Javier Cercas: «El dilema entre monarquía y república no es más que uno de esos falsos problemas que crean los malos políticos»

Discurso íntegro del premio Mariano de Cavia 2021

Javier Cercas, durante su discurso ABC

Javier Cercas

Majestades, no teman: esta vez no diré que soy un impostor, como dije hace poco ante ustedes en una ocasión semejante; y no lo diré por el qué dirán; es decir: para que no parezca que incurro en el abominable pecado de la falsa modestia. Pero la verdad es que así es como me siento hoy de nuevo: como un impostor . Sólo que esta vez lo siento por partida doble.

En primer lugar, porque, hoy, un jurado compuesto por algunos de los periodistas más relevantes de este país me concede un premio de periodismo, y lo cierto es que yo no soy un periodista de verdad, sino sólo un escritor, ante todo un escritor de novelas: el periodismo es algo demasiado serio como para que yo me considere un periodista . Pero, además, no puedo sino sentirme un impostor porque el artículo que el jurado ha tenido la generosidad desaforada de premiar no hace más que constatar una verdad palmaria. O dos, si lo prefieren.

La primera verdad es que el secesionismo catalán no sólo es «una forma inaceptable de secesionismo de los ricos», como la llama el gran jurista italiano Luigi Ferragoli , sino que, en la Cataluña de hoy, los más desfavorecidos no son secesionistas. Para verificar esta evidencia ni siquiera hace falta consultar cualquiera de los muchos estudios disponibles, empezando por los estudios de los propios secesionistas; según explico en el artículo premiado, basta con darse un paseo por cualquier ciudad catalana: en los barrios opulentos del centro, banderas secesionistas y lazos amarillos; en los barrios humildes de la periferia, ni un solo lazo, ni una sola bandera secesionista (banderas españolas sí, y hasta algún banderazo). No digo que la cuestión económica explique por entero el problema catalán; digo que, sin ella, es imposible explicarlo. Esa es la primera verdad: que, además de profundamente antidemocrático (como demostró en otoño de 2017), el secesionismo catalán es inequívocamente insolidario , esencialmente reaccionario.

En cuanto a la segunda verdad, déjenme decir algo que me apetece mucho decir aquí, en la sede del diario conservador español por excelencia: soy un votante de partidos de izquierda . No siempre soy su simpatizante, pero siempre o casi siempre los voto. Y los voto porque creo que, en lo esencial, la izquierda tiene razón; si me convencieran de que quien tiene razón es la derecha, no lo duden: votaría a la derecha. Pero creo que la izquierda tiene razón por algo que todos sabemos o deberíamos saber, y es que décadas de continuadas políticas socialdemócratas han creado las sociedades más prósperas, libres e igualitarias del mundo en el norte de Europa, en países que son, casi sin excepciones –mira por dónde-, monarquías parlamentarias, lo cual debería bastar por sí sólo para demostrar que el famoso dilema entre monarquía y república no es más que uno de esos falsos problemas que crean los malos políticos para ocultar los problemas verdaderos: en España, como en Noruega o Dinamarca o Suecia, el auténtico dilema no es monarquía o república, como lo era en la España de hace un siglo, sino mejor o peor democracia. Dicho lo anterior, comprenderán ustedes que, para un votante de izquierda -que sabe que la izquierda es internacionalista o no es-, resulte tremendamente decepcionante constatar (es la segunda verdad que mi artículo señala) la asidua complicidad de la izquierda española con el nacionalismo en general y con el secesionismo catalán en particular: si la izquierda no está con los pobres sino con los ricos, ¿para qué demonios sirve la izquierda?

Hacia 1955 William Faulkner declaró: «Un escritor, si quiere serlo bueno, debe ser de una integridad total». Pues bien, yo me he pasado la vida intentando ser un buen escritor, y sé que, para cumplir con esa absoluta exigencia de integridad, lo más importante que un escritor debe hacer es contar la verdad . Una verdad también doble, y complementaria. Por un lado, la verdad literaria, que es una verdad abstracta, moral, universal: la verdad de las mentiras, como la llama Mario Vargas Llosa . Pero por otro lado está la verdad de los hechos, una verdad concreta, factual, la verdad de la historia o el periodismo o la simple ciudadanía. Y es cierto que, cuando la mentira se impone o parece imponerse –como últimamente ha ocurrido allí donde el nacionalpopulismo ha triunfado, ya fueran los Estados Unidos de Donald Trump , la Gran Bretaña del Brexit o la Cataluña del Procés-, se puede llegar a pagar un precio más o menos alto por decir la verdad. Bueno, pues si hay que pagarlo, yo estoy dispuesto a hacerlo , y además con la máxima alegría, porque no hay mayor alegría que asumir el propio destino. «Cuando Dios te da un don», escribió Truman Capote , «también te da un látigo, y el látigo es únicamente para fustigarte». Yo no creo que Dios me haya dado un don, por desgracia, pero estoy seguro de que me ha dado una vocación, que es el otro nombre del destino. Así que acepto con mucho gusto mi látigo. Lo único que lamento es que a menudo, demasiado a menudo, ese látigo no sólo sirva para fustigarme a mí, sino también, y por mucho que yo intente evitarlo, para fustigar a las personas que tengo a mi lado. Quiero decir que, puestos a darme un premio por el simple hecho de decir la verdad –una verdad que todo el mundo conoce, porque está a la vista de todos–, hubiera sido mucho más justo que se lo dieran a mi mujer y a mi hijo, que han tenido el valor de soportar por mí cosas que yo no sé si hubiera podido soportar por ellos. Créanme: no debe de resultar nada fácil ser el hijo o llevar treinta años casada con un individuo empeñado en ser el mejor escritor que puede ser, y mucho menos en la Cataluña de hoy. Y no digamos si, como mi mujer, tienes no dos apellidos catalanes, sino –calculo yo, a ojo de buen cubero- setenta y dos . Por eso estoy tan feliz de que ellos dos estén hoy esta noche aquí, conmigo, para recoger este premio que en realidad es suyo. Muchas gracias, Raúl. Moltes gràcies, Mercè.

Y muchas gracias a todos.

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