Alberto García Reyes
Gente que se fue
En el cuento de su desgarro, «Gente que se fue» , donde excarnó las palabras a gañafones de ira para sacarse de los huesos la caótica ausencia de su padre, Gistau talla a una bailarina de plató de televisión convencida de que será una futura figura de la danza: «A veces bailaba con una lágrima derramada en la mejilla». Él sabía ver las lágrimas derramadas en el futuro. Petrificó la literatura de periódicos en una danza aún desconoci da , vanguardista, que es en realidad tribal. Esa fue su luz. Demostrar que la única manera de romper las formas es la íntima. Que el talento se puede ensayar, pero no se puede aprender. Y que el llanto que ahora derramaremos por su ausencia ya lo lloró él en los trazos iracundos de su escritura sin haber pretendido jamás hipotecar nuestros ojos. Gistau habría titulado hoy su artículo igual que el cuento de su soledad . «Gente que se fue». Porque quienes escriben así no tienen conciencia de su naturaleza superior, pero tampoco pueden renunciar a ella. Son esclavos de su condición. El poeta Manuel Mantero resolvió ese enigma: «Da el azahar su olor, ¿y no lo huele? / Da el poeta lo eterno, ¿y no es eterno?».
El tiempo es una pamema para gente como él. Los genios sólo ocupan un espacio que, para entendernos, llamamos estilo, pero no un reloj. Gistau creó una dimensión que está más allá de la estética, un limbo espiritual basado en el destrozo interior , en la amargura agradable, en la lágrima sin coreografía. Para escribir como él hay que abandonarse. Beber whisky de un gollete para aliviar el dolor de garganta antes de hacer pasar las palabras por ella. Quedarse el último siempre en todos los barcos que se hunden. En definitiva, pensar sólo en los demás, ser un mártir para ahorrarle eufemismos a la verdad. Gistau escribía como los grandes médicos anuncian la muerte en un pasillo. Duro pero suave . Danzando sobre sangre. Y así ha llegado a la desembocadura de la belleza extrema. Mientras fue río, necesitó un paisaje. Ahora que es mar , ya se basta por sí mismo. Él se quedará en su inabarcable inmensidad. Y nosotros seremos siempre la gente que se fue.