DOMINGOS CON HISTORIA
Bernanos, la conciencia de un cristiano
El escritor clamó contra la violencia ejercida bajo una justificación religiosa

«La tragedia española es un pudridero. Todos los errores por los que Europa está muriendo y que trata de vomitar con horribles convulsiones han ido a pudrirse allí. Me apena llamar pudridero a una vieja tierra no ya cargada de historia, sino abrumada por ella, donde unos hombres vivos sufren, luchan y mueren». Cuando escribió estas palabras, Georges Bernanos era ya uno de esos personajes a los que su reputación concede la fuerza de un juicio moral que a todos atañe, no solo a quienes compartían sus ideas políticas, sociales o religiosas. Era un intelectual orgánico de un mundo en crisis, un escritor cuya obra había reflejado siempre la tensión espiritual de quien lo busca todo menos la conformidad. Ninguno de sus libros había sido complaciente al subrayar la exigencia profunda que imponía la condición de cristiano en el mundo moderno. Y nunca sus novelas se refugiaron ni en la resignación ni en la ingenuidad, como si los católicos fuéramos perpetuos convalecientes, temerosos de volver a enfermar por el pecado.
Noticias relacionadas
Nuestra condición humana no debíamos soportarla pasivamente, como pretendieron los protestantes del siglo XVI. Antes al contrario, había que vivirla, hacerse a ella y ejercerla en libertad, conforme a los reformistas católicos inspirados en el Concilio de Trento . Bernanos no escribía para tranquilizarnos en el estupor de quien se cree solo en estado de perpetua servidumbre ante la misericordia de Dios. Lo hacía para infundirnos la esperanza que arranca, precisamente, de nuestro incansable riesgo de negar a Jesús, tres veces cada día.
Estimular la conciencia
«Los grandes cementerios bajo la luna» es una obra estremecedora, escrita de una manera a veces atropellada y siempre volcánica. Lo que el aparente desorden de su relato expone con un dolor tan descarnado no está destinado a complacer nuestra sensibilidad literaria, sino a estimular nuestra conciencia moral. No solo nos describe el paisaje lastimoso de lo que el hombre desertor de su sentido de civilización puede llegar a crear. Nos exige tomar nota, sobre todo, de lo peor que perpetró esta forma de violencia social en el siglo XX: dar al crimen una justificación ideológica. Sacralizada por la razón histórica, la muerte avanza con los ademanes de una extraviada superioridad moral. No menos sacralizada por una presunta defensa de Occidente, la matanza se ofició como penitencia de la carne para la satisfacción de Dios. La furia religiosa reflejó la parte más oscura, la más venenosa del alma.
Bernanos nos exige tomar nota, sobre todo, de lo peor que perpetró esta forma de violencia social en el siglo XX: dar al crimen una justificación ideológica
Bernanos escribió que la guerra de España era el pudridero del siglo XX porque en ella se combatía por lo más hondo de nuestra cultura, y porque ambos bandos enarbolaron lo que consideraban valores sustanciales de nuestra civilización. De lo que se hizo en nombre de la libertad, de la democracia, de la igualdad o la justicia, en el bando republicano, ya hablarían otros profusamente. A Bernanos le correspondía hacerlo para reprochar a quienes decían luchar por la restauración del orden cristiano y utilizaban métodos que pudrirían las razones de su combate. Recordémoslo. Bernanos era un hombre de derechas, que había militado en aquellos grupos de la juventud rebelde y tradicionalista del monarquismo francés indignados ante el triunfo de la sociedad burguesa y de un orden basado no en el culto al honor sino al dinero.
Por ello, su experiencia de la guerra en Mallorca se expresó con la exuberancia verbal de un idioma siempre en peligro de grandilocuencia y el tono de una tradición moralista muy propia de Francia. «Los grandes cementerios bajo la luna» es el testimonio de unos hechos atroces que destruyeron las antiguas ilusiones de Bernanos en la rehabilitación del orden tradicional. Su rabia inmensa refleja a la perfección la amenaza que siente el alma de quien se ve asediado por una gran impostura moral. Y, mucho más, cuando en ella se ha puesto alguna esperanza de renovación. Es el grito de un desengaño radical. Es la voz que clama en un desierto que ha llegado en vez de la tierra prometida.
Reproche a la Iglesia
A Bernanos le repugnó la complicidad de la Iglesia en la Guerra Civil y su obra ha sido considerada muchas veces como un interminable reproche al incumplimiento de una labor que solo el clero podía realizar: la de encauzar aquel impulso rebelde y juvenil hacia el bien común. Si se quedara en este punto, el libro interesaría solamente a quienes reconocemos la autoridad de la Iglesia. Pero «Los grandes cementerios bajo la luna» es mucho más que una acusación a los obispos que pactaron, toleraron o estimularon la violencia. Es la confesión angustiada de quien asiste al crimen de masas como cristiano, y siente vergüenza y cólera evangélicas ante aquel horror. Para Bernanos, lo que caracterizaba a aquella matanza no era sólo el odio, sino el miedo.
La esperanza de recuperación de una sociedad basada en los valores cristianos se había malogrado.
La presunta cruzada no se desarrollaba con la radiante plenitud de la esperanza de otros tiempos, sino con una tenebrosa inseguridad en la propia causa, oculta tras un siniestro instinto de conservación. Albert Camus dijo que el siglo XX era el siglo del miedo. Muy alejado de su compatriota en sus preferencias políticas, Bernanos coincidió con él en su diagnóstico de los elementos que estaban provocando la quiebra de nuestra civilización. «El miedo, el auténtico miedo, es un delirio furioso. Nada iguala su impulso, nada puede resistir su embate. La ira, que se le parece, no es más que un estado pasajero, una brusca disipación de las fuerzas del alma.
El miedo, en cambio, cuando se supera la primera angustia, forma con el odio uno de los compuestos psicológicos más estables que existen». La esperanza de recuperación de una sociedad basada en los valores cristianos se había malogrado. Eso es lo que Bernanos no podía perdonar a los que él llamaba «imbéciles» o «bienpensantes» cobijados bajo aquella violencia exasperada. Porque ese tipo de respuesta de los hombres de fe desfigurada al miedo es, sobre todo, la renuncia a la redención.