El día que Alfonso XII desafió al cólera y se convirtió en un héroe
El 2 de julio de 1885, sin previo aviso y de incógnito, el Rey salió de Madrid y visitó el Real Sitio, epicentro de la epidemia que asolaba España, en un gesto que le valió el reconocimiento del pueblo de Madrid y el resquemor del Gobierno
En estos días infaustos he recordado a mi bisabuelo León Corral y Maestro , médico que fue condecorado con la Cruz de Epidemias por su lucha contra el cólera morbo asiático que asoló nuestro país en 1885 y del que terminó contagiado. En la figura de mi bisabuelo he visto reflejados la entrega y sacrificio de miles y miles de españoles dispuestos hoy a cumplir su deber, con grave riesgo de sus vidas y las de sus familias, para socorrer a los demás ante los efectos de la pandemia del coronavirus. Ni el recuerdo de los fallecidos y sus familias ni el de esta ola de humanidad se borrarán jamás de nuestras memorias.
El cólera morbo de 1885 fue una de las tres grandes epidemias de este bacilo que padecimos en el siglo XIX. Provocó más de 120.000 muertos en toda España. Aquel episodio ofrece aspectos similares a la del Covid-19 que estamos sufriendo. Uno de ellos fue la tardanza en aplicar medidas de prevención y contención por parte del gobierno de entonces, presidido por Cánovas , al que se le criticó también por poner trabas a la lucha contra la epidemia, como fue desautorizar la vacuna del bacteriólogo Jaime Ferrán . Pareja fue la discusión sobre la medida de confinamiento de la población –«acordonamiento» se decía entonces–, con sus negativos efectos para la industria y el comercio, frente a quienes proponían el aislamiento exclusivo de los focos de infección y de los infectados.
La epidemia provocó acalorados debates políticos en las Cortes. Una de las intervenciones más duras fue la del diputado Cristino Martos , del Partido Radical, que en la sesión del 2 de julio retrataba así para la posteridad a un gobierno superado por los acontecimientos: «Me encuentro sin Gobierno que combatir, porque ese Gobierno está muerto, no porque tenga que marcharse, que ya sé yo que no se marchará, ni debe hacerlo, ni puede hacerlo; pero muerto está precisamente por la imperiosa, por la inexcusable, necesidad de quedarse».
Aquel debate vino propiciado por un suceso insólito ocurrido aquel mismo 2 de julio que estuvo a punto de provocar una crisis gubernamental. Al amanecer, el Rey Alfonso XII salió del Palacio Real en una berlina hacia la estación de Atocha, acompañado de un médico de palacio y de un ayudante. En la estación, el Rey ordenó al ayudante que comprara tres billetes en primera para Aranjuez en el tren que salía a Andalucía a las 7.15 horas. El Rey subió al tren como un particular más, sin que nadie le reconociera. Pero antes de la partida, le identificó el jefe de estación, quien dio aviso a sus superiores.
La noticia corrió como la pólvora por todo Madrid, entre el desconcierto y la admiración. Razones había para ello. Aranjuez era entonces el epicentro de la epidemia de cólera que asolaba España y sus países vecinos. Con una población de 7.000 almas, los ribereños infectados se elevaban al 12% y presentaban una tasa de letalidad del 45%, superior a la de Valencia, Murcia, Nápoles o Tolón.
«Zona cero»
Alfonso XII había decidido, pues, visitar la «zona cero» de la epidemia, donde el día anterior se habían producido 152 infectados y 78 defunciones. Y lo había hecho sin esperar la autorización del gobierno, que había vetado poco tiempo antes su proyectado viaje a Murcia para conocer los estragos del cólera en aquella ciudad.
Durante cuatro horas, el joven Rey, de 27 años, recorrió las calles de la villa devastada por la epidemia. Visitó el Hospital del Real Patrimonio , donde estuvo con los enfermos más graves; auxilió a las monjas del convento de San Pascual, donde habían fallecido seis religiosas; y alentó a las fuerzas del Regimiento de Húsares de la Princesa y del Regimiento de Infantería de San Fernando, entre cuyas filas ya se habían producido una docena de defunciones.
El Rey regresó a Madrid en tren a las cuatro de la tarde. En las Cortes se acordó suspender la sesión para que los diputados pudieran recibirle en Atocha. Antes de ello, en el hemiciclo, el jefe de la oposición, Sagasta , exaltó así su gesto: «El Rey en Aranjuez, solo, sin preparativos, sin aparato alguno. Ha ido a luchar con la muerte y ante rasgo tan heroico solo se me ocurre gritar: ¡Viva el Rey!». Aclamación respondida por toda la Cámara y que evidenciaba el coraje demostrado por Alfonso XII al exponerse al cólera cuando se sabía enfermo de tisis, mal del que moriría en noviembre, tres días antes de cumplir los 28 años.
La propia Reina María Cristina acudió a la estación de Atocha a recibirlo. Allí se produjo una insólita escena: al agarrarse del brazo del Rey en el andén, tuvo que ser fumigada junto a él con vapor desinfectante de timol y ácido fénico.
En el recorrido hasta el Palacio Real, Alfonso XII recibió oleadas de entusiasmo popular por su solidaridad con las víctimas de la epidemia. La prensa de la época equiparó aquel homenaje del pueblo de Madrid con el que le tributó a su vuelta de París para asumir el trono diez años atrás. «Ha tenido hoy el bizarro Rey D. Alfonso la ovación más espontánea, más general y más merecida que haya recibido nunca Monarca alguno», describiría el diario «La Época».
La «Revista de España» se haría eco ese mes de la visita del Rey a la doliente Aranjuez y la nueva era que inauguraba para la Monarquía: «Si ésta quiere vivir en estos tiempos y ser una institución fuerte y poderosa, tiene que asociarse a la vida del país, encarnando en los sentimientos y en las necesidades de los pueblos, participando de sus placeres y de sus angustias y, sobre todo, atendiendo el Rey, por sí mismo, a las palpitaciones de la opinión pública».
La epidemia de 1885 anticiparía en casi un siglo el «aggiornamento» de las monarquías parlamentarias europeas a través de su cercanía a los ciudadanos. La serie «The Queen» ha señalado ese cambio en la Corona británica con la visita de Isabel II a la localidad galesa de Aberfan, el 30 de octubre de 1966, después de la catástrofe minera que se cobró 144 víctimas, de ellas 116 niños. La imagen de una Isabel II conmovida al lado de las víctimas, no con la frialdad que retrata la serie de ficción, marcó un antes y un después que España ya había vivido más de 80 años antes con el joven Alfonso XII durante la epidemia de cólera.
Primera línea
Hoy los tataranietos de los que lucharon contra aquella epidemia están en primera línea en el combate contra el coronavirus. Mi antepasado León Corral estaría orgulloso de ver a los profesionales sanitarios de su tercera y cuarta generación de descendientes atendiendo sin descanso a los enfermos de esta pandemia como hizo él entonces.
Del mismo modo, Alfonso XII estaría también orgulloso ante la conducta de su tataranieto Felipe VI : sus mensajes de ánimo a los españoles; su interés por las medidas que se despliegan, como prueba su visita al hospital de IFEMA; su dedicación a los sectores afectados mediante videoconferencias desde su despacho; o su preocupación por los recursos contra la epidemia, como demuestran sus gestiones ante líderes y empresarios mundiales para conseguir material sanitario.
Felipe VI ha demostrado una vez más su cercanía a los españoles y a la vez su liderazgo en estos tiempos recios. Y la Corona ha desempeñado, también de nuevo, no sólo su función de símbolo de la continuidad histórica y la unidad de la Nación, sino también de la capacidad de nuestro pueblo, muy por encima de la del gobierno, a la hora de sobreponerse a los peores avatares.