Fermín Herrero

Un escritor impar

Ha muerto uno de los pocos sabios que en el mundo han sido. Su literatura es una de las más sustanciales y sustantivas de las letras españolas de este siglo y el anterior, si no la que más

José Jiménez Lozano HERAS

Ha muerto uno de los pocos sabios que en el mundo han sido, no me cabe ninguna duda al respecto. A partir de ahora, ante lo irreparable, después del dolor, nos quedará su memoria y una obra, en torno a setenta títulos exentos , toda una literatura, de una verticalidad única, que vivirá y crecerá con el tiempo hasta convertirse en lo que es: una de las más sustanciales y sustantivas de las letras españolas de este siglo y el anterior, si no la que más. Poco consuelo, con todo, en estos momentos para quienes lo hemos admirado y apreciado tanto, si bien justamente la capacidad de consolar es una de las virtudes principales, entre muchas otras, de su escritura. Y a ello consagró su vida y nos hemos atenido y atendremos siempre.

Ha muerto un escritor impar , tan impar que renegaba incluso de tal condición para abajarse a escribidor, cuando pocas veces en nuestro idioma ha sido recogida y anotada, como en sus páginas, tanta belleza , sin inmiscuirse, sin mancillar nunca su hondura . Una belleza, en su caso, a la vez leve y entrañada como pocas, que sencillamente oyó, recogió, porque estuvo atento a ese rumorcillo de allá dentro o a aquel silencio. Y en susurro nos transmite el soplo espiritual que la alienta, por encima de los desvaríos retóricos y del fragor alocado de la modernidad. Desde el estreno de su mundo literario en Historia de un otoño mantuvo la clarividencia de su prosa y de su verso, que guardan, por añadidura, la maravilla de la oralidad de las pobres gentes, el misterio de la sobria pureza del castellano , transparentado por una sapiencia sin alardes , en voz baja, al servicio de la clarificación en medio de tanto ruido superfluo.

Ayer, mientras esperábamos en el atrio de la iglesia de Alcazarén la llegada del féretro con sus restos, soplaba ese vientecillo fino que trae el resfrior, el escalofrío que he sentido tantas veces con sus escritos, en esta época tan desabrigada. He recordado su mirada piadosa , inclinada ante el misterio del universo, de la creación y de nuestra mísera y milagrosa condición: la que nos hace preguntarnos una y otra vez sobre el enigma de nuestra existencia –y de los adentros, como a él le gustaba llamarlos-, consumida en el tiempo y sin embargo llamada a trascenderlo; la que viene del manadero teresiano y sanjuanista, tamizada por lo mejor de la literatura universal, pues pocos lectores habrá habido de su enjundia, para desvelar, e implícitamente denunciar, cómo la sociedad del espectáculo ha hecho suyas las argucias de los totalitarismos, sus horrores, en medio del encanallamiento y la anomia moral imperantes.

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