Fernando Castro Flórez
El guardián de la belleza
Era el verdadero guía de la selva de los símbolos, el mejor turista o, por lo menos, el ironía más fina en el país de lo hiperreal, dotado de una curiosidad voraz, dispuesto a romper el tabú que separaba a la alta de la baja cultura. Umberto Eco era un sabio nada pedante que, además, tenía un don infrecuente: sabía escribir. Conocía las tácticas de los signos y demostró la enorme versatilidad que tenía para atravesar los estilos y los géneros. En su Historia de la belleza (apareció en Italía en el 2002 y fue publicado en el año 2004 por la editorial Lumen) dio una lección magistral con la calma y generosidad del que estaba habituado a poner en marcha la «divulgación de calidad», algo necesario y poco ponderado. El grueso volumen de la historia de la belleza trazaba el arco desde el ideal estético en la antigua Grecia con un Kouros del siglo VI a. C. hasta lo que calificó como el contemporáneo «politeísmo de la belleza» que cerraba con tres fotos de hermosas mujeres desnudas y un retrato del ex-jugador de baloncesto Dennis Rodman con el pelo pintado de naranja y los labios con carmín azulado. Este semiólogo con apellido de ninfa parecía que estaba sedimentando todo lo que sabía al modo de aquel hermoso parlamento del replicante que «agoniza» en Blade Runner. Había visto mucho y tenía la capacidad para contarlo de forma magistral; admiraba tanto la armonía del número que heredamos de los pitagóricos cuanto la belleza cruel que está plasmada en Saturno devorando a sus hijos de Goya; describía con pasión la luz y el color de la Edad Media sin olvidar que un automóvil a toda velocidad «puede ser» más bello que la Victoria de Samotracia. Se había reído hace años de lo que denominó «cogito interruptus» y lanzó no hace mucho algún sermón para advertir de que las redes sociales dan voz a legiones de idiotas. Encarnaba lo mejor del saber académico y, al mismo tiempo, era un intempestivo con respecto a la habitual fosilización academicista. Umberto Eco sabía de sobra que «la belleza es una promesa de felicidad» y, sin duda, nos regaló infinidad de páginas rebosantes de sabiduría y pasión.