Guadalupe Grande, la conciencia de la incertidumbre

«No se conformó con la poesía de su tiempo sino que prefirió inventarse o indagar el tiempo de su propia poesía. Vivió por eso en la intemperie de una época que le exigía el esfuerzo de estar contra la banalidad, la responsabilidad de la denuncia y la ardua tarea de señalar un refugio moral»

Diego Doncel

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Ha muerto Guadalupe (Lupe) Grande. Ha muerto aquella muchacha con quien su padre, Félix Grande, se consolaba en las noches de insomnio viéndola dormir. Con quien Francisca Aguirre, su madre, jugaba a hacer casitas de palabras y de versos. Tenía, como ellos, las ojeras de la melancolía y las arrugas de lo vital, un sentido de la vida trágico y civil, una conciencia donde todo se resolvía en las sílabas, en la audacia de un poema.

Vivió limpiamente la poesía sin aprovecharse de los apellidos, sin llevar como tarjeta de visita el prestigio familiar. Nacida en 1965, perteneció a esa brillante generación literaria que estudió en la Autónoma de Madrid en los años 80, la generación de A. Ibáñez, de R.Reig, de A.Orejudo, de J. Riechmann, de JM.Ridao, de A. Guzmán o de Pablo Nogales. Entre todos ellos fue la que más le exigió a las palabras, la que más arduamente buscó la tensión escondida en ellas, la que mejor echó a volar a los versos por los ámbitos de la imaginación y hasta de cierta irracionalidad.

No se conformó con la poesía de su tiempo sino que prefirió inventarse o indagar el tiempo de su propia poesía. Vivió por eso en la intemperie de una época que le exigía el esfuerzo de estar contra la banalidad, la responsabilidad de la denuncia y la ardua tarea de señalar un refugio moral. Su poesía es honda, reflexiva pero donde el lector se ve sorprendido por la brillantez de las imágenes, por la osadía de buscar lo que se aleja del lugar común. Por eso su poesía su tan diferente, tan personal.

Publicó un puñado de libros: «El libro de Lilith» (Renacimiento, 1996) que había recibido el premio Rafael Alberti, pero su nombre está unido al proyecto que Emilio Toné puso en marcha al fundar Calambur, donde publicó «La llave de niebla» (2003) y «Hotel para erizos» (2010).

En Lupe Grande el mundo de la feminidad, la voz de la mujer es una forma de búsqueda y reclamo de la identidad, una mirada capaz de indagar en aquello que hay de personal en su condición femenina. Atenta siempre al mundo, incluso a la raíz política de algunos cambios, Lupe Grande miró las ciudades como símbolos de nuestro tiempo, de nuestra vida, de nuestras contradicciones, de nuestras identidades y con una voz que nunca se dejaba caer en lo confesional traza la topografía de la incertidumbre en esos poemas urbanos, densos y deslumbrantes.

Sí, se ha muerto Lupe Grande y aquí queda su labor en el catálogo de la Universidad Popular José Hierro, pero sobre todo me conmueve ahora el pesar de sus amigos, de Emilio Torné a Juan Carlos Mestre. Lupe fue siempre de amistades inquebrantables y de sólidas complicidades. Con ella se va una familia entera. Como escribió «hay una lágrima en cada espina» porque «todos se han ido y solo queda regresar».

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