Ángel Antonio Herrera - Ladrón de fuego
Ángel Crespo, el políglota rebelde
«Es un poeta que a veces se nos quedó algo traspapelado, entre los nombres cimeros de la Generación del 50, porque no era autor de adscripción fácil y por su biografía racheada de nomadismo»
Trae la revista ‘Barcarola’ en su último número un dossier oportuno y rico sobre la obra del poeta y traductor Ángel Crespo, cuando se cumplen veinticinco años desde su fallecimiento. Crespo es un poeta que a veces se nos quedó algo traspapelado, entre los nombres cimeros de la Generación del 50, porque no era autor de adscripción fácil y por su biografía racheada de nomadismo. Se cita mucho a Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez o Caballero Bonald, y no sin razón, pero se frecuenta y aúpa poco la obra de Crespo, que viaja por lo indagatorio del lenguaje para no desoír nunca la máxima mayor de la lírica de ambición, que es la legislación de lo invisible. Conviene no olvidarnos de los poetas que un día lograron la armonía entre tradición y modernidad, porque de algún modo padres son del verso en curso del momento, de los versos que vendrán, siempre deudores del pasado cimental aunque lo dinamiten, o precisamente por eso. De aquí que me parezca una noticia saludable y extensa la recuperación o recordatorio de la obra de Crespo por parte de Barcarola, que es, por cierto, una reliquia de oro entre las escasísimas publicaciones de creación literaria en papel, entre la artesanía de diseño y el álbum de géneros diversos, tras más de cuarenta años de militancia casi inverosímil en la página bien hecha, donde se tutean las firmas de vitola y los escribientes más o menos debutantes. A Crespo debemos una traducción de monumento de la ‘Divina Comedia’ de Dante, que Octavio paz bendijo como definitiva, y también el vuelco a nuestra lengua del ‘Libro del desasosiego’, de Pessoa. Su obra es erudita y rigurosa. En este dossier de ‘Barcarola’ se visitan los ámbitos nutridos de la labor de Crespo, que se manejaba en diez idiomas, y dejó una obra poética de mucha anchura, desde los arranques postistas, en compañía de Carlos Edmundo de Ory, hasta sus ahíncos últimos, o penúltimos, de búsqueda rebelde en lo meditativo. Glosan lo suyo César Antonio Molina, Clara Janés y José Corredor-Matheos, entre otros. Y se incluye un diario inédito de sus años ochenta en Venecia. De algún modo, Barcarola completa a un incalculable.