España a solas

Fue una burda simplificación lo que condujo a que las dos Españas pasaran a realizarse en el campo de batalla

España a solas nieto

fernando garcía de cortazar

Años después de concluida la masacre, el secretario general del Movimiento, José Luis Arrese, declaró que la guerra civil había permitido la síntesis política y cultural de los dos bandos en lucha . A un lado, la pluralidad de la derecha se convirtió en el nacionalsindicalismo. Al otro, la diversa interpretación del republicanismo pasó a ser el comunismo. Con temerario y desconcertante orgullo, Arrese proclamaba la eficacia y la expresividad de esa separación de los españoles en comunistas y fascistas, en rojos y azules. Quizás eso resultara útil para la propaganda y, con toda seguridad, por ese derrotero se orientó España como tendencia lamentable de una historia que saqueaba el sentido último de nuestra convivencia y nuestro proyecto nacional. Lo que resulta abrumador es que alguien pudiera verlo como una ventaja o que en el discurso de un presunto patriota se trasluciera la alegría por esa bipolaridad, por la escisión radical que había tenido el coste irreparable de la liquidación de los moderados.

Extremismo e intolerancia

¿Era esta la realidad necesaria de una España que, desde la crisis de final de siglo, había llenado el espacio público y el debate intelectual de propuestas de regeneración nacional? Parece que, en estos momentos, en que nuestro reproche fundamental al secesionismo es su estúpida división de los ciudadanos en opciones intransigentes, contemplar una impugnación de España nos permite juzgar, con ojos más atentos, corazón más vivo y alma más templada, las circunstancias de las que debemos escapar. No fue síntesis eficaz, sino burda simplificación, lo que condujo a que las dos Españas pasaran a realizarse en el campo de batalla, mientras la España única quedaba a solas, presenciando horrorizada la matanza desde su exilio olvidado.

España fue la víctima propiciatoria de un ritual de extremismo e intolerancia, en cuyos altares de sangre se sacrificaba una nación que había mostrado su vigorosa apetencia de construir la democracia y la modernidad. Los que se hicieron dueños de la causa sublevada o de la causa gubernamental establecieron la congruencia ideológica de aquella barbarie. La guerra fabricó su propio concepto de España, de la España combatiente, de la España dispuesta a aniquilar al enemigo, de la España mártir o de la España homicida. La cultura de la masacre creó una reprobable y triste idea de la patria. Contra lo que se dijo entonces en cánticos de gesta y en himnos de combate, una nación no se forja sobre la violencia. El estado de excepción de la guerra civil no es la condición fundacional de una España nueva sino el curso terminal de un proceso degenerativo. España no brotó, fortalecida, tensa y esperanzada de aquel conflicto. Salió con el recuerdo de aquella doble radicalización que, recorriendo su fantasma toda Europa, alcanzó en nuestra tierra el paroxismo.

La España de 1936 ignoró la labor de aquellas generaciones previas cuya indudable conciencia nacional habría sido alimento primordial para nuestra penosa actualidad. Los hombres del 98, los del 14, los del 27, alumbraron un patriotismo cultural cuya capacidad cohesionadora se inmoló en aquella contienda. A uno y otro lado del muro, los más honestos patriotas que llegaron a caer en la trampa del ideario bélico, revelaron lo mejor de esta herencia nacional. Se sintieron todos herederos del grito doloroso de Unamuno y de la impaciencia pedagógica de Ortega. Trataron de emular en sus versos el compromiso cardinal con una España que había alcanzado la cumbre de su expresión poética. Intentaron vivenciar en sus causas respectivas el disgusto por la España zaragatera y triste, miserable y atrasada, ignorante y jactanciosa que tres generaciones con diversa ideología habían rechazado. Quisieron representar a esaEspaña joven que las publicaciones de treinta años de debate intelectual habían convocado a la responsabilidad cívica, la creación literaria y la tarea científica. Se sintieron portadores del inconformismo y heraldos de la emancipación. Pero la realidad fue muy distinta. Y buena parte de quienes se entregaron a esa lucha y vieron tan intenso sacrificio, acabarían reconociendo la espantosa cosecha recogida.

¡Qué difícil era nadar contra la corriente de aquel entusiasmo! ¡Qué difícil es oponer la serenidad razonable a las mareas de una emoción que obligaba a escoger entre dos Españas adversarias y dispuestas a matar! Pero esa obligación existía, y esa actitud se dio en personas que hicieron lo más difícil. Y lo más difícil era mantener alzado el estandarte de una patria como la que fueron trenzando los discursos de la moderación. Lo que precisaba España era la intransigencia de los tolerantes, la rabia de los liberales, la furia de los prudentes y la radicalidad de los humanistas. Se necesitaba ese valor que se confunde con la timidez y esa convicción que se toma por superficialidad. Se necesitaba la pasión de los verdaderamente fuertes.

Exilio interior o exterior

Ahí están quienes marcharon a un exilio interior o exterior , portadores de una ilusión desguazada por la violencia: estremecedoras son las palabras de Lerroux en sus memorias, las de Ortega o Marañón en su emigración indignada, las de Madariaga en su distancia sentimental, las de Gil Robles en su fracaso político, las de Baroja en su escepticismo reforzado, las de Juan Ramón Jiménez en su postración nostálgica. Pero están, sobre todo, los ejemplos que nos conmocionan: los de aquellos moderados que fueron llevados al matadero precisamente por negarse a elegir. Hombres como Carrasco i Formiguera, el líder democristiano catalán que fue fusilado en Burgos tras haber abandonado la Cataluña en la que se asesinaba a los católicos.

Hombres como Martínez de Velasco, entregados a la ciega ansiedad de los revolucionarios, tras haber defendido la afirmación republicana de la derecha agraria. Sus apellidos pueden tomarse hoy, en representación de aquella multitud de hombres y mujeres, valientes y lúcidos, que cayeron como ellos, en las malditas madrugadas de tapias de cementerio, cruces de caminos, patios de cárcel o campos solitarios. Ellos representaban una idea de la nación que había que asesinar. Y, en su corazón interminable, en su patriotismo sereno, trató de hallar memoria y cobijo aquella España a solas.

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