José María Pozuelo Yvancos

El último verano de nuestra juventud

Contra todo pronóstico para quien era fiel lector de sus novelas, me costó mucho entrar en conversación fluida y no convencional, es decir, me costó bastante transmitirle que sus intereses (de escritor) y los míos (de lector, antes que de estudioso) tenían un punto de convergencia

Juan Marsé no era hombre de fácil trato, es más, de sopetón, podía ser algo bronco, sobre todo si quien le hablaba era catedrático de Universidad, quizá porque pensara que esas cosas de la vida académica y la literatura eran distantes (y quizá tuviera en parte razón). De hecho la Historia de la literatura lo tuvo a él en algo menos. Así era en el momento en que yo le conocí hace más de veinte años, y le invité a la Universidad de Murcia.

Contra todo pronóstico para quien era fiel lector de sus novelas, me costó mucho entrar en conversación fluida y no convencional, es decir, me costó bastante transmitirle que sus intereses (de escritor) y los míos (de lector, antes que de estudioso) tenían un punto de convergencia. ¿Saben cómo logré salvar esa reserva suya? Se me ocurrió decir que uno de los poemas de Jaime Gil de Biedma que más me gustaban era «Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma« (en Moralidades ), y le recité aquellos versos en que le hablaba a su amigo Juan (sin decir Marsé) y del «último verano de nuestra juventud», poema que convocaba a Joaquina (la del pechitos de manzana) que era la mujer de Marsé. No solo se le iluminaron los ojos, sino que desde ese momento cambió su relación conmigo y comenzamos a hablar, primero de Gil de Biedma, luego de literatura y terminamos hablando de su novelas, las preferidas suyas... De repente esa coraza bronca se rompió. Y me enseñó algo que no he olvidado: un escritor verdadero solo respeta a quien reconoce lector. Lo demás, importante para otros, ser profesor, ser catedrático, ser crítico, le venía a Juan Marsé como un añadido innecesario y quizá hasta impertinente, que podía dificultar la comunicación. Ocurrió en un restaurante, donde por cierto supo y celebró que yo fuera amigo de Arturo Pérez-Reverte , a quien respetaba y leía...

Aprendí la lección enorme que Juan Marsé hizo vida: sólo la literatura es importante y quizá, fuera de ella, la fidelidad a amigos , como la suya hacia Jaime Gil tan distante y distinto en apariencia, pero de quien atesoraba esos momentos del recuerdo de un juvenil entusiasmo que nunca desaparece cuando se vive como si fuese tan importante como la literatura.

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