunta provocadora para los entusiastas de la realidad cuantificable: ¿Cuánto pesa una nostalgia?

-Esa es precisamente la pregunta que plantea el libro. La ciencia ha temido durante demasiado tiempo lo inmaterial y hoy es más necesaria que nunca una ciencia que aborde estas cuestiones. Bergson sostenía que los recuerdos eran inmateriales y que no necesitaban de un cajón material (el cerebro) para archivarse. Los recuerdos eran suscitados por la percepción y, en cierto sentido, estaba «en el aire».

-Y una frase de pórtico: «No engañan los sentidos, engaña el entendimiento» (Goethe). Toda una declaración de intenciones…

-La frase podía haberla escrito Berkeley. Los sentidos no piensan, la mente sí, ella es la que hace inferencias y ella es la que se equivoca.

-¿Cómo se inventa la libertad?

- La libertad no se inventa, está ya inventada, desde el comienzo de los tiempos. El título del libro es irónico. Tanto James como Bergson y Whitehead fueron insurgentes al paradigma dominante en el mundo científico (y que sigue dominando hoy), según el cual el ser humano es una marioneta biológica, regida por los impulsos físico-químicos que ocurren en el cerebro. En cierto sentido seguimos viviendo en el siglo XIX, el siglo del positivismo. Los tres se opusieron, cada uno a su manera, a este modelo, y por ello reinventaron la libertad.

-¿Estamos muy intimidados por las certezas científicas?

- La ciencia del siglo XX ha estado dominada por los extraordinarios avances de la física matemática. Todas las demás ciencias, incluida la biología, se han plegado a ella. Las matemáticas son muy hermosas, pero la vida no se somete a ellas. No vivimos en un universo matemático, como sostenía Galileo, vivimos en un universo vivo.

- ¿No hay, pues, leyes universales en la naturaleza?

-No, no las hay, a pesar de que es algo que creen la mayoría de los físicos y que se ha convertido en un dogma del cientifismo. Hoy día son muchas las personas cultas que creen en unas leyes inmutables de la naturaleza. Y al mismo tiempo creen en la evolución. Es decir, que en un universo en contínua transformación, hay algo que no cambia, unas leyes escritas en un lenguaje simbólico y que habitan, por así decirlo, en un cielo matemático. Incluso un genio como Einstein se hallaba dominado por esta idea. De manera inconsciente, Einstein prefería un mundo acabado, donde la partida ya estaba jugada, aunque no conociéramos su desenlace.

-Afirma que las neurociencias nos reducen a impulsos eléctricos y combinaciones químicas...

-El modelo newtoniano ha tenido tanto éxito y ha sido tan rentable desde un punto de vista tecnológico que la biología ha tardado mucho tiempo –casi tres siglos- en liberarse de esa servidumbre. Ahora es cuando la está dejando. La idea dominante en las neurociencias actuales es que la persona es un zombi y la conciencia un fenómeno tardío de la evolución, un vapor, causal e innecesario, que sale del cerebro.

-Newton, Bacon, Galileo… ¿Con ellos comienza el malentendido entre ciencia y naturaleza?

-Bacon defendía que el conocimiento no podía ser sólo contemplativo, debía aspirar al poder, a manipular a la naturaleza para que sirva a nuestros fines. Galileo, por su parte, sostenía que la naturaleza hablaba el lenguaje de las matemáticas. A partir de esos dos modelos se despliega la Revolución científica, que termina por considerar la materia como algo externo e independiente de la mente.

-¿Por qué se respeta tan poco la Filosofía? ¿Se hizo demasiado abstrusa?

-Se ha encerrado en su torre de marfil: la universidad, sus congresos; y ha perdido contacto con el hombre de la calle, con sus preocupaciones y necesidades.

-Usted viene de familia de arquitectos y estudió Astrofísica para adentrarse luego en la cultura hindú. ¿Qué encontraba a faltar en la ciencia y las matemáticas? O mejor, ¿cómo resistirse a lo que usted denomina el «entusiasmo ingenieril tecnológico»?

-El mundo contemporáneo libra una batalla latente entre tecnócratas y humanistas. Los primeros detentan el poder de lo cuantitativo, los números que rigen la economía y la riqueza de las sociedades, ellos creen tener ganada la batalla a los humanistas, cuya ingenuidad aboga por lo cualitativo y lo creativo. Pero en el fondo del motor interno del aparato financiero, ese que hoy devora la economía real, en su raíz más profunda, no encontramos los algoritmos de los ordenadores que controlan los mercados bursátiles, sino pasiones humanas como la codicia o la envidia. Y sobre éstas los tecnócratas apenas saben nada, simplemente se dejan arrastrar por ellas. Sobre las pasiones los expertos son los humanistas, de modo que los problemas generados por un mundo en brazos de la técnica sólo podrán resolverse mediante el humanismo.

- ¿Qué aprenderemos de su libro?

-La necesidad de una filosofía de la empatía, la atención y la creatividad. Hemos abusado demasiado de nuestras capacidades críticas, que están sobredimensionadas, mientras que nuestra capacidad empática tiene todavía mucho camino por recorrer.

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