El increíble viaje de María Intxaustegi, que navegó desde el fin del mundo para sortear la pandemia
El estallido de la pandemia sorprendió a la arqueóloga vasca a bordo del velero Bark Europa en la Antártida. El cierre de fronteras les obligó a regresar a Holanda tras 81 días en el mar, sin escalas

Mientras toda España permanecía en confinamiento tratando de ponerse a salvo, la arqueóloga María Intxaustegi vivía la mayor aventura de su vida, cruzando el mundo por culpa de la pandemia y expuesta a los peligros del océano indómito en un velero. Con todos ... los puertos cerrados su barco se vio obligado a regresar a Europa desde Tierra de Fuego, sin escalas , atravesando a vela, por ejemplo, una tempestad de fuerza 8 y mil millas de diámetro...

La historia comienza con María contratada como guía en el Bark Europa, un velero de 56 metros de eslora, tres mástiles y 30 velas que viaja anualmente a la Antártida y admite pasajeros. Escaladora y navegante, además de arqueóloga, la donostiarra tenía como misión, además de tripular la nave, asomar a los pasajeros a la historia de la navegación. «Me llamaban “Miss bla-bla-bla” , porque siempre estaba contando historias, enseñando a los más interesados a usar el sextante para calcular nuestra posición, a predecir el tiempo según las nubes...» Todo iba bien, era un trabajo soñado, en un viaje de ensueño.
Rumbo a la Antártida
En febrero dejaron Ushuaia, la ciudad en el extremo de Tierra de Fuego, poniendo la proa al Mar de Weddell, la porción del océano Antártico que se congela en invierno , porque estaba aún abierto. Entonces habían oído hablar de un «virus chino», algo lejano, nos comenta María. «En el barco no se reciben noticias, solo hay un mail satelital para emergencias, los tripulantes debemos estar muy concentrados».
De aquellos días tranquilos recuerda sus «guardias de hielo», subida en la penumbra a lo alto de los 40 metros del palo mayor , forrada para soportar un viento cortante, con los prismáticos y la radio en las manos, guiando al timonel entre las sombras blancas de los hielos -«dos grados a babor... tres a estribor...»-. Así 22 días, con sus noches, hasta que por fin regresaron a Ushuaia.

El 16 de marzo regresaron por el canal Drake y vino un práctico del puerto para guiarles. «Vimos su cara de preocupación al instante. Nos dijo que Puerto Williams, en el lado chileno, había cerrado . Y que Ushuaia lo haría en pocas horas». Al llegar a la zona de cobertura, miles de mensajes entraron en sus móviles. ¿El mundo parecía haber enloquecido? Era su primer contacto con la pesadilla de la pandemia.
El virus, en cadena
Tuvieron tiempo justo para desembarcar a los pasajeros, que cogieron los últimos vuelos que regresaban del fin del mundo. Y para comprar suministros porque todavía creían que podrían seguir con el plan inicial de navegar a Valparaíso e isla de Pascua . Pero a las pocas horas Ushuaia también cerró.
El capitán decidió fondear unos días en la bahía, esperar instrucciones y aprovechar para hacer labores de mantenimiento. Siempre hay óxido que rascar, averías que reparar. La vida del navegante es inquieta. Algunos ya llevaban 3 meses embarcados . En unos días el plan era imposible, las fronteras cerraron una a una. No había un puerto que aceptase a 19 tripulantes de 12 países por el virus .
Solo había una solución: navegar hasta Holanda, volver a casa, cruzar el mundo a vela, sin usar motores porque el gasoil era necesario para potabilizar el agua y mantener la comida en las cámaras. Sería como hace dos siglos. Buscarían los vientos portantes, las corrientes más favorables, para atravesar el globo casi de punta a punta .
El barómetro cae en picado
Eric Kesteloo, el buen capitán, sacó un libro de navegación del siglo XIX, ahí estaba toda la sabiduría de la ruta de los «clippers» de la edad dorada de la navegación a vela. Salvo por el GPS, su aventura tendría el mismo sabor, riesgos semejantes. Y el peligro no tardó en aparecer. Cuando los barómetros caen en picado, cualquier navegante sabe que lo que viene va ser difícil. Muy poco tiempo después, la tormenta dio la cara . «La víspera el mar quedó totalmente en calma y el cielo gris eléctrico, con una luz extraña, plomiza», relata María.
Y lo que vino fue muy grande. El mito de los 40 rugientes sigue ahí, para quien quiera navegarlo, porque nada más bordear las Malvinas a 20 millas para buscar los vientos hacia el norte y ponerse a salvo de la corriente de Brasil, se les echó encima. En apenas unas horas, les cayó una borrasca austral con vientos de 40, 50 y hasta 60 nudos , y olas de 8, 9 metros (¿tres o cuatro pisos de altura?) que inundaban el barco.
«¡Fue guay!», exclama sin atisbo de sombras en la mirada María mientras lo recuerda, «la vimos venir, pudimos preparar el barco, fue como estar 12 días en una lavadora» . Las dos guardias diarias de 6 horas fueron extenuantes, incluían una hora de timón, «la hora del gimnasio», porque el mar venía por la aleta de babor, «veías las olas llegar por popa, no podías distraerte un minuto ni desatar el arnés de la línea de vida».
Recuerda haber subido por las jarcias con viento de 30 nudos : «Si el capitán lo mandaba lo hacías, y yo soy una mujer vasca que no acepta la autoridad fácilmente, pero cuando estás delante de alguien que conoce tan bien el oficio sabes que si te pide que subas es porque es exactamente lo que toca, lo que hay que hacer para seguir bien todos», dice expresivamente.
Siempre atados con los arneses a la línea de vida, la guardia de estribor o la de babor, pudieron sobrevivir a aquel infierno de doce días. El mar arrastraba todo . La borrasca tenía fuerza 8-9 (la escala de Beaufort se divide en 12), corresponde a una tormenta que en tierra «quiebra las copas de los árboles, impide caminar y arrastra los vehículos». ¿Y en el mar? «Pasamos muy cerca del ojo, para coger el mejor viento. Fue algo alucinante y horrible, en diez días de navegación estábamos en latitud 31 . De haber seguido así, habríamos llegado a Holanda en un mes», comenta María.
Más que familia
Aquellos 19 tripulantes lo pasaron tan mal y tan bien que se han hecho íntimos, más que familia . «Nadie me conoce como ellos, fueron tantos los momentos y tantas las pruebas que no podrías disimular nada, ni al enfadarte ni al buscar la soledad, ni en los buenos ni en los malos momentos», recuerda la arqueóloga con emoción patente. Y relata detalles reveladores de la personalidad de algunos de ellos, con los que sigue unida por las redes y la mensajería, como si ahora el teléfono fuera una extensión de la guardia en el barco .

También recuerda momentos inolvidables: «Me acuerdo mucho de la hora del café en la tormenta, con el barco dando tumbos y las tazas volando. Nos daba por reír, de puro agotamiento ». Momentos breves para relajarse antes de dormir unas horas fiados en la pericia de la siguiente guardia. Tiempo precioso, de charla, de tocar la guitarra o de cantar, de una largamente deseada cerveza, de escribir unas breves líneas con las impresiones del día, de guardar para sí visiones imborrables.
La tormenta fue superada y siguieron navegando decididos hacia el norte, hacia el Ecuador. También le resultan memorables las horas de timón nocturno durante los días normales, cuando alguien, a menudo el capitán, llegaba con ganas de conversar y te ofrecía una taza de bebida caliente. «Hablas en esos instantes de cosas que difícilmente contarías ni a tu familia cuando llegas a ese grado de amistad , de camaradería, bajo las estrellas, mientras la nave avanza, cabecea y sientes la fuerza del viento».
Las calmas exasperantes
Al llegar al Ecuador, sabían que debían evitar los «doldrums» o calmas. Lo tenían claro, pero no pudieron . En una quedaron atrapados. «Durante una semana, ni una gota de viento, era frustrante, con una temperatura de 43 grados de día y 40 por la noche y un mar a casi 30 que no refresca. ¡Y nosotros con ropa polar...! Por eso está mejor dicho en inglés...». María se refiere a que «doldrums» viene de «dold» (estúpido) y «rum» (rabieta infantil) . Se comprende la desesperación porque además la corriente les empujaba hacia el sur. «Cuando estábamos desmoralizados, el capitán nos reunió y nos dijo “lo hemos enfocado mal, debemos contemplar lo que tienen de singular”, y declaró el día siguiente fiesta oficial de la contemplación de los “doldrums”». Intxaustegi se ríe al recordarlo...

Y sigue el relato de esta aventura: «El Atlántico norte nos puteó mucho. El océano austral no es para principiantes, pero los cambios bruscos del Atlántico norte son más peligrosos . Para empezar, el anticiclón no estaba en las Azores, donde debía, sino al oeste y en realidad hubo dos anticiclones seguidos que nos empujaron a las costas de América, íbamos hacia la península del Labrador . Eric se planteó volver a Holanda bordeando las islas británicas por Escocia, eran demasiados días».
Los navegantes son también matemáticos, así que lo que hicieron fue calcular el ahorro de gasoil. Y el capitán dio una orden que sonó a música celestial: encender el motor 22 horas . Con eso bastó para salvar los anticiclones. Era el 28 de mayo y se encontraban a la altura de Lisboa. Habían pasado muchas penalidades.
Entonces se acabaron las patatas, recuerda María . Y el golfo de Vizcaya les recibió con un tormentón. «Mi mar, el mar de mi tierra, me saludaba, fueron solo dos días de tormenta fuerte, muy movidos, y estábamos tan cansados después de la borrasca, las calmas, más de tres meses embarcados..., pero lo aceptamos y llegamos por fin al Canal de la Mancha». A tres días de llegar a puerto emitieron por fin el «Time of Arrival» para el 16 de junio a las 12h.
Los ojos de María brillan al recordar la fiesta de bienvenida en Scheveningen, con una parada de decenas de barcos en la bocana del puerto y con fruta fresca, amigos y familiares en el muelle, a pie de noray. Les hicieron sentir como unos héroes. María también juega al rugby así que las chicas de la tripulación se sintieron como guerreras por haber superado la prueba de 81 días y se lanzaron a bailar una Haka maorí. El momento lo recogió una TV holandesa.
Balance de aventuras
La conversación con María Intxaustegi fue larga y llena de detalles. Este es sólo un breve relato. Al final, le pedimos un balance. Y nos sorprendió: «Es la primera aventura de verdad que he vivido . No estaba preparada, no teníamos el equipo necesario y no nos habíamos mentalizado ni entrenado para aguantar. Nunca he sentido tanta incertidumbre».
Cuando llegó a España se sentía de otro lugar. Fue a finales de junio, «aún tenía mareo de tierra. Medio Donosti iba con mascarilla, haciendo ver la situación, y la otra mitad como si no hubiera pasado nada. Estoy en medio, no sé dónde situarme. Paso todo el tiempo que puedo en el monte, con mi perra Berta, y con mi pareja y mis amigos. Trato de poner mis otros proyectos en orden, que son muchos. Y sueño todo el rato con volver al mar. Soy navegante», repite varias veces con seca emoción. Arqueóloga, escaladora, aventurera y, hasta la médula, navegante. Su confinamiento fue cruzar el mundo.
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