César Nombela
Dignidad humana y libertad
Emerge un virus nuevo y deja a la humanidad a la intemperie. A lo largo de la historia, el ser humano hubo de enfrentarse a numerosas pandemias, muchas de las cuales arrasaron poblaciones enteras. Algunos han trazado escenarios distópicos en los que un nuevo agente infeccioso, surgido precisamente en China, provoca un thriller espeluznante. Pero la pandemia del coronavirus SARS-CoV-2 ha irrumpido inexorable y real hace cuatro meses. A pesar de que la humanidad nunca estuvo tan preparada para hacer frente a una amenaza de este tipo, nuestras seguridades se tornan de repente en incertidumbres. Impresiona también que con tan exhaustivo conocimiento nos llegue a faltar lo más elemental, como algunos recursos sencillos para atender a los enfermos o la posibilidad de prever cuándo y por dónde será la salida.
Podemos preguntar a la ciencia: ¿es posible que un minúsculo organismo de un cuarto de micra emerja y cambie el mundo? La ciencia avanza todos los días hacia la respuesta desde el «cómo». Mutan continuamente los virus que tienen ARN como material genético. Se generan millones de variantes que a veces encuentran el camino al hospedador humano, desprovisto de inmunidad frente al nuevo agente. Muchas de las condiciones de vida que el propio ser humano ha establecido pueden seleccionar esas estirpes víricas modificadas. Son las leyes de la naturaleza, de la que el ser humano también forma parte.
Pero esa misma naturaleza nos ha configurado como los únicos seres capaces de la reflexión, de conocer la realidad y de actuar, eligiendo entre distintas alternativas. Por ello, necesitamos indagar sobre otras respuestas, desde el «porqué» hasta el «qué debo hacer». Nuestra libertad es irrenunciable, como lo es el encajar nuestra existencia dentro de una cosmovisión propia. Incluso a quienes niegan esa libertad, como condicionada por un determinismo inexorable, la capacidad de elegir se les muestra como una exigencia. Las referencias éticas han de ser la base del comportamiento moral del ser humano.
Nació la bioética para formular principios inspiradores de una conducta humana correcta en relación con la vida, humana y de otros seres vivos. La Bioética ha de ser, en última instancia, un camino de discernimiento sobre el «cuidado» inspirado en una actitud profundamente humana. Como señala el experto Francisco Javier León, las «catástrofes naturales suponen un contexto peculiar para el debate en bioética, con conflictos y dilemas entre valores y principios éticos, que se plantean de forma diferente a la atención de salud ordinaria».
Aflora y nos acompañará mucho tiempo el análisis de la gestión de los recursos para atender a la pandemia, al igual que hemos de seguir exigiendo que las medidas que se tomen estén inspiradas por las mejores posibilidades de remediar el desastre y volver cuanto antes a la normalidad. Quienes han decidido, y deciden continuamente, qué hacer serán responsables de sus actuaciones. Son muchas las tareas sanitarias, sociales y de toda índole de las que se derivan consecuencias. Hemos presenciado la situación desgarradora que arrastra a la muerte en soledad a muchos seres humanos, para convertir después todo en una simple estadística. No faltan entre nosotros quienes pretenden que la letalidad elevada, sobre todo en las edades avanzadas, representa un lenitivo, como si el derecho a la vida estuviera en función de la edad temporal.
Pero el valor fundamental del que el debate bioético en esta situación no puede prescindir es el de la dignidad de cada ser humano, que no es una cualidad añadida sino que viene exigido por su propia naturaleza. Y por su condición social integrada en la comunidad de los humanos. No cabe el que las condiciones de emergencia menoscaben los derechos de cada persona, aunque la limitación de recursos requiera establecer prioridades para su aplicación. La autonomía como principio inspirador de la bioética supone la consideración de la libertad como algo esencial, indisociable.
Cuando aflora la tentación de la explotación política de la situación de catástrofe que vivimos, es necesario proclamar, más que nunca, que nuestro marco de libertades no puede ser menoscabado. El derecho a la información resulta esencial en las sociedades libres. Solo así cabe acceder a la verdad. A la verdad de los datos, la de los hechos que el conocimiento científico proporciona, la de las propuestas que la tecnología tiene para avanzar. La salida de la pandemia sólo puede ser completa en libertad, no por imposición de una verdad oficial.