Devoción del público valenciano por Plácido Domingo

El Palau de les Arts siempre ha sido un lugar fetiche para el músico, quien hace unos días rompía su silencio con respuestas de manual en dos entrevistas

Plácido Domingo en su primera actuación en España tras las acusaciones de acoso sexual Mikel Ponce / Vïdeo: Plácido Domingo vuelve a València con Nabucco y rompe su silencio

Alberto González Lapuente

Conviene empezar por el final y reseñar la importante ovación que ayer concitó la representación de «Nabucco» en el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia. Una buena ración fue para Plácido Domingo quien, emocionado, recogió flores y octavillas: «Gràcies del pùblic. Maestro Domingo. L'esplendor de l'art. L'amor per la música». La emoción era evidente y también las ganas de jalear. Aunque apenas quedó tiempo para personalismos. De inmediato la orquesta volvió sobre el coro de los esclavos hebreos que sirvió para que se desplegaran pancartas con vivas a Verdi. «Va, pensiero» fue, en 1842, el himno de los patriotas italianos y ayer, en una noche de sentimientos muy cruzados, una alegoría ante la primera aparición de Domingo en un teatro español tras las acusaciones de acoso sexual que se produjeron en agosto.

El Palau de les Arts siempre ha sido un lugar fetiche para Domingo, quien hace unos días rompía su silencio con respuestas de manual en dos entrevistas en exclusiva, una de ellas publicada por ABC. Pero la carrera de Domingo siempre se ha llevado con inteligencia. En Valencia particularmente, como bien ha demostrado este «Nabucco», que más allá de la coyuntura, ha puesto de manifiesto la devoción del público valenciano , palpable en los momentos previos a la representación. Entonces, informadores y algún curioso acompañaban a los espectadores que accedían al Palau en un clima proclive al éxito. Pero alcanzarlo fue difícil ante una representación que resultó superficial y plebeya.

Mantuvo el tipo el maestro Jordi Bernàcer con una versión pujante y álgida. Y, gracias a él, y a la solidez del Cor de la Generalitat, «Nabucco» sobrevivió a las embestidas de un reparto de difícil conjunción y relativa calidad. A la cabeza estuvo Anna Pirozzi pues siempre abruma con el caudal de la voz y la emisión afilada, aquí sorda en el grave y con poco matiz. Domingo resolvió su parte timando de forma elocuente. Recibió bravos en la «preghiera» para la que reservó alguna nota central emitida con ese poso de abundancia que aún le distingue. Fue muy poco enjundiosa y corta de autoridad la actuación de Riccardo Zanellato (Zaccaria) y mostró timbre feo y algún agudo brillante Arturo Chacón-Cruz (Ismaele). Apuntó maneras Alisa Kolosova (Fenena), muy falta en el registro agudo, y cumplió con buen gusto y maneras Sofía Esparza en el pequeño papel de Anna.

Poco más cabe señalar. La puesta en escena de Thaddeus Strassberger reconstruye una supuesta representación de la obra en un teatro de época. Mucho cartón piedra y una torpe dirección de actores con gestos de indudable vulgaridad. El total tiene el regusto de la caricatura y el acento de un vestuario de guardarropía. Y pese a ello hubo un triunfo indudable, para «Nabucco» y para Plácido Domingo . Fue, sin duda, el triunfó de la popularidad.

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