Los horrores del mar en la guerra más devastadora de la historia

Craig Symonds publica la obra definitiva sobre la totalidad de la guerra naval entre 1939 y 1945

Imagen de la batalla del Atlántico, durante la Segunda Guerra Mundial ABC
Israel Viana

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La Segunda Guerra Mundial acabó en el mar. Encima de un acorazado estadounidense de clase Iowa, el Missouri , seis años y 60 millones de muertos después. Se encontraba anclado en la bahía de Tokio después de que hubiera sido alcanzado por un kamikaze japonés, cuando apareció el destructor Lansdowne, veterano de muchas batallas del Pacífico, de Guadalcanal a Okinawa, y redujo su marcha hasta colocarse al costado de este. Eran las 8.55 de la mañana del domingo 2 de septiembre de 1945.

El ministro japonés de Asuntos Exteriores, Mamoru Shigemitsu , vestido con su impecable uniforme de gala y un sombrero de copa negro, comenzó a subir por la rampa del Missouri, cojeando, a causa de su prótesis de madera. Resultaba doloroso que fuera él quien encabezara la delegación de los perdedores, ya que había sido de los pocos en oponerse a las desmesuradas ambiciones militares de Japón. Y la tripulación americana, por su parte, había fregado y cepillado todo el acorazado hasta dejarlo perfecto, con sus dorados relucientes y sus nueve cañones de 406 mm apuntando al cielo, para el momento histórico que estaban a punto de vivir.

El general MacArthur , comandante en jefe de los aliados en el Pacífico, presidía la ceremonia. Pronto dejó claro que aquello no era una negociación: «Nuestros diferentes ideales ya se han decidido en los campos de batalla». A continuación manifestó su «ferviente esperanza» de que «surja un mundo mejor de aquel derramamiento de sangre». Y, al final, instó a los representantes del Gobierno nipón a firmar su rendición. Fueron varios minutos en el más absoluto silencio. MacArthur se acercó después al micrófono y, sabiendo que no le escuchaban solo las personas de la cubierta, anunció solemnemente: «Recemos para que se restablezca la paz en el mundo y Dios la preserve para siempre. El acto ha concluido».

Una historia gigantesca

Con esta escena cargada de dramatismo y abundante en detalles, más propia de una novela de Julio Verne o Robert Louis Stevenson, concluye Craig L. Symonds su último libro: « La Segunda Guerra Mundial en el mar » (La Esfera de Los Libros). Casi 900 páginas adictivas y trepidantes en las que el autor no pierde un ápice de la precisión y rigurosidad de los grandes tratados de historia. «Si lo medimos en número de personas afectadas, en muertos, en el coste económico, en el alcance geográfico o en cualquier otro índice, no hay otro conflicto que se acerque a este ni de lejos, ya sea en tierra o en mar. Esa fue la principal dificultad de escribir este libro. Quería contar una historia gigantesca, lo que significaba saltar de un teatro a otro, y mantener una narrativa convincente y consistente», explica a ABC el historiador estadounidense.

A lo largo de su obra, Symonds revisa las principales batallas navales y explica lo cruciales que fueron todas ellas en el transcurso del conflicto, poniendo de manifiesto tanto su magnitud como la relación entre ellas, un aspecto importante que ha sido obviado en libros anteriores. «La mayoría se centran en un aspecto particular o una batalla concreta. Yo mismo he escrito libros sobre la batalla de Midway y el Día D, pero no abarcan su alcance total. Cuando se ha intentado, tienden a dividir en zonas: Europa, Mediterráneo, Pacífico, etc. Como si fueran conflictos independientes. Yo quise contar la historia completa cronológicamente, la forma en que sucedió y cómo la manejaron sus líderes, para que los lectores aprecien su complejidad. Por ejemplo, mientras Malta y Guadalcanal son eventos distintos en lados opuestos del mundo, ocurrieron simultáneamente y fueron manejados al mismo tiempo», subraya.

El hundimiento del Royal Oak

Symonds empieza con el sorprendente ataque del submarino nazi U-47, el 14 de octubre de 1939, contra el gigantesco acorazado británico Royal Oak, uno de los barcos más importantes del enemigo y del mundo en aquel momento, que se creía a salvo en el fondeadero escocés de Scapa Flow , la principal base de la Royal Navy. «A la 1 de la madrugada, el capitán de corbeta alemán Günther Prien disparó tres torpedos sin que la tripulación del Royal Oak se hubiera enterado de su presencia. Una gigantesca columna de agua, tan alta como la superestructura del buque, se elevó en medio del barco. Le siguieron otras dos. Se vio salir volando fragmentos del buque y, en la oscuridad, surgieron llamaradas de varios colores. De la parte inferior brotaba humo. El acorazado empezó a escorarse y, a los pocos minutos, se estaba hundiendo. Al bloquearse muchas compuertas por seguridad, cientos de marineros vieron cortado el paso al intentar salir a cubierta», describe.

El autor continúa después con la batalla del Atlántico y sus 95.000 bajas; el «milagro» de la evacuación de Dunkerque y las enconadas batallas por el control de los fiordos noruegos; la Regia Marina de Mussolini y el poderío naval japonés en el Pacífico; el «estúpido» ataque de Pearl Harbor y el hundimiento intencionado de la Flota francesa en Tolón, en 1942, así como el desembarco de Normandía. Las batallas navales llenaban el océano de cadáveres y causaban gran impacto en la opinión pública.

Un kamikaze impacta en el portaaviones estadounidense St Lo U.S. National Archives

Sacrificio en ambos bandos

«Los soldados suelen tomar el pelo a los marines diciéndoles que la armada es esencialmente su servicio de autobuses, pero saben perfectamente que su supervivencia depende de mantener las líneas de comunicación marítimas», subraya Symonds, al que los episodios que más impresionaron fueron «la improbable victoria estadounidense en Midway , donde una fuerza estadounidense más pequeña fue capaz de sorprender y destruir a la flota más poderosa de portaaviones japoneses en 1942. También la compleja invasión aliada de los canales del norte de Francia el día D y la desesperación de los pilotos suicidas japoneses frente a Okinawa, en octubre de 1944. Todos ellos dan testimonio de la valentía, la determinación y el sacrificio de los soldados, marineros y aviadores de ambos bandos».

El autor entrevistó a supervivientes y accedió a los relatos de miles de veteranos en el Museo Nacional de la Guerra del Pacífico en Fredericksburg, la Academia Naval de los Estados Unidos o la Universidad de Columbia. «Se caracterizan por su franqueza. Muchos de ellos, independientemente de su nacionalidad, se mostraron reacios a hablar con sus seres queridos sobre lo que habían experimentado. Pero el anonimato de una grabadora les permitió hablar de ello con extraños... y es bastante conmovedor», añade.

Symonds no se olvida del inmenso desarrollo tecnológico que supuso la guerra ni de sus dirigentes: « Churchill fue el único cuyo país dependía de una estrategia naval exitosa, ya que Hitler nunca entendió el valor del poder naval y Mussolini estaba más interesado en revivir el prestigio italiano en el Mediterráneo». Ni tampoco de los cientos de miles de marineros y oficiales de todas las nacionalidades que perdieron sus vidas. «No se acerca a la cifra de muertos causada por los bombardeos aéreos de Hamburgo, Dresde, Tokio, Hiroshima y Nagasaki, pero fue horrible. Piensa que muchos barcos se hundieron con toda su tripulación dentro», concluye.

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