Gran Cañón: 100 años de protección del mayor poema geológico

El Parque Nacional del Gran Cañón cumple un siglo. La inmensa rasgadura descubierta por los españoles en 1540 recibe seis millones de visitantes al año

Panorámica del Gran Cañón ABC

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La belleza mata, parecen decir los carteles sembrados a lo largo del «rim» (borde) del Gran Cañón (Arizona, Estados Unidos) . Caution. No es solo una advertencia a los amantes de los selfis extremos que pueden dar un traspié al arriesgar demasiado, sino a los senderistas que no se hidratan lo suficiente o no hacen caso a los cielos cargados de electricidad. En Yellowstone -el primero de los parques nacionales del mundo, creado en 1872- el principal peligro son los grizzlies, y por eso los rangers recomiendan llevar espray anti osos (hace años aconsejaban llevar cascabeles colgando de la mochila para advertir a los animales de nuestra presencia, un remedio inquietante). En el Gran Cañón no hay que exponerse a las tormentas veraniegas que convierten el decorado en un lienzo primitivo, fundacional, de fuerzas que desbordan a los humanos que se refugian en el centro de visitantes o en sus vehículos en pleno aguacero, nunca bajo un árbol, como dicta el manual. Cuando los truenos son un eco lejano, corren a Mather Point, uno de los miradores más populares del South Rim, y allí caen presa del síndrome de Stendhal versión naturaleza salvaje (¡qué es esta inmensa rasgadura, con profundidades de casi 2.000 metros, excavada por el río Colorado y sus tributarios desde hace seis millones de años, sino una insuperable obra de arte, un templo de paredes colgantes, un extraordinario poema geológico!). Un arcoíris doble atraviesa los plomizos jirones de nubes sobre la escarpada garganta sin fondo, una arquitectura pintada de ocre que parece tallada a hachazos por gigantes. Y el que más y el que menos siente –asomado boquiabierto al abismo– que, en efecto, la belleza lo ha matado.

En este 2019 se cumplen cien años de la creación del Parque Nacional del Gran Cañón, que hace el número 16 en la lista de estos espacios en Estados Unidos. Hace poco más de un siglo que se aprobó el Organic Act, la ley que alumbró el Sistema de Parques Nacionales. Ya se había protegido una docena de ellos, pero este documento firmado por el presidente Wilson el 25 de agosto de 1916 fue la culminación de un sueño por el que lucharon Henry David Thoreau o John Muir, el primer ecologista moderno. «No hay nada tan americano», presumió Obama en el discurso en que recordó el aniversario. «La idea que hay tras los parques es que el país pertenece al pueblo». Yellowstone, Sequoia, Yosemite, Mount Rainier, Olympic, Grand Teton, Denali, Canyonlands, Arches, Bryce Canyon, Zion, el Gran Cañón… son los particulares museos del Prado y del Louvre, las catedrales góticas de la vieja Europa, las pirámides del aún más viejo Egipto o la Gran Muralla y la Ciudad Prohibida chinas con los que la joven América, por fin, podía competir. El salvaje Oeste salvado para la gente.

Uso público

Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1979 , en el Gran Cañón -de 446 kilómetros de longitud y entre 5,5 y 30 kilómetros de anchura- se han censado 355 especies de aves, 89 de mamíferos, 47 de reptiles, 9 de anfibios, 17 de peces y un sinfín de especies de invertebrados que viven en un clima caracterizado por la aridez y la altitud. Recibe unos seis millones de turistas al año, lo que lo convierte en uno de los lugares más visitados en Estados Unidos; la mayor parte llega por el lado sur, donde se encuentra el Grand Canyon Village . El modelo de uso público americano tiene sus defensores y detractores, pero una vez que hemos asumido que la era de los pioneros ha quedado atrás y las hordas llegan en autocaravanas, la supervivencia de estos paraísos depende de una organización que incluya aparcamientos disuasorios, lanzaderas, senderos señalizados y bastante (y provechosa) información.

Skywalk ABC

Existen atracciones extravagantes como el Skywalk , una pasarela de vidrio situada en el sector oeste, muy popular, que permite experimentar el vértigo de sentirse «colgado» a 1.300 metros sobre el vacío. Pero no es complicado cortejar la soledad en un parque tan concurrido: la mayor parte de la gente se queda en los miradores más cercanos a los aparcamientos y los senderos que recorren los rims o que bajan al río (como el exigente Bright Angel Trail) tienen menos pisadas según nos vamos alejando del village.

En esas terrazas naturales es más fácil concentrarse en las vistas y, tal vez, reflexionar sobre los dos mil millones de años de la historia de la Tierra que quedaron expuestas en el cañón mientras la erosión fluvial cortaba las diferentes capas de sedimento y la meseta del Colorado se elevaba. Reflexión que nos conduce inmediatamente a otra consabida sobre nuestra pequeñez y cortísimo tránsito por el mundo.

Los españoles se asomaron primero

Hay pocas referencias en los folletos del parque al descubrimiento del Gran Cañón por parte del explorador español García López de Cárdenas . Nacido en Llerena, Badajoz, hacia 1500, participó en 1540 en la expedición de Francisco Vázquez de Coronado que buscaba las míticas siete ciudades de oro del reino de Cíbola. Se le encargó junto al cronista Pedro de Sotomayor y un puñado de hombres ir a un río del que los indios Hopi les habían hablado para abastecerse de agua. Se toparon con el profundo cañón, pero no pudieron bajar hasta el río (al que llamaron inicialmente Tizón). El momento lo refleja Augusto Ferrer-Dalmau en esta pintura.

Exploradores españoles en el Gran Cañón Augusto Ferrer-Dalmau
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