Entrevista

Félix de Azúa: «Hay que remontarse a Franco para conseguir ministros como estos»

El escritor y académico presenta una nueva edición ampliada de su libro dedicado a Baudelaire.

El escritor Félix de Azúa, en una fotografía de archivo ABC
Karina Sainz Borgo

Karina Sainz Borgo

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Félix de Azúa regresa a Baudelaire. Jamás ha abandonado su territorio. Vuelve a él como quien retoma un refugio. En 1978, ya en plena Transición, publicó ‘Baudelaire y su obra’, una puesta al día cultural dirigida, sobre todo, al público estudiantil. En 1992 recuperó aquel trabajo y añadió un nuevo ensayo dedicado sólo a la dimensión estética del francés, que se publicó como ‘Baudelaire y el artista de la vida moderna’ . De aquel volumen Debate publica ahora una nueva edición ampliada y comentada a cargo de Andreu Jaume.

A Félix de Azúa (Barcelona, 1944) le suenan a viejo todos los progresismos, y desde hace mucho tiempo. Filósofo, poeta, ensayista y novelista, ingresó en 2017 en la Real Academia Española de la Lengua. En una sociedad donde el poeta ya no es la voz de tribu, quién mejor que él para añadir una relectura de una de sus principales aportaciones al pensamiento artístico, justamente sobre Baudelaire, la figura canónica a partir de la cual se construye la modernidad. Azúa no hace concesiones, jamás las ha hecho, mucho menos ahora.

Cuando escribió aquellas primeras páginas dedicadas al autor de ‘Las flores del mal’, Félix de Azúa era un actor fundamental de la Barcelona cultural de los años setenta y ochenta, la misma ciudad de la que marchó en 2011, cuando la ola de secesionista rompía, indetenible, en el día a día de los ciudadanos. En ese tiempo apoyó y arropó el surgimiento de Ciudadanos y la plataforma Libres e Iguales. También afiló aún más la daga de su producción literaria. Ni entonces ni ahora dio un paso atrás. Sigue participando del debate intelectual como una voz incómoda para cualquier clase de obcecación.

En esta nueva edición de ‘Baudelaire y el artista de la vida moderna’ que hoy convoca a los lectores Azúa ha revisado todo el texto, corrigiéndolo y añadiéndole reflexiones cuya mordacidad y pertinencia recrean una síntesis de su evolución intelectual, un retrato de lo que el escritor siempre ha sido: un hombre de letras interesado en su tiempo y en el que le precedió. De ahí que sus palabras de presentación resulten esclarecedoras: «No hay motivos para la esperanza, sólo para la resistencia. Nuestra obligación es aguantar los vientos fétidos de la idiotez y el pudrimiento del mundo», escribe.

La acritud no ha de eximir a los demás a buscar lo bello. De su pesimismo extrajo Baudelaire, «como una matrona sangrante metiendo sus manos en las entrañas del Bien», la poesía más grande de su siglo, escribe Azúa en un texto que advierte y desentraña el sentido del artista. Citando a Faulkner al hablar de la voz del poeta, revela Azúa el sentido del ser humano, sobre todo por su capacidad de habitar los tiempos destructivos con la perspectiva no sólo de sobrevivirlos sino de prevalecerlos. «Esa sigue siendo la tarea de los escritores y los artistas en tiempos de miseria, ‘to endure and prevail’».

—Hay que volver sobre Baudelaire como Hölderlin se volcó en los griegos al ver la sociedad que se le echaba encima. ¿Es posible tal cosa en un tiempo en el que el poeta ya no es la voz de la tribu?

—Los actuales habitantes de Occidente no tenemos más remedio que volver, porque somos seres históricos. Estamos devorados por la historia. Ninguna de las cosas que nos interesaban podemos degustarlas si no nos dicen que pertenecen al siglo XI o a 1950. Estamos volviendo siempre y tenemos que volver a los antepasados más afortunados que nosotros, a los que habitaron sociedades donde no era tan grande el peso del Estado, de los partidos políticos, de los sindicatos, ni de los equipos de fútbol. Tenemos que volver a la gente que aun podía ser un individuo.

—¿Cuándo se acabó el individuo?

—Se han ido apagando, porque la potencia de la tecnificación social es enorme. Es difícil resistirse a ella. Cuando le preguntas a alguien cómo es, te dice: ‘Soy del Athletic, voto a Podemos, tengo estudios pero es como si no lo tuviera porque no sirve para nada y creo en el dinero, el poco que puedo ganar’. Luego están los que tienen alguna extravagancia, como practicar submarinismo en las islas Maldivas, pero no va mucho más allá. Para llegar a ser individuo no hay más remedio que hablar con los muertos: con Baudelaire, Cervantes, Hölderlin con Faulkner, o con Rilke… mas cerca cada vez es más difícil. Cualquiera que sepa un poco de cultura, arte o literatura, sabe que las individualidades cada vez son más raras de encontrar.

—¿Por qué?

—Porque el Estado vence, va ganando. Es victorioso, tanto si está en manos de un inmoral como Pedro Sánchez que de un pobre hombre como Pablo Casado, da lo mismo. Están enfocados en quién pierde la próxima Guerra Civil. En esas circunstancias es muy difícil ser individuo.

—En la presentación de esta edición afirma que no hay esperanza, sólo resistencia, y citando a Faulkner subraya que el papel de los artistas es prevalecer. ¿Azúa sólo puede prevalecer por sí mismo?

—Toda la vida he intentado remediar todo lo malo que hice antes de los 40 o 50 años, y que es lo que cuento en el libro ‘Historia de un idiota’. Yo he sido un idiota hasta muy tarde, porque he creído en la felicidad hasta muy tarde. Al comienzo, la felicidad era el paraíso de los trabajadores; después fue el sexo, las drogas y el rock and roll y más adelante, construir la democracia. Hasta el primer gobierno de Felipe González me creí todas las publicidades y compré todos los productos.

—¿Y qué pasó?

—A partir de ahí me di cuenta de que si quería impedir morir idiota no tenía más remedio que investigar por mi cuenta y huir de lo estatal, lo gubernativo y lo masivo. Así comencé a corregirme. Mis amigos también se dieron cuenta, tan tarde como yo, de que los estafaban. A los partidos lo que les interesa es que les obedezcas, porque con eso ganan un voto y esta gente se mata entre ellos, se suicidan y asesinan si es necesario, por un voto. Una manera de corregir eso es leer a Baudelaire.

—Escribió la génesis de este ensayo de Baudelaire en la Barcelona de la Transición, tomó su forma final en 1992 y ahora lo amplía. ¿Por qué siempre vuelve a este libro?

—Es un recordatorio del talento y de la individualidad. Baudelaire es un individuo que jamás obedeció al poder del Estado. Siendo joven fue un poco idiota. Participó en la Comuna, pero luego se dio cuenta de que había cometido un error al formar parte de esa Revolución que llamaba a las masas a asesinar al general Aupick, su padre —Azúa ríe—. Baudelaire fue el último individuo. En el siglo XX los hubo, Faulkner lo fue. En el XXI quedan algunos pocos.

—¿Baudelaire fue un adelantado de su tiempo o un primitivo del nuestro?

—Las dos cosas, porque cae en mitad de dos cosas. Llega en un punto en el que ha muerto lo anterior, pero aún no ha nacido lo nuevo. Eso le ocurrió a Diderot. En el caso de Baudelaire, ha muerto el romanticismo. Algunos críticos lo describen como él último romántico, pero la verdad es que él mata el romanticismo, pero no ha comenzado la modernidad que él descubre. La modernidad equivale a la vanguardia, él se da cuenta de que ha terminado lo romántico, pero no surge aún la vanguardia. De hecho, Baudelaire es coetáneo de Manet.

—Para el poeta moderno la naturaleza ha muerto, la ciudad es el centro...

—El nacimiento de la ciudad es antiguo, pero el desarrollo de la ciudad técnica tiene lugar en la vida de Baudelaire. Él vive la transformación del París que aún tiene partes medievales y que camina hacia la ciudad tecnificada. Mientras eso ocurre, la ciudad está con las tripas al aire. Eso influye en su poesía y en su prosa, y en sus textos maravillosos. Lo que pasa es que simultáneamente los ingleses no sólo construyen ciudad tecnificada, sino que van tecnificando el mundo entero a través del ferrocarril.

—¿Es equiparable eso al mundo hiperconectado del siglo XXI, en el que todo cabe en un móvil?

—Nosotros no nos podemos comparar. Vivimos en un mundo ya tecnificado y en el que esa tecnificación es digital y por tanto absoluta. La ciudad en la que ahora vivimos no es el lugar habitable, sino la ciudad gigantesca construida por las redes. ¿Cómo será ese mundo? No tengo ni idea. No me considero pesimista soy un optimista absoluto. Supongo que será un mundo bueno y malo, como todas las épocas, pero sé que los habitantes de ese mundo lo van a tener cada más difícil para escapar de las dictaduras del Estado, para ser individuos.

—El pasado no es un manual, pero aporta ideas. ¿Por qué los populismos triunfan hoy con promesas que ya fracasaron en el pasado? ¿De qué nos previenen entonces la memoria y la historia?

—Sólo nos queda ese refugio. En cierto modo estamos volviendo a una sociedad muy parecida a la sociedad medieval. Hay unos poderes absolutos: la nobleza, la aristocracia y el rey. Es decir, hay partidos políticos, gobierno, sindicatos y medios, que es la aristocracia; luego el pueblo, los campesinos, que somos nosotros, porque ya no se nos puede llamar proletarios, ni siquiera gozamos de esa dignidad.

—¿A qué se refiere?

—Porque es una inmensa masa de gente sin ningún derecho y a la que es muy fácil comprar con varios tipos de botellones. Por ejemplo, el botellón universitario, que es muy barato. Hay otro tipo de botellón, el de trabajadores, como el fútbol o el botellón generalizado, que es el sexo. Escapar esos poderes del Estado me parece que va a ser cada vez más difícil. Algunos se librarán. En la edad media se libraron los monjes que estaban copiando los libros de Grecia y Roma. Tenemos que hacer lo mismo: leer a Baudelaire, Hölderlin, Rilke… Si es posible, ahora que el estado ha decidido matarla, pues filosofía. Todo lo que el Estado prohíbe debe ser muy interesante. Están construyendo un bachillerato para analfabetos, pues toca aprender por cuenta propia. Edúcate a tu mismo, porque la educación del Estado no sirve, sólo quieren un voto. Si quieres salvarte, sólo te queda hacerlo por tu propia cuenta.

—Usted vivió contra Franco y contra el nacionalismo de los Pujol...

—Ahí nos salvamos los que nos salvamos. No soy pesimista. Antes de Franco fue la guerra civil, aquello fue horroroso. Pero antes de eso, transcurrieron los tres anteriores con asesinatos diarios y los tres posteriores, con asesinatos diarios. El que tiene talento para salvarse, se salvará.

—¿Qué opina del federalismo cultural que propone devolver La dama de Elche o el ‘Guernica’ de Picasso?

—Mientras tengamos un gobierno como el actual, que viven por los votos… A cambio de un voto esa gente es capaz de vender a su madre. Es una banda, un clan de cínicos que no creen nada, ¿cómo van a creer en la cultura, el arte, la literatura, la filosofía? ¿Cómo no van a creer en el poder, no para hacer nada por otros, sino para abusar de ese poder? Si pones de ministro de Cultura a Iceta es como si pones de ministro de Cultura a Lola Flores o a Chiquito de la Calzada. Miquel Iceta está ahí para cumplir lo que le mandan y comprar votos. La devolución de La dama de Elche, ya veremos su lo consigue, es una de las cosas más características de este gobierno: se la regaló el representante de la Alemania Nazi a Franco y ahora se la va a regalar el representante de la España inútil a quien sea, a cualquiera con el que sea capaz de ganar más votos. Mientras exista este gobierno, la cultura será pura mercancía en manos de la gente cínica. Hay que remontarse a Franco para conseguir ministros como estos.

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