El juego de las comparaciones
La épica oscura
Coppola se atrevió con la adaptación de «El corazón de las tinieblas» de Conrad, en «Apocalypse now redux»

Son las últimas palabras de Kurtz en una de las novelas que marcaron la narrativa del siglo XX: «El horror, Marlow, el horror». El libro es «El corazón de las tinieblas» de Joseph Conrad (1857-1924), un escritor de origen polaco quien, ahora con el maldito retorno de los nacionalismos, será bueno recuperar, advirtió a un impertinente interlocutor inglés, una noche perdida del otoño londinense en uno de esos clubs tan distinguidos a orillas del Tamésis , cuando el impertinente le recordó que no era inglés sino polaco, que era más inglés que el impertinente, porque éste era inglés porque había nacido en Inglaterra, pero él, Conrad, era inglés porque había querido serlo. La diferencia marca una vida, un estilo, una ética y, por supuesto, una estética.
La novela de Conrad se publicó en 1902, recoge los testimonios y escritos del diplomático Roger Casement (1864-1916) y su experiencia en el Congo colonial del rey de los belgas, Leopoldo. Más allá de un brutal y espeluznante, alegato contra el colonialismo, Conrad va más allá, al corazón del asunto: el desquiciamiento del poder, sus límites y el abismo entre el cumplimiento del deber y la ambición. Las adaptaciones cinematográficas de grandes novelas, y la de Conrad lo es en grado sumo, se juegan todo en la creación de la misma atmósfera aún cuando pueda, y a veces, se deba, cambiar la época, las circunstancias y la biografía de los personajes. Francis Ford Coppola se atrevió con una adaptación que Orson Welles había soñado antes de rodar «Ciudadano Kane» (1940), y la tituló «Apocalypse now» (1979). Trasladó la acción a Vietnam, Kurtz pasó de gerente de una compañía explotadora de caucho a coronel de fuerzas especiales estadounidenses y Marlow, en el capitán Benjamin L. Villard. Hasta ahí lo conocido.
Hoy la película, con el insoslayable paso del tiempo, forma parte de las obras maestras del cine del siglo XX, como la novela. Dos por el precio de uno. Pero en 2001 Coppola dio una vuelta de tuerca y presentó en Cannes una versión extendido que denominó «Apocalypse now redux» que incorporaba algunos episodios, ahora sabemos que esenciales, eliminados en la primera versión. La genialidad de un director al adaptar una obra literaria es conseguir que el clima, la razón de ser, el sentido y la sensibilidad permanezcan vivos, incólumes ante el espectador. La brillantez de llevar la acción a la Guerra de Vietnam (1955-1975) es innegable, pero más si se añade el episodio en el que aparecen, perdidos en la niebla del Mekong, como fantasmagóricas apariciones, esa familia de franceses (nacidos en Vietnam) que reprochan (con lógica cartesiana) al capitán Willard, como todo el lío de la guerra lo han creado sus compatriotas. Una continuación de «El americano impasible» de Graham Greene por otras sinuosas vías. Ya Churchill se lamentó cuando reconoció que «hemos ganado una guerra para perder un imperio».
La imposición de los norteamericanos de acabar con los imperios coloniales europeos (Inglaterra en la India, Francia en Vietnam) tras la Segunda guerra Mundial, alentó una sucesión de movimientos revolucionarios que tuvieron como resultado todo lo contrario de lo que pretendían los supuestos benefactores de la humanidad . Todo en el filme de Coppola se resuma en las palabras finales de Kurtz, esto iba a ser «el horror, Marlow, el horror» y lo fue. Con colonialismo o sin él.