Daniel Ruiz García

Solos para siempre en España

Daniel Ruiz García

Uno de los lamentos recurrentes del escritor Charles Bukowski en «La enfermedad del escritor», la reunión de su correspondencia publicada recientemente por Anagrama, es no haber obtenido una de las becas de la National Endowment for the Arts, una ayuda económica para artistas promovida por el Gobierno norteamericano. En esta jugosa correspondencia, hay un nombre que sobresale por encima del resto: el de Louis-Ferdinand Céline , a quien Bukowski adoró por delante de todas las bestias letraheridas, y que, como el viejo indecente, jamás disfrutó del favor y el apoyo de su Gobierno, en este caso el francés. Más aún, incluso sufrió el olvido institucional programado en el año 2011, coincidiendo con el quincuagésimo aniversario de su muerte, por sus conocidos pronunciamientos antisemitas.

La mítica colección de la Pléiade, que con su catálogo viene marcado el canon de la literatura francesa desde los años treinta del pasado siglo, había reparado muchos años antes esta discutible omisión, publicándolo de forma profusa. Hoy es considerado el escritor francés más traducido y difundido en el mundo después de Proust.

Pero la falta de apoyo y reconocimiento gubernamental a Céline es una razonable anomalía. Los que escribimos desde este lado de los Pirineos siempre hemos sentido una malsana envidia por el modo en que Francia ha tratado a sus artistas. Un apoyo generoso fundamentado en la conciencia de que, igual que el turismo o la gastronomía, la creación literaria es un valioso patrimonio que contribuye a engrandecer la marca nacional, favoreciendo la proyección de su cultura en todo el mundo.

Qué decir del apoyo a la propia lengua. Cuando en España la Ley Celaá decreta la desaparición del español como lengua vehicular de la enseñanza, en Francia Macron relanza su proyecto de creación de una ciudad internacional de la lengua francesa. Pienso en algo así en España y sólo me sale la carcajada. Esa con la que Bukowski, que por momentos pareció ser español, debió acompañar el alumbramiento de aquella célebre frase suya: «Crear arte significa estar terriblemente solo para siempre».

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