Aquí comió Ruiz Zafón

Restaurantes a los que ya no volveremos: persianas que clausuran nuestra memoria feliz

La pandemia ha obligado a cerrar el mítico El Gran Café de Barcelona Inés Baucells
Sergi Doria

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Picasso pintó hacia 1906 'Las señoritas de Aviñón', tela con setecientos bocetos. El título no alude a la villa francesa sino a un burdel de la calle Aviñón del casco antiguo barcelonés. En esa calle abrió en 1897 la tienda de máquinas de coser Wertheim que funcionaba en los bajos del número 9. En 1920 el establecimiento cambió de usos para dar paso a El Gran Café.

De estilo modernista, El Gran Café llama la atención por la impactante estructura de madera que abraza toda la planta baja y la puerta de acceso. Situado en una esquina, exhibe un medallón oval que reproduce una máquina de cerveza.

'El laberinto de los espíritus'

En 'El laberinto de los espíritus', la novela que cierra la tetralogía del Cementerio de los Libros Olvidados, Carlos Ruiz Zafón (1964-2020), en usufructo de la omnisciencia creativa, hace que la protagonista, Alicia Gris, recién llegada de Madrid, vuelva a su casa del número 12 de Aviñón, junto enfrente del histórico restaurante.

Con sus mesas separadas por mamparas e iluminadas por lámparas de vidrios multicolores, cálida atmósfera de intimidad, El Gran Café constituye un privilegiado mirador para Alicia, enigmática mujer cuyas heridas físicas denotan un violento pasado.

Le atiende Miguel, el camarero de la casa, con quien basta un gesto para saberlo todo: «Alicia se sentó en una de las mesas junto al ventanal y contempló el viejo bar, desierto a aquellas horas de la mañana. Sin necesidad de que tuviera ni que pedir, Miguel se acercó con una bandeja y le sirvió lo de siempre: un café con leche, un par de tostadas con mermelada de fresa y mantequilla y un ejemplar de La Vanguardia que aun olía a tinta fresca…»

Se traspasa

Desde hace más de un año, El Gran Café es un retablo de persianas bajadas, un cartel de disponible para el traspaso y grafitis cutres. Cuando dejaron de llegar turistas a Barcelona por la pandemia, los ingresos menguaron: de la suspensión de pagos se pasó al cierre definitivo.

En las novelas de Ruiz Zafón aparecen otros restaurantes barceloneses como Casa Leopoldo. Inaugurado en 1929, año de la Exposición Internacional, el establecimiento de la calle San Rafael mantiene en la carta el memorable rabo de toro gracias al buen hacer de sus nuevos propietarios: Óscar Manresa y Romain Fornell.

El edificio que albergó Can Lluís Inés Baucells

Inaugurado también en 1929 en el mismo Barrio Chino de leyenda que cantó Gardel -hoy se le llama Raval- el nonagenario Can Lluís tampoco ha podido resistir… Primero fue el asedio de un fondo depredador que cazó el inmueble de la calle la Cera, 49 y quintuplicó cinco veces el alquiler del local. Segundo, para rematar, las restricciones por el coronavirus.

Entre la asfixia del salvaje mobbing y las pocas mesas que imposibilitaban la rentabilidad del negocio, el restaurante de Ferran Rodríguez y Júlia Ferrer iba a quedar confinado para siempre en el repertorio de nuestros instantes felices.

En la más pura tradición de la «casa de menjars» catalana, la familia propietaria conjugaba el recetario de su tierra natal, Alcoi, con la coquinaria barcelonesa.

De la rumba catalana a la Gauche Divine

Can Lluís fue punto de encuentro para la rumba catalana de Peret, la Gauche Divine, el music-hall del Paralelo, el teatro y la literatura. Entre carteles publicitarios años veinte, caricaturas y fotografías dedicadas, un fragmento grabado en azulejos de una de las novelas de Manuel Vázquez Montalbán alude a un plato histórico de la casa: la «olleta d'Alcoi». La lista de comensales célebres combina a Vittorio Gassman con Sara Montiel y a José Sacristán con Tip y Coll. Terenci Moix con Nuria Espert. Los nobeles Saramago y Pinter. Y el librero negro-criminal Paco Camarasa. Y el Barça victorioso de Joaquín Basora y Luisito Suárez.

Hablando de fútbol… En una de esas mesas, cuentan sus propietarios, comió Messi cuando era infantil del Barça, acompañado del intermediario Josep Maria Minguella.

En Can Lluís compartí con Ruiz Zafón un fricandó tan sublime que acabó cocinado en 'El prisionero del cielo', cuando Daniel Sempere se cita allí para comer con Fermín Romero de Torres: «Enmarcado bajo una apariencia modesta y con cierto aire farandulero impregnado de los misterios de Barcelona, Can Lluís ofrecía una cocina exquisita, un servicio de libro de texto y una lista de precios que incluso Fermín y yo nos podíamos costear».

Can Lluís sobrevivió a los turbulentos años de la República, la guerra civil y la posguerra del racionamiento. Sobrevivió incluso a una bomba, lanzada en 1946 por un anarquista que acabó con las vidas de cuatro personas, entre ellas el abuelo y el tío de Ferran. Una marca gris en las baldosas del comedor recordaba aquel trágico episodio.

Refugios de humanidad arrasados por la Ley de Arrendamientos de 2014 y la pandemia de 2020. Infausto sexenio. La persiana clausuró capítulos de nuestras biografías. De cuando vivíamos. Ahora, como decía Teresa Gimpera en 'El espíritu de la colmena', sobrevivimos.

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