El Pacífico hispánico
El empeño imposible del Pacífico: Filipinas
Para conquistar las Filipinas y hallar la ruta de vuelta se eligió a un jurista, Miguel López de Legazpi, y a un fraile agustino añoso, Andrés de Urdaneta
España no lograba dominar el Pacífico. El océano era un inmenso arco con dos pilares, el occidental de la América española, y el oriental, las Filipinas , que España no había podido conquistar y que discutía con Portugal. Y además, si desde México al Asia era factible la navegación, el tornaviaje desde Asia se había revelado imposible, y en él habían fracasado los marinos enviados: Saavedra, Loaisa, Espinosa, Grijalva, Villlalobos, de la Torre, Retes…, todos ellos o sus barcos devorados por el invencible Pacífico.
Pero Felipe II estaba dispuesto a conseguir ambos objetivos, con el fin de completar el tablero del Imperio español. Porque además, sin dominar el Pacífico, las Américas no estaban seguras, como habían demostrado las incursiones de piratas como Drake y Cavendish . La clave estaba en elegir con acierto a los hombres encargados de cumplir la doble misión. Tardó tiempo hasta dar con ambos, pero aconsejado por el Virrey de Nueva España Luis de Velasco , a fe que la espera mereció la pena.
Para la ocupación de Filipinas eligió a un jurista, Miguel López de Legazpi , a la sazón alcalde de México, padre de nueve hijos y con una posición sólida y estable, pero bastó la llamada del rey para dejarlo todo y empeñar su fortuna en la expedición. Vale más la gloria con sus incertidumbres, que una vida placentera y segura sin ella. Y para la ruta del tornaviaje eligió a un fraile agustino añoso, recluido en un convento de Nueva España, Andrés de Urdaneta . Vivía retirado, pero antes se había curtido en mil azares de guerras y marinerías en las Molucas y el Pacífico, y alardeaba de conocer el secreto del regreso por el océano.
Pero convencer a Urdaneta no fue tan sencillo como con Legazpi, porque el monje aseguraba que, según la línea trazada por el Tratado de Tordesillas , que dividía en dos el Atlántico marcando las jurisdicciones de España y Portugal, al continuar la raya hasta el otro lado del planeta, en el antemeridiano, las Filipinas entraban dentro de la demarcación portuguesa. Y él no estaba dispuesto a incumplir los compromisos internacionales, de modo que «no haría la jornada».
Fue preciso pues engañarle por razón de Estado. Se le dijo que la expedición no navegaría a Filipinas, sino a Nueva Guinea, y que transcurridas varias jornadas de navegación se abriría un cofre secreto de tres llaves, que informaría del rumbo definitivo.
Así persuadido, la armada al mando de Legazpi con el doble propósito de conquistar las Filipinas y hallar la ruta de vuelta, emprende desde México el viaje en noviembre de 1564 , y varios días después se abre el cofre, que contiene la instrucción del destino: No será Nueva Guinea, sino la ocupación y colonización de Filipinas. Como es natural, Urdaneta se siente engañado, pero como leal súbdito que es acepta la decisión real. No pondrá reparos e intentará hallar la ruta del tornaviaje.
Puertos seguros
Una vez en el archipiélago filipino, quedará demostrada con creces la buena elección del capitán general López de Legazpi, hombre de una probidad y bonhomía extraordinarias, quien no mediante métodos violentos, sino a través del diálogo y la justicia, establecerá con los jefes locales alianzas estables que permitirán la consolidación de la soberanía en Filipinas. Lo primero que hizo fue buscar puertos seguros para el asentamiento español, como el de la isla de Cebú, donde funda la primera población, la Villa de San Miguel, y para consuelo de todos encuentra una imagen del Niño Jesús, el Santo Niño, olvidada de una de las expediciones anteriores, y venerada desde entonces por los cebuanos.
Su labor pobladora prosigue con la fundación de Manila , sobre planos del gran arquitecto Juan de Herrera , y la pacificadora se concreta en pactos con los régulos locales, en especial con Matandá, Solimán y Lacandola, cuyo recuerdo se evoca en un conocido conjunto escultórico de Luzón.
La aparición de barcos portugueses que pretenden desalojar a España de Filipinas es respondida de modo contundente por Legazpi, que los rechaza a cañonazos, renunciando Portugal para siempre a discutir la soberanía. Y Legazpi no cesa en su labor colonizadora, trayendo frailes y pobladores, ganados y semillas, asentando la soberanía española sobre bases tan firmes que perduró casi hasta el siglo XX. Legazpi, a quien a su muerte solo se encontraron unas pocas monedas en su cofre personal, es un personaje no suficientemente reconocido aún de la historia de España.
Solo faltaba el reto del tornaviaje, y a tal fin Legazpi despacha a Urdaneta en un barco, de vuelta a Nueva España. Se ufanaba el monje de que, como fruto de tantas aventuras y experiencias, el regreso era para él tan fácil que capaz era de hacerlo «en una carreta». ¿Sería cierto que allí donde todos habían fracasado, el viejo monje encontraría una ruta segura para el tornaviaje entre Asia y América?