Barcelona, la parada de los monstruos en la ciudad de los prodigios
El historiador Enric H. Mach compone una historia alternativa de la ciudad a partir de barracas de feria, zoos humanos y gabinetes anatómicos
En mayo de 1832, en pleno centro de Barcelona, se instaló una barraca en la que se exhibía un gabinete de historia natural con más de 300 animales y, ahí es nada, una ballena de más de 30 metros de largo. Un cetáceo fenomenal que, sin embargo, no debía ser suficiente para los estándares de la época. «Para entretener aún más la visita del público y atraer nuevo, tuvieron la brillante idea de ambientar la barraca con música en directo con un 'grupo de música de ciegos que divertirá a los concurrentes'. La peculiaridad de este caso, sin embargo, es el lugar elegido para colocar los músicos: dentro del vientre de la ballena», escribe Enric H. March en ' Barcelona. Freak show ', asombrosa y exhaustiva crónica de esa otra Barcelona, canalla y sórdida, abonada durante décadas a la perversión. «En contraste con el relato de la Barcelona de los grandes acontecimientos cívicos, de las poderosas sagas locales y de los creadores que dejaron su huella en el imaginario colectivo, existe otra Barcelona de tabernas miserables y funciones excéntricas que hoy en día herirían la sensibilidad del espectador moderno», señala en el prólogo el periodista y cronista de la ciudad Xavier Theros .
¿El engendro de 'El callejón de la almas perdidas? ¿Ese tipo asilvestrado que desgarra el cuello de una gallina viva para beberse su sangre? Un aprendiz. Una minucia al lado del catálogo de deformidades, vejaciones y monstruosidades que se acumulan, página tras página, en esta historia alternativa de Barcelona a través de las barracas de feria, los espectáculos ambulantes y los alrededores del circo que pasaron por la ciudad entre el siglo XVIII y 1939. Hablamos, claro, de malabaristas, cabezas parlantes, siameses, mujeres barbudas y tragasables. De tullidos y mutilados. De animales exóticos y zoos humanos. De, en fin, «la parte oculta de nuestra condición humana, ahí donde las maravillas y los monstruos comparten espacio». Donde el faquir Taimu anuncia que se crucificará durante cinco días (no llegó ni al primero, ya que la policía lo impidió) y las siamesas Radica y Doddica, unidas por una membrana cartilaginosa de 35 centímetros, lo comparten todo, incluso una muerte por tuberculosis.
Lista abrumadora
La lista, pasen y vean, es francamente abrumadora: Julia Pastrana, la mujer mono; Jo-Jo, el niño con cara de perro ; Krao; el eslabón perdido; Lionel, el hombre león; Alice Elizabeth Doherty, la chica con la piel de lana; los 'salvajes' Kayra y Rhama S'Ama; los sudaneses del Paseo de Gracia y los esquimales del Eixample; los novios liliputienses y la familia Colibrí ; la mujer gorda del Poblenou y el bailarín sin pies. «Las barracas de feria atraviesan la historia de la humanidad, y en esta historia Barcelona tiene un papel importante, aunque secundario si lo comparamos con el de ciudades como París, Londres o Nueva York», explica March, quien se ha pasado más de diez años exhumando hemerotecas y buscando información hasta debajo de las piedras para retratar la cara menos amable de la Barcelona. La ciudad de los prodigios, sí, pero también la de los monstruos. La que no cabía en la foto de las exposiciones de 1888 y 1929, germen de una ciudad moderna que escondía sus pecados en circos, barracones y barracas de la Rambla, la Barceloneta o plaza Cataluña. En museos de cera y museos anatómicos. Incluso Nicomedes Méndez , el verdugo más famoso de la ciudad, intentó poner en marcha en 1908 un Palacio de la Ejecuciones en el Paralelo para exhibir reproducciones de cera de sus víctimas y compartir anécdotas. El Ayuntamiento de la época, claro, se lo prohibió.
Menos suerte tuvo, años antes, en 1856, ese hombre de origen guineano al que se exhibía en una tienda de La Rambla mientras se alimentaba de carne cruda. O las familias de asantes, sudaneses, esquimales e himalayos que entre 1897 y 1915 se exhibieron en diferentes puntos de la ciudad como si de atracciones de feria se tratase. «Los barceloneses reciben el espectáculo asante con gran curiosidad. No solo por la experiencia antropológica y folklórica , sino porque aquellas pieles casi desnudas les permitían esquivar la represión moral católica y dar rienda suelta a sus instintos. El éxito es inmediato», escribe March sobre la instalación, en julio de 1897, de un poblado con más de 150 personas de la tribu de los asantes en un descampado de la ronda Universidad. ¿El reclamo? Individuos a los que la sociedad «no habrá podido civilizar» pero que sabe convertir en un espectáculo más o menos curioso, tal y como podía leerse en 'La veu de Catalunya'.
Viejos conocidos
En las páginas de 'Barcelona. Freak Show' también encontramos a viejos conocidos como Francesc Darder , primer director del zoo de la ciudad y célebre, entre otras cosas, por haberse traído de París un guerrero bosquimano disecado al que se acabaría conociendo como el ' Negre de Banyoles '. Un espécimen que se exhibió en la localidad gerundense entre cráneos, momias y pieles humanas desde 1916 hasta, ahí es nada, el año 2000.
Otro de los hallazgos del March es redescubrir que en el Torín , plaza de toros situada entre la Ciutadella y la Barceloneta, se prohibieron las corridas de toros durante 15 años tras las bullangas de 1835 y, para cubrir el vacío, se optó por algo mucho más extremo: los combates de animales. Un toro contra cuatro perros; un oso y un perro de presa; un toro y un león; dos perros ingleses contra un burro.., Nada comparable, sin embargo, a las gestas de la elefanta Pizarro , que en noviembre de 1867 se enfrentó a tres toros bravos atada a una cuerda en medio de la plaza.
Vergüenza y curiosidad
¿Más? Veamos: en 1910, una barraca del Paralelo exhibía al hermafrodita Josep Vallès , en mayo de 1917 se inauguró en el Turó Park un Village Liliputiense habitado por, claro, una treintena de enanos; en 1897 se podía ver un feto con dos cabezas en la calle Boters; en una tienda de la rambla de Sant Josep se exhibía a Pedro Lerma , un hombre que sufría el síndrome de Proteus y que corrió la misma suerte que El Hombre Elefante: la burla y el escarnio. «En algún momento estas criaturas han pasado de ser escondidas a la vista y la curiosidad de la gente, por vergüenza o miedo, a hacerse públicas, superando en ocasiones supersticiones a las que se atribuyen esas malformaciones», apunta March ante la abrumadora cantidad de personas que fueron tachadas de freaks y bichos raros por sufrir obesidad, raquitismo, hirsutismo, enanismo, gigantismo, policefalia, microcefalia, androginia y todo tipo malformaciones. «La fascinación que generaron esos espectáculos aún nos interroga, ahora monopolizada por una nueva hornada de freaks exhibidos desde la pantalla del televisor o las redes sociales», destaca Theros en el prólogo de un libro que, resume, «nos habla del placer morboso de observar las desgracias ajenas , contemplándolas como una maravilla natural propia de los cuentos de hadas».