Andrés Calamaro

Asuntos internos

«Íntimamente yo sentí que había roto un eje de equilibrio al mencionar a dos toreros en la ciudad que prohibió los festejos taurinos»

Andrés Calamaro

(8 de junio)

Acabo de despertarme soñando algo extraño. El batería de Queen, Roger, me contaba con detalle que intentaba ser candidato para presidente de Argentina por la Unión Cívica Radical y que su «estrategia» (por así decirlo) era la de hablar con los nombres indicados en una selva en Uruguay (fue literal). No fue lo único que soñé mientras dormía y despertaba, pero fue lo último, lo que estaba soñando mientras reconocía donde me despertaba, porque estoy en Barcelona, en un hotel cualquiera, entre platos que alguna vez sostenían un sushi corriente, que agradecí después de cantar en el Palau de la Música de Catalunya anoche. Fue un buen concierto, pero remonté sensaciones extrañas. No fue mi concierto preferido , aunque es probable que mi desempeño haya sido bueno. Cierto que tuvimos un público formidable –entregado, ruidoso, festivo y todo lo que pueda decirse de bueno de un público–, que aplaudió mucho y festejó cada una de mis tensas ocurrencias, a mitad de camino entre cómicas e incómodas.

Todo empezó muy bien, francamente bien. Porque el sitio es especial y porque Barcelona es Barcelona. Yo quería hacer algún comentario para situarme en una situación peculiar como es la «coyuntural» en Catalunya, pero ni siquiera tuve tiempo, cuando presenté (la canción) «Media Verónica», dedicada anoche a las formidables verónicas de José Antonio Morante de la Puebla –verónicas de arte como ningunas– y las de José María Manzanares –que pusieron patas para arriba la tauromaquia misma en un triunfo absoluto en la Corrida de la Beneficencia en Madrid– algo que no puedo explicar ocurrió. Fueron dos delicadas menciones a dos hombres consagrados, pero acto seguido algo ocurrió con la canción. La canción de marras no terminó de acomodarse en su ritmo y compás y no cuadró en todo lo que duran los versos. Entonces… Es que no dejé de pensar en la imprudencia cometida en un lugar donde la tauromaquia fue acorralada y finalmente prohibida, y mi intención no había sido polemizar.

Confieso que hubiera querido hablar un poco entre las canciones; reírnos de la «educación tribal» que proponen algunos funcionarios para la crianza de los niños, de los manifestantes que enfrentan a una policía que ni les toca un pelo (sospecho que son elementos de buena familia y que hacen la «revolución» con dinero de los padres); pero ya me encontraba incómodo . Nada malo sucedía conmigo, pero no estaba perfectamente a gusto.

Quizás no era mi mejor noche por aquella ecuación de expectativas y sensaciones (expectación y desilusión), porque me había pegado un paseo de dos horas por la linda Barcelona comprando discos de jazz y ropa para Supernova. Es posible que no haya que ofrecerse a las distracciones que una ciudad ofrece antes de cantar, pero no lo tenía matemáticamente contemplado. No es menos cierto que en Barcelona confluye la crítica de que mayormente fue severa conmigo en los últimos veinte años, y que siempre hay buenos amigos entre el público escuchando. Pero íntimamente yo sentí que había roto un eje de equilibrio al mencionar a dos toreros en la ciudad que prohibió los festejos taurinos , y que cualquier posible mención a ciertos temas que (en los periódicos) resultan de urticaria, lo hubieran complicado todo. No es la primera vez que me pasa; me agrada sentir que el ambiente se ofrece para establecer una cierta comunicación cómplice con el respetable. Mi incomodidad fue creciente (entonces), y estábamos en los primeros compases del concierto. Cantaba pensando en el «exorcismo necesario» para remontarlo. Sentía un sudor frío en el cuerpo, intentaba distraerme explicando los tangos y comentando mi aparente buena sensación cantando de nuevo en Barcelona después de 25 años.

Mientras tanto, el público se comportaba con euforia y entrega. Llegué a pensar que eran todos argentinos por la forma de alentar, que recuerda a un estadio de fútbol, pero no fue del todo así. Allí estaban los que me vienen a ver desde mis primeras actuaciones después de Los Rodríguez hace 19 años en la Sala Bikini, y seguramente algunos que nos escucharon –con el grupo– incluso antes. Seré temeroso cuando me asome tímidamente a las críticas , me consta que la masa crítica estaba presente, porque me lo dijo un amigo que estaba encantado con el concierto. Para mí la geometría de la expectación fue mucha. Todas las sensaciones de la euforia de llegar, pasear por la ciudad, probar sonido en semejante teatro –merece un párrafo aparte, porque el Palau es más una obra de arte que un teatro en sí mismo– y hacerlo con inspiración y perfectas sensaciones.

Al día siguiente y el día después: la Crítica de Barcelona fue benigna , la visita resulta ser un encuentro vital con amigos y con una ciudad que vengo saludando hace 25 años. También el espanto que nos une más que el amor, al decir de Borges, y un encuentro con condimentos de importada antinomia que alimentan por temporadas el balompié y la prensa general con sus tachos de basura incendiados que reverberan como noticias que la sangre altera. Una realidad que nos presentan en la TV y en los periódicos, que existe y es real, pero tampoco responde completamente a lo que percibimos cuando estamos de viaje por España. Yo encontré un público catalán aplaudiéndome de pie, la misma ciudad de siempre y sus cosmopolitas encantos. Cierto es que hablé con mis amigos de Barcelona, preocupados o indignados por corrientes ciudadanas alentadas por cierto nihilismo y para engordar el caldo de puchero de algunos políticos.

Pero se impone llevarse las buenas sensaciones que mejoran con el tiempo, como los vinos bien conservados.

O se olvidan de un trago. Con dignidad .

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