Jesús García Calero
Las «obras difíciles» y el ministro de Cultura
Rodríguez Uribes debutó ayer ante la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados y lo hizo con buena nota
No quiere José Manuel Rodríguez Uribes que le tomen por un ministro del agua y el aceite como otros que han tenido que meter la Cultura y el Deporte en la Cartera. Debutaba ayer ante la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados y lo hizo con buena nota. Lució cultura y deportividad, no parecía un neófito en la España crispada , sino un político de cuando los consensos se cultivaban.
Esta Comisión fue una isla durante el bloqueo político, todos los partidos pactaban dentro de lo razonable y dejaban señas de admirable parlamentarismo (hoy diríamos vintage ). Por lo visto ayer, bien podría seguir existiendo la isla, aunque han llegado algunos náufragos de la normalidad democrática. Hay nacionalistas que no ven contradicción en poner a parir a España (lo hizo Joan Maragall, de ERC, con su lazo en el ojal) como base de sus ansias independentistas y luego sin despeinarse pasan la gorra para pedir más dinero del (odioso) Estado. O Laura Borràs, de JxCat, que de tanto atacar y tanto pedir recibió un buen repaso a balón parado del portavoz socialista Marc Lamúa, gerundense del PSC que le ahorró al ministro un remate de cabeza.
Al contrario que la mesa de diálogo con Torra en la Moncloa, la Comisión de Cultura incluso acabó a tiempo para que sus señorías pudiesen ver el partido de Champions . Todo fue tan sano, educado, democrático y normal que Rodríguez Uribes defendió desde la tribuna el régimen del 78, la Constitución, el Estado Autonómico y la libertad de ir a los toros, mientras vendía su política de género que ayudará a las mujeres a hacer más cine porque convalida sus filmes con otras «obras difíciles» (qué poco afortunada es la expresión).
El ministro parecía mirar a unos y otros como los buenos directores de orquesta. Pero había truco: en realidad miraba al fondo de la sala donde estaban, en un alarde de natación burocrática sincronizada, una veintena de altos cargos y asesores que se sumergían en sus carpetas al unísono y otras veces movían fichas y cartulinas con datos y argumentos a tal velocidad que parecía una convención de «croupiers». Le llegaban notas en menos que a un piloto de Fórmula 1 le cambian los neumáticos.
En el centro derecha lució un experto Guillermo Díaz (de un Cs mermado), persistente y cortés, exigiendo concreciones en pensiones de los artistas, ley del mecenazgo, los galeones y las conmemoraciones despreciadas por Guirao. Uribes recogió el guante. El PP y Vox hicieron su papel, sus reivindicaciones, pero se les vio más perdidos, un poco caóticos y fuera del nivel preciso, el que impone la maquinaria ministerial. Esa puesta a punto sí que merecerá el tratamiento de las «obras difíciles».