Obituario
Francisco Farreras: Abstracto, sutil y silencioso
Maestro del collage, del ‘coudrage’ y de la madera
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Calladamente, como vivió, ha fallecido Francisco Farreras, un pintor sutil y silencioso. Casi nadie se enteró de la noticia, acaecida el 17 de septiembre, y que nos llega ahora, vía el siempre alerta Tomás Paredes, que la ha sabido por Rafael Canogar, compañero de generación y amigo del finado, con el que compartió triunfos neoyorquinos y la pertenencia a la escudería de Juana Mordó.
Barcelonés de nacimiento, Farreras fue sucesivamente alumno, en Murcia, de Antonio Gómez Cano, cultivador de asperezas ibéricas, y, en Santa Cruz de Tenerife, de Mariano de Cossío, antiguo realista mágico que por la misma época también orientó los primeros pasos artísticos de Cristino de Vera.
Ya instalado en Madrid, en 1949 se tituló en San Fernando, donde uno de sus profesores había sido Vázquez Díaz. Igual que otros de sus coetáneos, enseguida descolló, en clave de una modernidad figurativa, en el campo de la integración de las artes. Siempre me gustó un mural suyo cerámico, con algo muy a lo Braque, al otro lado del Retiro.
También realizó vidrieras para iglesias de nueva planta, como la de los Dominicos de Alcobendas, una de las obras maestras de Miguel Fisac, prologuista del catálogo de su individual de 1959 en el Ateneo madrileño, y otras de Tánger, Algeciras y Vitoria, así como para la catedral de Manila. A finales de los cincuenta es cuando se sitúa su salto a una abstracción un poco a lo Ben Nicholson.
Participante en varias ocasiones en nuestro pabellón en la Bienal de Venecia, en 1960 estuvo presente en las dos colectivas españolas en Nueva York, la del MoMA, comisariada por el poeta Frank O’Hara, y la del Guggenheim, por James Johnson Sweeney. También de 1960 es la primera monografía sobre su obra, escrita por José Luis Tafur, y aparecida en la preciosa colección «Arte de Hoy», que dirigía Fernández del Amo.
Parte de aquella década la pasó Farreras en Manhattan, donde se ocupó de su obra Berta Schaeffer, y donde en 1965 realizó un mural para el pabellón español en su Feria Mundial.
Pronto se descubriría aquí su obra, de gran elegancia, a un tiempo constructiva, y lírica, y basada, en ese inicio del periodo central de su producción, en la técnica del collage de papel de seda. Por ese lado van sus tres cuadros incorporados desde el comienzo al Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca.
Memorables sus primeras individuales en Juana Mordó; el catálogo de la de 1976 lo prologó José Hierro. Con madera y telas cosidas, inventó la técnica del ‘coudrage’ (neologismo en que se mezclan el ‘coudre’, coser en francés, y el collage), cuya manifestación más visible fue, en 1982, el inmenso mural del aeropuerto de Barajas.
Vendría luego el dilatado ciclo de sus maderas, amorosamente teñidas y pulidas, y con las que alcanzó el máximo grado de despojamiento, como pudo comprobarse en sus últimas individuales madrileñas, con Marita Segovia o Lucía Mendoza.
JUAN MANUEL BONET