Una caja llena de muertos: las extrañas colecciones de Carlos Areces

El actor (y chanante) ha editado un libro con las fotografías ‘post mortem’ que ha acumulado en las dos últimas décadas

El actor Carlos Areces, retratado en su casa David del Río
Bruno Pardo Porto

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Hay muchas razones para fotografiar a un muerto. Por ejemplo, que seas un médico forense y quieras documentar una autopsia. O que seas un padre del siglo XIX y no te haya dado tiempo a retratar a tu hijo en vida. O que seas un soldado rodeado de sangre. Lo que no hay, pensaría uno, son motivos para coleccionar estas instantáneas. Para llenar un álbum con cadáveres extraños, vaya. Con sus ojos cerrados, con su piel fría, con su último atuendo. Con su insistente ‘memento mori’. ¿Por qué demonios alguien haría algo así?

«Es que son una fuente de información fascinante», asevera Carlos Areces , de negro impoluto y gafas de cristales rojo sangre, muy serio, en el pequeño salón de su casa. La estancia es una extensión de sus obsesiones, un refugio repleto de cacharros donde posar la mirada un rato: un teléfono de rueda, un espejo como de abuela, pero deformante; cientos de películas de serie B, afiches, figurillas de Freddy Krueger en todas las posiciones posibles… En fin, un museo de curiosidades que no esquiva lo aparentemente macabro.

El actor (y chanante) tiene más de ciento cincuenta imágenes ‘post mortem’ guardadas en una gran caja de plástico. Ahí dentro hay bebés sin vida, muchos niños durmiendo para siempre en camas o sofás, cuatro niñas portando el féretro de una quinta (la muerte es para todas las edades, por desgracia), ataúdes abiertos, familias enteras despidiéndose. «La fotografía ‘post mortem’ nace prácticamente con la fotografía. Era muy normal cuando se te moría un familiar, sobre todo si era un crío, que no tuvieras una fotografía de él. Y esta era la última oportunidad de conservar un recuerdo preciso de un ser querido antes del entierro», explica el intérprete.

—Esto hoy sería impensable, porque nos genera repulsión la imagen de la muerte: ha quedado claro con la pandemia. No queríamos verla.

—La muerte es algo que no nos gusta, eso no ha cambiado con la pandemia. Ahora nuestra esperanza de vida es mayor, la mortalidad infantil ha descendido a niveles mínimos. En el momento en que la muerte deja de ser algo tan presente, tan habitual, pues pasa a una carretera por la que ya no da el sol, mientras que nosotros vamos por la principal. Y esto ocurre por los alrededores que no podemos ver y que no queremos tener presentes. Pudiendo tener un recuerdo de la gente viva, pues ya la fotografía ‘post mortem’ nos parece algo tétrico: no queremos recordar la muerte, no queremos recordar muertos a las personas que hemos conocido vivas.

Areces, que se atusa su bigote presidencial cuando piensa, dice que a él no le generan repulsión estas imágenes, pero también dice que no tendría problemas en dormir con una de esas diabólicas muñecas de porcelana en su habitación. El secreto, cuenta, es verlas con ojo clínico. Aun así, el intérprete no ha cometido la osadía de colgar estas fotografías en su casa, porque no le parecen bonitas, sino interesantes, que no es lo mismo. Lo que sí ha hecho ha sido meterlas en un libro que más bien parece un féretro: ‘Post Mortem’ (ed. Tilitante), realizado con Virginia de la Cruz Lichet , una de las mayores expertas del mundo en esta materia, que firma un estudio exhaustivo.

Una de las fotografías publicadas en ‘Post Mortem’

«¿Hay belleza en la muerte? –se pregunta Areces–. Yo creo que no, no se la encuentro. Me interesa lo que tiene de antropológico, o sociológico. Ver cómo vestían al fallecido para ser despedido, cómo lo preparaban para ser recordado: también ahí hay una evolución. A mediados del siglo XIX trataban de evitar todos los elementos fúnebres: querían dar la sensación de que el finado estaba vivo, le colocaban al niño en las rodillas, posaban con él en el sofá. Luego empezó a dar igual que se notara que estaba muerto y vemos más presencia floral. Y por último pasamos a mostrar el ataúd».

Su afición por este género fotográfico comenzó en 2001, cuando lo descubrió viendo ‘Los otros’, de Amenábar . Así nació una obsesión que tenía todo el sentido, ya que a él ya le interesaba la fotografía antigua en general desde hacía mucho. «Sobre todo me interesa la fotografía centrada en la familia. En los momentos íntimos. O los momentos pensados para disfrutar en un entorno familiar. ¿Qué se hacía en un comedor de una casa de 1880? ¿Cómo se vivía, qué se hacía allí sin televisión, sin radio? ¿De qué iba aquello?» Por eso también tiene un nutrido conjunto de fotografías de comunión, de bodas y de alumnos, todas anteriores a la guerra.

Al final, Areces se confiesa rebuscador profesional, o rastreador de rarezas, y lamenta que solo puede tener en casa el 10% de sus figuras: el resto las acumula en el trastero por falta de espacio. Aun así hay mucho expuesto. Desde cómics de Marvel o de Ibáñez hasta discos de celebrities metidos a cantantes, como Jesús Vázquez, Victoria Abril o Mari Carmen y sus muñecos. Desde yeyé hispánico hasta vinilos ilustrados por Saul Bass. Desde pósters de cintas terror hasta cualquier objeto de merchandising de ‘Pesadilla antes de navidad’ y ‘La novia cadáver’. La norma es el capricho , ese instinto tan primario.

Claro que hay muchas razones para fotografiar a un muerto, y para coleccionar lo que sea. Solo hay que encontrarlas.

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