'Carmen', la palabra coreográfica de Gades
El encuentro de Antonio Gades y Carlos Saura marca, sin lugar a dudas, un antes y un después en la historia del baile flamenco; el impulso internacional que dio a este arte la trilogía de películas que filmaron los dos creadores -'Bodas de sangre', 'Carmen' y 'El amor brujo'- fue extraordinario no solo para propagarlo en todo el mundo, sino para presentarlo como un arte de calidad y despojarlo de 'folclorismos'. En el caso de la primera, fue el ballet teatral el que originó la versión cinematográfica; en las otras dos, fue la película que nació primero para derivar después en espectáculo teatral.
Antonio Gades no fue nunca un coreógrafo al uso. Él confesaba que necesitaba estar convencido de lo que quería contar, que precisaba madurar durante mucho tiempo las historias, que no tenía facilidad para enhebrar pasos y crear una coreografía (hombre sentencioso, una de sus frases recurrentes era que la danza no estaba en los pasos, sino entre ellos).
'Carmen' parece ahora un personaje ineludible para cualquier creador de danza española y flamenco; sin embargo, fue Antonio Gades quien lo tradujo a este idioma por vez primera -sí la habían abordado coreógrafos clásicos como Roland Petit o Alberto Alonso-. Y lo hizo en un entorno, el de los primeros años ochenta, época de muchas 'Cármenes' al quedar libre de derechos este personaje creado por Prosper Merimée e inmortalizado por Georges Bizet.
La 'Carmen' de Antonio Gades está dominada por una palabra: libertad. Es el norte que guía su vida, su comportamiento, la que domina sus amores y la que -el Romanticismo impera en el momento de su creación- la lleva a la muerte. Gades acude a la novela para contar la historia de la cigarrera, y lo hace desde una sobriedad cercana a la desnudez -unos falsos espejos y un puñado de sillas de enea son toda su escenografía-, dando a la música y a la 'palabra coreográfica'. Y es que Antonio Gades es una figura esencial en la historia de la danza española, no solo como intérprete, sino también, y sobre todo, como creador. Su lenguaje austero, concentrado, su compromiso; esa maestría para llenar el escenario de personas, y no solo de bailarines; y su dramatismo -entendiendo lo dramático como algo «capaz de interesar y conmover vivamente», en definición de la RAE- le confieren ese lugar de privilegio en nuestro baile.
Stella Arauzo, que trabajó codo con codo con Gades, y que dirige artísticamente la compañía, es la transmisora del legado del coreógrafo, mantenido con devota (quizás hasta demasiada) fidelidad. Eso permite al público de este 2021 conocer un fascinante clásico de la danza española que, sin embargo, en algunos momentos puede conservar algo de polvo.