Rodrigo Cortés
Bendita ilusión
La ilusión tiene, por alguna razón, crédito en esta Iberia vieja
La ilusión tiene, por alguna razón, crédito en esta Iberia vieja. Con ilusión cumplen años los niños, como van al parque de atracciones (si no, no van), e ilusión es lo que reivindica un independentista, otro independentista, el garante del viejo régimen y el político de cuño nuevo -algo más revuelto el pelo desde el advenimiento de los desindignados- para encarar con fe el abismo.
Con ilusión se empieza una dieta y con ilusión se acaba, y, si no es con ilusión, no votamos a los mismos como si fueran otros, ni tratamos de adelantarlos por la izquierda (o por la derecha, que la ilusión bien sustituye al reglamento) como si no fueran nuestro espejo. Con ilusión se sale uno de Europa y con ilusión se queda en ella, planea un golpe de Estado o lo sofoca con hashtags .
Con ilusión se tienen hijos (o no se tienen) y por ella y ellos se les cuelga una mochila y se les lanza al colegio, como se viste -esperando lo mejor- por la mañana un ciego. La ilusión tiene buena prensa en la prensa. Y en las comuniones. Y en las fiestas de los magos. Y uno diría que sucede así porque, si en una calcomanía sólo un lado es rugoso, en la verdad lo son todos; no ofrece la tersura de un suavizante genérico ni el brillo del consuelo.
Nadie quiere abrir los ojos un minuto antes de que suene el despertador ni cerrarlos hasta que salga el último nombre de los créditos, añadiendo a la ficción la ficción de que ningún animal ha resultado herido y ninguna canción se ha cedido sin cortesía (como si no hubiera costado 20.000 euros alquilarla para que sonara en esos mismos créditos).
La palabra «ilusión» en el diccionario
El diccionario no cuenta, como no cuenta la hache, suplantado por la desmemoria, que es como se llama a la memoria ahora que hay pastillas para recordar, pero no para acordarse de tomarlas. Dice (el diccionario , digo), en primera acepción, que ilusión es «concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos». Se les ha olvidado cambiarlo.
De modo que reivindicar la ilusión es reivindicar la mentira, como si necesitara más auxilio que el de la práctica; lo que, bien pensado, tiene todo el sentido del mundo en un paisaje en que, más que la historia, importa el relato , en que todo es representación, todo escenario, todo abucheo y todo aplauso.
¿Qué es la democracia si no la forma de gobierno en que el poder político es elegido por la audiencia? Las reglas son sencillas y se aprenden con un rato de radio: nunca seas sincero con una dama, busca la banalidad del bien, llora si te dan un premio, presume de pobre, que tu equipo gane con pitada... Alardear de pobre es como alardear de enfermo, pero sin descuidar la taquilla: nadie está, de todos modos, escuchando.
«Reivindicar la ilusión es reivindicar la mentira»
No intentes descifrar la forma de las cosas, pregunta qué gusta, compra tú mismo la arcilla y monta en el portal un puesto artesano, o en los soportales de la plaza -o en su mismo centro-, o en la primera página del diario. O en el colegio, que es donde ensayan los niños la cara de sorpresa.
Las reglas del arte son nobles en la ficción y terribles en la vida. Toca suplantar, pues, la vida por su relato, la economía por su cuento y la política por una marca de complementos inspirada en el estilo juvenil de los campus.
Eludamos la responsabilidad que implica salir a la intemperie y sostengamos el péndulo de modo que también nosotros podamos verlo. Compartamos con el público sus sueños y su sueño; temamos, como se teme la exactitud, el destierro . Ahora que la verdad se decide a mano alzada, conviene más que nunca confiar en la ceguera y ahorrarse el mal trago.
¿Qué es la ilusión?
La ilusión es la reivindicación del guionista y pone, al fin, el estrellato al alcance del camarero . La ilusión es la derrota de la incertidumbre, el triunfo del debate a cuatro y la ponderación de la amnesia, garante única de la felicidad.
La ilusión es un pacto entre bellas durmientes, la zanahoria que hace extender los brazos al caminante muerto. Es la que saca a la calle al pueblo elegido, la que lo agrupa, tumultuoso y ordenado, tras el líder y la que hace al líder creer que es algo más que un fusible con báculo.
La ilusión es la que nos hace confiar en el relevo e ignorar nuestra naturaleza imperfecta que avala la supervivencia de cualquier defecto. La que nos hace tragarnos el cartel de «basado en hechos reales» y nos permite leer libros de historia como si recogieran hechos. La que nos hace creer que en la chistera cabe un conejo. La que da sal a la guerra. La que lanza a un hombre a matar a ciento. La que nos casa y divorcia. La que nos hace odiar en abstracto -para hacer sitio- y amar en abstracto -para ser de los buenos-. La que nos hace posible vivir sin objeto. Creer en lo increíble.
La que permite a los periodistas dedicarse al periodismo y a sus madres sentirse orgullosas por ello. Y a mí, por descontado, escribir estas líneas. La que nos hace dibujar mapas y elegir facultad y tragar árnica y aprender idiomas y culpar a otros y comprar en herbolarios y usar podómetro y estrenar camisa y estrenar cara y estrenar Gobierno. La que nos deja ver la tele como si -en ilusionada pugna de subgéneros- entre las noticias, las series y los yogures de frutas hubiera diferencias.
Es por ilusión que olvidamos la historia y la reescribimos, por ella que creemos que el mundo mejora. Por ella que llamamos verdad a la ficción y ficción al circo y circo al chisme y chisme al cuento. Vivamos ilusionados. Caminemos juntos al mañana. Votemos ilusionados. Salvemos el mundo con la fuerza de una canción. Bendita ilusión salvadora que nos guarda a los mediocres de nosotros mismos.
Noticias relacionadas