Flamenco
Los cantaores de Antonio El Bailarín
Era exigente y les modificaba los estilos, según cuenta uno de los pocos artistas vivos que lo acompañó: Jesús Heredia
Fue el primero en bailar un martinete. Lo hizo frente al tajo de Ronda, con la voz del Pili quebrándose por los precipicios y frente a las cámaras de Edgar Neville en la película 'Duende y misterio del flamenco' (1952). Le dio altura al baile masculino, colocando la figura del hombre en el foco principal. Conoció los paños de una época dorada en su Sevilla natal y traspasó fronteras físicas y musicales, dando a conocer a un sinfín de artistas unos estilos que en su momento resultaron radicalmente novedosos. El cantaor Jesús Heredia, nuestro confidente, con 88 años y la memoria clara , quien además lo acompañó entre los años 70 y 80, lo recuerda así: «Allí nos quedamos todos los flamencos que íbamos con él alucinados. Yo era joven y me encontré con grandes montajes, 'El sombrero de tres picos', 'Danza de la gitana', 'La vida breve', 'El amor brujo'... Aprendimos unas formas y sonidos nuevos, aunque no siempre estuvimos conforme con lo que nos imponía. Todo lo tradicional lo cambiaba, si bien le gustaban las cosas por derecho. No era fácil subirse con él. Exigía mucho, por eso nos tenía firmes como palos».
Antonio Mairena, el nombre que antes se nos viene a la mente al pensar en los cantaores que hicieron carrera con él, recorrió durante una década los escenarios más destacados de Europa, América y Asia. Él terminaba su periplo con Antonio El Bailarín cuando Jesús Heredia, este tipo enjuto de afición extrema, se cruzaba en el camino. Escuchó la caña que el de Mairena ejecutaba entonces con absoluta maestría y de pronto lo entendió todo: debía estar ahí. Y lo consiguió gracias a la intermediación de una amigo: el periodista Fausto Botello de las Heras. «Así entré en contacto con dos grandes autoridades. Uno tenía un conocimiento del cante enorme. Y el otro le modificaba las escalas y los tiempos en función del baile, eso generó algunas complicaciones . Una vez, estaba yo detrás del telón escuchando el polocaña que hacía en solitario en el escenario y dije para mí: '¡Cómo ha cantado de bien!'. Y El Bailarín, que estaba detrás, me contestó: 'Ya era hora'. Era la primera vez que Mairena lo acortaba como a él le gustaba. Estas riñas artísticas eran constantes. A partir de ahí Mairena se convertiría en toda una institución de lo jondo».
Su actitud, siempre recta, mantuvo alerta a todos los miembros de su compañía: bailarines, flamencos y técnicos que pululaban por allí. Jesús Heredia, en este sentido, también se guarda entre la cabeza y el pecho algún que otro apuro: «Los caracoles, esa cantiña tan bonita que habla de Madrid, los quería de una forma para mí muy rara, como a trompicones» (en este punto, Jesús, al otro lado del teléfono, interpreta la letra de principio a fin en sus dos versiones, dejando largos minutos de música didáctica imposibles de transcribir con el teclado). «Total», concluye, «que a mí me sobraban muchos caracoles unas veces y otras me faltaban, hasta que ya lo hice una vez bien y no se me olvidó. Su mirada te ponía firme, eh. Que no era fácil, no…».
Además de los ya mencionados, fueron varias generaciones de cantaores de estéticas muy diversas los que le arrimaron el eco tanto en los escenarios como en la gran pantalla. El Indio Gitano , que en 'Ley de raza' brinda unos tangos guturales a La Chunga, Alfonso de Gaspar , Niño Segundo , El Sernita , eslabón perdido de Jerez, Rafael Romero El Gallina y la estrella Pepa Flores forman parte de esa banda sonora que nos conduce directamente al paraíso de Antonio El Bailarín. A todo ello, por la Alhambra, en las tabernas y patios, al aire de la sierra o donde mejor le conviniese en beneficio de la trama, habríamos de sumar los arreglos orquestales de composiciones de Falla, Albéniz, Pablo Sorozábal, Joaquín Rodrigo y Ernesto Halffter sobre las creó sus coreografías. Eso que le descubrió a tantos neófitos en la música clásica.
De aquella época, como verá, poco queda más que la memoria. Se han cumplido 100 años de su nacimiento y este confidente que nos chiva las mil anécdotas que vivió se queja de la escasa envergadura de su homenaje: «El impacto que tuvo en la cultura merece un tributo internacional, no local ni nacional . Fue un genio allá donde fue. Un icono. Más bailarín que bailaor, ¿verdad? Lo clásico le preocupaba más». En 1988, en el Hotel Triana, durante un espectáculo celebrado en el marco de La Bienal de Flamenco de Sevilla, abandonó el papel de mero espectador para dejar sobre las tablas una de sus pinceladas postreras por bulerías. Juanito Villar, Mariana Cornejo y Chano Lobato , con quien tanto compartió, le jalearon. Era la despedida, de azul añil, de un hombre desacostumbrado al ocaso.