DOMINGOS CON HISTORIA
Entre Ridruejo y Semprún
Desde las dos orillas de aquel maldito río de la Guerra Civil, encarnaban la calidad más honda de la Transición
![Jorge Semprún y Dionisio Ridruego](https://s2.abcstatics.com/media/cultura/2017/04/23/Domingos-historia-kJtF--620x349@abc.jpg)
En abril de 1975, una librería del centro de Madrid se quedó pequeña en la presentación de «Castilla la Vieja». Camilo José Cela habló del libro y, sobre todo, de su autor, un hombre de trayectoria singular y, al mismo tiempo, sin que ello sea una paradoja, representativa de la toma de conciencia de los españoles. El hombre que había publicado aquel recorrido emocionante por las tierras de una región tan míticamente vinculada al regeneracionismo español del 98 y el 14, era Dionisio Ridruejo . Su circunstancia fue una España, a cuya dramática trayectoria en lo que iba del siglo XX entregó una pasión vivida en diferentes militancias, pero en un solo compromiso de servicio a la nación. A sabiendas siempre de que el patriotismo es causa difícil e inconformista, exigente y alejada de toda resignación.
En el acto de presentación y en el homenaje que se le tributó en el hotel Mindanao aquella noche, todos pudieron ver a Ridruejo acosado por la severa dolencia cardíaca que le traería la muerte dos meses después. Como si no llegar a ver la tierra prometida de la democracia y la reconciliación fuera la expiación por los años en que Ridruejo asumió un proyecto totalitario en respuesta al problema de España. La imagen es ciertamente dolorosa y excesiva. Porque aquel falangismo de Ridruejo fue vivido más tarde como un error político generacional, a buena parte de cuyos actores fundacionales no puede reprochársele la falta de entrega, honestidad y el sacrificio que asumieron. Y como si no hubiera florecido en algunos de ellos, en los mejores, algo mucho más encomiable que el arrepentimiento aplaudido: enfrentarse decididamente a un sistema creado con su complicidad, perdiendo en ello libertad, privilegios, bienestar y salud. «Cuando Ridruejo cambió de opinión lo hizo en contra de sus intereses», comentaría Pedro Laín , viejo camarada de correrías falangistas.
«Escrito en España»
Ridruejo ofreció una reflexión como la de « Escrito en España », de 1962, en un acto penitencial que nada tenía de ruborizada cursilería ni de coqueta exhibición de flaquezas adolescentes, tras haber emprendido el purgatorio cívico de la difícil renuncia a sus ideas políticas de juventud. Un camino áspero en el que el rechazo de su opción ideológica debía ir acompañado del mantenimiento de sus creencias profundas en la empresa común de España que le animaron siempre, antes y después de su identificación con el fascismo .
La admiración general por aquel hombre de fuerza moral insobornable , de calidad literaria que hoy se ha olvidado con tantas otras cosas de aquel tiempo, reflejaba el ardor con el que una abrumadora mayoría de españoles entendió la distinción trazada por él, años atrás, entre comprensivos y excluyentes. En el último año de la dictadura, Ridruejo representaba el conflicto de conciencia entre su juventud y su madurez: excluyente lo había sido él mismo, aunque mediante su aspiración a integrar a todos los españoles en un proyecto que creía identificado con la nación entera. Comprensivo fue haciéndose, más lentamente de lo que algunas hagiografías han pretendido, pero con una resolución que le llevó a sufrir penalidades insólitas en un hombre que podía haberlo sido todo en el régimen de la victoria.
Socialdemocracia
La moderación de Ridruejo, reflejada en la constitución de un pequeño partido socialdemócrata que recogía su programa para una transición que pareció calcar la que se realizaría verdaderamente en España, puede equipararse a la rectificación de un hombre formado en la trinchera opuesta. Jorge Semprún representó la severidad de análisis y la intransigencia de la lucidez al enfrentarse a una de las grandes tradiciones políticas de los españoles. Quien había tenido altas responsabilidades en el Partido Comunista , tras haber sufrido la aterradora experiencia de un campo de concentración nazi, fue también quien plantó cara a una ortodoxia que no había asimilado del todo la evolución de nuestra sociedad en los años de desarrollo.
A mediados de los años sesenta, Semprún y Fernando Claudín lanzaban su crítica, en el Comité Ejecutivo, a la estrategia diseñada por Santiago Carrillo , que se empeñaba en empujar a los trabajadores por el camino de una utópica creencia en la carencia de base social del franquismo y en la ignorancia de la capacidad evolutiva del régimen. Más tarde, llegó la expulsión y la habitual campaña de injurias que acompañaba este tipo de medidas en los partidos comunistas de aquellos años. Afrentas especialmente destacables, porque los comunistas españoles entraron en la senda de la sensatez, el realismo y la verdadera posibilidad de reconciliación nacional aplicando el análisis suscrito por los dos disidentes.
Jorge Semprún entendió muy pronto que aquel debate táctico era, en realidad, una toma de conciencia de las condiciones mismas que llevaron a la tragedia de la guerra civil. La honestidad de buena parte de los combatientes republicanos , la causa misma de la lucha contra el totalitarismo, no debían sacrificarse ni a la tenue matización ni a la crítica acobardada ni por supuesto al culto del estalinismo. Semprún descubrió que estaban en juego dos cosas que Ridruejo también apreció en su radical revisión del pasado : la dignidad de una generación de luchadores y el impulso de una gran nación para construir su libertad en plenitud.
Desde las dos orillas de aquel maldito río de la guerra civil , Ridruejo y Semprún encarnaban la calidad más honda de la Transición. Tal virtud no fue organizar solo un proceso político. Consistió en una perspectiva previa, en un duro cuestionamiento sin trampa ni cartón desde la madurez de quienes deseaban aprender de sus errores, pero también de las esperanzas que todo compromiso político contiene. Esperanzas que hallaron cauces más benévolos que el fascismo o el estalinismo alimentadas siempre en la afirmación de que España es un compromiso colectivo inexcusable, no un pretexto para medrar ni un espacio para retóricas de antagonismo esencial. Esperanzas sostenidas en la moderación y la justicia, alejadas de romanticismos insensatos y del cinismo sin escrúpulos de los eternos manipuladores de inquietudes y sufrimientos.