Jesús García Calero
Nuevo discurso emergente en el PSOE: la cultura no da votos
La política cultural está lejos de los discursos centrales del partido en esta nueva época y la pandemia lo ha hecho evidente
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Llevamos tanto tiempo tratando de interpretar las estrategias del Gobierno, descifrando los cambios desvergonzados de socios, los motivos de sus medidas más cuestionables y sus cambios de rumbo, que tal vez es hora de quedarnos con lo evidente: este Gobierno es –por mucho que nos disguste– lo que parece. En el terreno de la cultura, la certidumbre de que las políticas del sector están muy lejos de las líneas centrales del partido que lo sustenta. Conviene analizar por qué.
Ha pasado mucho tiempo desde que era de otro modo. Sabina cantaría eso de «entre la cirrosis y la sobredosis»... La política cultural del principal partido de la izquierda, el PSOE, ha cambiado al menos tanto como ha mutado el resto de políticas desarrolladas por los socialistas. No resulta fácil percibirlo todavía porque es un lugar común que en España el mundo cultural es de izquierdas y que las relaciones del sector de la cultura con el PSOE han sido privilegiadas durante décadas. Pero a cualquier observador atento no se le escapará que ese cliché ha sido ya superado del todo.
El partido responde hoy a la impronta de Pedro Sánchez, su persona más su jefe de gabinete, Iván Redondo . Sus estrategias sobre el tablero político hacen perder pie a sus adversarios, aunque socaven las instituciones y las bases de nuestra convivencia. Han abandonado líneas maestras que «la cultura de partido» del PSOE mantuvo desde los tiempos de Felipe González. Por eso ya no resiste el análisis su pretendido apoyo incondicional –ni el del partido ni el del Gobierno– al sector cultural.
La pandemia de la Covid-19 ha hecho visibles muchas grietas. La cultura agoniza, sobre todo aquella que depende del público. Con la música y el teatro a la cabeza, las industrias culturales asisten a la debacle sin que el PSOE haya sido capaz de poner sobre la mesa un plan de choque o de reactivación creíble. El decreto de ayudas a la cultura llegó tarde . Y sobre todo llegó después de una desafortunada intervención del ministro José Manuel Rodríguez Uribes, en la que daba por sentado –quizá confesando la verdad que recorre las venas del partido – que habría que esperar antes de pensar en la cultura. En un Gobierno de 23 ministros ningún otro postergó la defensa de su sector. Y resulta evidente que la prioridad sanitaria no está reñida con el trabajo sectorial, ni con algo más importante: un cierto disenso. Algunos observadores creen que el ministro podría haberlo pactado con Sánchez para amplificar un discurso protector de los medios culturales, pero no lo hizo.
Hay en los últimos meses detalles de sobra para sostener que la cultura se ha caído de las prioridades del PSOE: promesas incumplidas, números que no salen, sectores abandonados (músicos, tauromaquia, videojuegos...) , brotes de indignación como el de Echanove en Instagram, errores, falta de gestos para apoyar los espacios culturales seguros cuando más lo necesitan... El último episodio es la bronca en el Congreso con Unidas Podemos a cuenta del plazo de enmiendas que retrasa una vez más la ley de ayudas a la cultura, que se tramitaba de urgencia.
La respuesta a la pregunta evidente, ¿por qué?, resulta sencilla. En el discurso estratégico del partido y del Gobierno ya se oye que la cultura no da votos . A los gurús de la política les parece que es así, aunque en el partido, claro, no todos están de acuerdo.
¿Podría, sin embargo, quitarlos , ahora que vemos manifestaciones como la de #AlertaRoja, o la quejas que se intuyen en las industrias culturales que contaban con más apoyo para mitigar el hundimiento económico? ¿Tal vez se confía en que un volantazo de última hora reclute otra vez las voluntades postergadas o es que hay la impresión de que apoyar la cultura de algún modo estigmatiza? Tal vez «ahora es demasiado tarde, princesa», como continuaba Joaquín Sabina su canción.
Porque el punto de inflexión se produjo en marzo de 2008. En la campaña electoral relevantes figuras del mundo cultural se movilizaron por «la ceja», en apoyo de un segundo mandato del PSOE, con el rasgo identificable de José Luis Rodríguez Zapatero. Rota la neutralidad, eso trajo consecuencias: agresividad de la derecha como defensa ante esa toma de partido y luego desencanto con el gobierno de ZPque tuvo que gestionar (no muy bien) el inicio de la crisis con políticas de austeridad. Tanto a la cultura como al PSOE les quedó cicatriz de aquellos días.
Antes, desde 1982, se había mimado al sector. Felipe González cultivó en la «Bodeguilla» un trato especial. Además, puso a grandes figuras del partido, como Solana, o intelectuales como Jorge Semprún, al frente de la Cartera. Después vino la era Aznar y la ácida batalla del «No a la guerra» –otra baza para la izquierda– , y luego Zapatero trató de vincular la sensibilidad del partido con lo mejor de la vida cultural de la II República y el exilio (Zambrano, la Residencia...), en lo que todavía era un discurso coherente y central para el PSOE. Pero luego todo fue a peor, como el resto de la política española. Y por eso ya no nos sirven los clichés de la ecuación cultura-izquierda.
Mejor no tocarlo, dicen los gurús . No nos beneficia. «La cultura es una política para tiempos tranquilos», añade quien tiene experiecia. Los actuales tiempos tranquilos no son, pero el sector se juega aquí y ahora su futuro, su pan. «No hay capacidad para dedicarle la energía política necesaria», según hemos oído. Hay otras batallas urgentes. Ahora es demasiado tarde. Hace tiempo que ni la cultura, ni los ministros, ni el PSOE son lo que eran. Tal vez el mundo de la cultura acabe buscando otro perro que le ladre, princesa.