José María Carrascal: «El primer problema de España es la falta de responsabilidad»
El colaborador de ABC sobrevuela los dos últimos siglos en «La revolución pendiente» (Espasa) para definir el principal defecto de nuestra democracia
La revolución es la reválida de la nación moderna . Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Estados Unidos, forjaron su ciudadanía democrática, el cambio de uso más allá de la lucha contra el abuso, en procesos revolucionarios. En España, por desgracia, está entre las tareas pendientes acabar de hacerla. Y no por falta de intentos. El su nuevo libro «La revolución pendiente» (Espasa), José María Carrascal (El Vellón, Madrid 1930) profundiza en este problema, estudiando todas las intentonas, guerras, Constituciones y represiones desde 1808 hasta los desencuentros políticos de hoy. Detecta causas repetidas para esa falta de maduración democrática. Con sagacidad periodística persigue las huellas de los demonios del pasado en las encrucijadas de la España de hoy, muy distinta, salvo por esta rumia.
Mientras resuena en las pantallas de la redacción de ABC el pimpampum parlamentario de la investidura , escuchamos a Carrascal, con ejemplos pertinentes y datos exactos que nos rescatan del tedio que provocan los políticos y sus garrotazos.
—Lo más polémico de su libro es la valoración positiva de la transformación económica y social que España registra durante el franquismo.
—El franquismo fue un estado de obras, una expresión que al régimen encantaba. ¿Y de ideas? ¡Nada! Ahí es donde falla, porque la revolución es política y la política a Franco no le gustaba nada. Era un hombre del siglo XIX. No quería la democracia liberal para España de ninguna manera. Pero conocía las necesidades del pueblo.
—Es lo que demuestran esas cifras incontestables en su libro.
—Están sacadas de un gran estudio que hizo el BBVA. Doy datos de todas las magnitudes económicas en 1935 y 1975. Los números no engañan. Hay que ver lo que era la España de 1935. Yo me acuerdo. Llegaba el capataz y señalaba a quienes tendrían jornal. Estaba pendiente una enorme reforma.
—¿Las cifras explican aspectos sociales de lo que luego nos ha pasado?
—El libro aporta cifras, así como la lista de leyes de carácter social, desde el Fuero del Trabajo. Había pueblos con candiles, en la Edad Media. La transformación hasta el 1975 es enorme. El problema es que no se corresponde ni de lejos con la evolución política.
—Y no generó ciudadanía. Usted señala que la clase media que crea Franco a golpe de planes de desarrollo tiene alma funcionaril.
«La clase media del franquismo era funcionaril»
—Lo dice Linz. Es la estructura del Estado. El español de clase media no es un burgués, no emprende, no quiere responsabilidad, no cambia de mentalidad. Y cuarenta años después este problema vuelve a aflorar, porque no ha cambiado la mentalidad del ciudadano: responsable e independiente.
—¿Los partidos siguen esa inercia?
—Buscan el quítate tú para ponerme yo para seguir actuando como antes. Dejemos aparte lo de la corrupción. Pero la actitud es de funcionario. La palabra misma revela mucho. Es alguien que tiene ¡una función! [dicho con empaque] en el Estado. Qué distinta es la expresión inglesa: «public servent», servidor público, ¡fíjate qué diferencia! ¡Es lo opuesto!
—En la investidura reverberan choques que relata en el libro, como la pugna entre la izquierda radical y la moderada en la II República.
—Ese es otro de los puntos clave, que será tema de mi próximo libro. ¿Qué es la izquierda? Es un idealismo que quiere la cosa perfecta. La derecha tiene más los pies en la tierra. Se ve incluso en su definición de democracia: el menos malo de los sistemas. La izquierda apunta a libertad y justicia, fraternidad e igualdad totales, ideales que se dan poco y de forma completa nunca. Por eso los experimentos de la izquierda son cacharrazos: el último el comunismo. Yo que viví en el Berlín antes y después del Muro puedo contar lo que fue.
—Hechos los diagnósticos, ¿cómo arreglar los problemas?
—En este momento tan global España o se adapta, con sus problemas antiquísimos y todo, o se hunde.
—¿Pero España tiene buena imagen?
—Sí. A todos los alemanes y americanos que conozco, les encanta España. Es un hecho. Y las diferencias materiales son mínimas ya.
—¿Llegará esa revolución pendiente?
—Yo soy optimista, creo en el desarrollo. Creo en el progreso, porque lo he vivido. A lo largo de mis 86 años he visto ese cambio desde la España de 1930 o 1940 a la de ahora. No tiene nada que ver. Ha evolucionado objetivamente para bien. Pero solo ha habido una cosa que no ha cambiado: los españoles.
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